Un libro para abrigar el mundo
Mercedes Cebrián tiene un callo en el dedo índice de la mano izquierda. Se lo hizo tocando el violonchelo. Así lo contó la escritora a una funcionaria al momento de renovar su DNI. En una oficina que tramita identidades –el papeleo de ser uno mismo–, Mercedes Cebrián se descubrió otra. En 2018, la escritora alquiló un violonchelo (por 43 euros al mes) y se apuntó a clases para aprender a interpretar melodías con el instrumento. Era tarde para ser principiante, pero ella eligió serlo. Así lo cuenta en ‘Cocido y violonchelo’ (Literatura Random House), un texto que bebe del Pérec que recuerda –ella es la traductora del ‘Me acuerdo’– y renueva ese estilo libérrimo que distingue a Cebrián.
Lo que ella escribe se hace bello por fugaz e inasible. A Cebrián le importan las cosas que el resto del mundo no entiende, al menos no con la atención que ella dedica a los asuntos que irrigan la existencia. Este libro retoma temas que Cebrián ha trabajado en ‘El genuino sabor’, ‘El malestar al alcance de todos’ y ‘La nueva taxidermia’: un humor ácido, tierno y distante, fogonazos de veneno. Violonchelo, el instrumento de Jacqueline Du Pré, la reliquia para las digitaciones de Elgar. Violonchelo, ese artefacto que se usa a horcajadas, una pasión que exige el cuerpo entero para que deje de ser afición. De eso habla Mercedes Cebrián en un libro de lo propio, una disertación del hogar, una historia de la música. Eso ha hecho Mercedes Cebrián, conducirnos al sillón en el que Lucero Tena sacude las castañuelas en una función en el Teatro Real.
Este es un libro sobre la lentitud, sobre aprender a improvisar y desvestir la mente del corsé. Abrazarse a un instrumento al que Mozart, Beethoven, Haydn y Boccherini dedicaron sus notas más hermosas. A propósito del castizo cocido, ese caldo hecho del hervor de lo contundente, Cebrián merodea el hecho creativo, algo que alimente y proteja del invierno del mundo. Una joya escrita por una mujer que tiene terapeuta y lutier.