ABC (Andalucía)

Mal están las cosas

El estigma social como recurso político (no vacunados igual a no ciudadanos) no lo han inventado Morrison ni Macron que, como buenos liberalios, sólo estiran un chicle

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL estigma social como recurso político (no vacunados igual a no ciudadanos) no lo han inventado Morrison ni Macron (el nacionalso­cialismo fue la forma insuperabl­e de las negaciones de ciudadanía), que, como buenos liberalios, sólo estiran un chicle.

Gandhi aún no es Gandhi al ir a Suráfrica a prosperar. En Durban le venden un billete a Pretoria de primera clase, pero el revisor lo manda al vagón de tercera. Se resiste y lo echan del tren. Toma una diligencia, pero lo mandan al techo. B. Russell cree que este viaje es el momento crucial en la vida de Gandhi, que regresa a la India y, reclamado por los indios, regresa a Suráfrica. Estalla la guerra de los bóers, instigada por razones financiera­s, que alumbra los campos de concentrac­ión. Los ingleses la pelean con promesa de trabajo para los mineros británicos, pero luego los contratado­s son los chinos. La indignació­n popular tumba al gobierno de la mano de obra china.

—Quienes habían votado por los liberales imaginaron haber ganado una victoria –apunta Russell.

Los liberales, en efecto, devuelven a los chinos a su país, pero su lugar es ocupado por indios con contrato de aprendizaj­e (becarios, ‘of course’), y promulgan leyes para empeorar la situación de los indios en el país. Entonces Gandhi desarrolla el método ‘satyagraha’, que consiste en negarse a hacer cosas que las autoridade­s quieren que se hagan. Los muelen a palos, pero aguantan impasibles. Para someterlos, el gobierno cambia la mano de palos por un impuesto de tres libras a los ‘becarios’ por el aprendizaj­e: si no pueden pagar (y no pueden), se les renueva el contrato. Es una cadena perpetua, y Gandhi emprende, con convicción religiosa, una campaña de agitación contra un impuesto ‘vendido como temporal y que resulta ser permanente, como el pasaporte de ‘la Coviz’.

—¡Ya sólo estamos en manos de Dios! –debió de suspirar en cubierta un pasajero del Titanic.

—No creo que estén tan mal las cosas –debió de contestar otro pasajero.

Tierra a la vista: 2030.

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