El banco de mi padre
La relación con ‘su’ banco se resumía en dos palabras, seguridad y confianza
En su rutina de jubilado, los paseos de mi padre incluían una parada en la sucursal para sacar algo de dinero y actualizar la cartilla. Alguna vez lo acompañé y comprobé lo agradecido que estaba a cuantos en ventanilla le atendían por su nombre sin tener más que una discreta pensión. Como cliente, ofrecía los problemas propios de una economía tan ajustada que, a veces, no resistía el vencimiento de recibos de alguna de sus tres domiciliaciones. Pero todo se solventaba con una breve y amable explicación por la que merecía la pena pagar las comisiones de mantenimiento de la que pasó a ser, por imperativo del mercado, cuenta corriente. La relación de mi padre con ‘su’ banco –que hoy es el mío– se resumía en dos palabras, seguridad y confianza.
Pronto, la atención al cliente pasó a depender de las teclas del cajero automático. Mi padre se volvió dependiente y los clientes hacían cola delante de las mesas de la sucursal tras las que había alguien distinto para atender. Los cambios de personal eran proporcionales a la pérdida de humor del cliente.
Mi padre murió antes de que los bancos obligaran a hacer la mayor parte de las operaciones de forma telemática. En mis idas al cajero, veía a jubilados circunspectos ante las indicaciones de un cada vez más estresado empleado que ya presentía el cierre de sucursales y regulaciones de empleo masivas.
Creo que la última vez, hace años, me atendió en mesa una amable directora de una sucursal cuyo destino ya desconozco. ‘Mi’ banco, que recurre a la cercanía en su publicidad, me tiene enlazado a un gestor telemático con el que he contactado un par de veces. Desde hace tiempo observo que la atención de la entidad sobre mis intereses se centra en venderme un televisor, o cualquier otro producto que genere un crédito. Hace días que espero confirmación de una cita presencial de la que me tomó nota un contestador impersonal. Antes llegará la del médico de familia.
Los bancos desarrollan una importante acción social en flamantes fundaciones pero no son capaces de atender la queja de ese médico jubilado de Valencia que ha abierto el melón: se han olvidado de la España vaciada y de los mayores. No son su responsabilidad, porque no les parece negocio. En Andalucía han cerrado en diez años la mitad de sucursales, ya no hay cajeros en pueblos pequeños y los mayores se enfrenta sin armas a la brecha digital, y se pierden con un simple cambio de pantalla, como cuando les cambian el embalaje de sus pastillas. Su angustia es la de todos. Su súplica me recordó a mi padre.
Señores banqueros, atiendan ese ruego. No es pasado sino vanguardia. Aunque la pandemia haya añadido valor a las nuevas tecnologías, lo que de verdad ha desvelado es que lo que más al alza cotiza es el factor humano.
Los bancos desarrollan una importante acción social en flamantes fundaciones pero no son capaces de atender la queja de sus clientes jubilados