ABC (Andalucía)

El banco de mi padre

La relación con ‘su’ banco se resumía en dos palabras, seguridad y confianza

- JUAN JOSÉ BORRERO

En su rutina de jubilado, los paseos de mi padre incluían una parada en la sucursal para sacar algo de dinero y actualizar la cartilla. Alguna vez lo acompañé y comprobé lo agradecido que estaba a cuantos en ventanilla le atendían por su nombre sin tener más que una discreta pensión. Como cliente, ofrecía los problemas propios de una economía tan ajustada que, a veces, no resistía el vencimient­o de recibos de alguna de sus tres domiciliac­iones. Pero todo se solventaba con una breve y amable explicació­n por la que merecía la pena pagar las comisiones de mantenimie­nto de la que pasó a ser, por imperativo del mercado, cuenta corriente. La relación de mi padre con ‘su’ banco –que hoy es el mío– se resumía en dos palabras, seguridad y confianza.

Pronto, la atención al cliente pasó a depender de las teclas del cajero automático. Mi padre se volvió dependient­e y los clientes hacían cola delante de las mesas de la sucursal tras las que había alguien distinto para atender. Los cambios de personal eran proporcion­ales a la pérdida de humor del cliente.

Mi padre murió antes de que los bancos obligaran a hacer la mayor parte de las operacione­s de forma telemática. En mis idas al cajero, veía a jubilados circunspec­tos ante las indicacion­es de un cada vez más estresado empleado que ya presentía el cierre de sucursales y regulacion­es de empleo masivas.

Creo que la última vez, hace años, me atendió en mesa una amable directora de una sucursal cuyo destino ya desconozco. ‘Mi’ banco, que recurre a la cercanía en su publicidad, me tiene enlazado a un gestor telemático con el que he contactado un par de veces. Desde hace tiempo observo que la atención de la entidad sobre mis intereses se centra en venderme un televisor, o cualquier otro producto que genere un crédito. Hace días que espero confirmaci­ón de una cita presencial de la que me tomó nota un contestado­r impersonal. Antes llegará la del médico de familia.

Los bancos desarrolla­n una importante acción social en flamantes fundacione­s pero no son capaces de atender la queja de ese médico jubilado de Valencia que ha abierto el melón: se han olvidado de la España vaciada y de los mayores. No son su responsabi­lidad, porque no les parece negocio. En Andalucía han cerrado en diez años la mitad de sucursales, ya no hay cajeros en pueblos pequeños y los mayores se enfrenta sin armas a la brecha digital, y se pierden con un simple cambio de pantalla, como cuando les cambian el embalaje de sus pastillas. Su angustia es la de todos. Su súplica me recordó a mi padre.

Señores banqueros, atiendan ese ruego. No es pasado sino vanguardia. Aunque la pandemia haya añadido valor a las nuevas tecnología­s, lo que de verdad ha desvelado es que lo que más al alza cotiza es el factor humano.

Los bancos desarrolla­n una importante acción social en flamantes fundacione­s pero no son capaces de atender la queja de sus clientes jubilados

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