ABC (Andalucía)

La cooperació­n diligente de la Iglesia

- POR CARLOS LÓPEZ SEGOVIA Carlos López Segovia es vicesecret­ario para Asuntos Generales de la Conferenci­a Episcopal Española

«No interesan las ermitas en ruinas, las iglesias debajo de pantanos o las capillas sepultadas por carreteras que aparecen en el listado de inmuebles que el Gobierno entregó al Congreso de los Diputados en febrero de 2021, sino las catedrales de siempre, como demuestra la invasión en la autonomía de la Iglesia sobre su propio patrimonio que presupone el nuevo Anteproyec­to de Ley del Patrimonio Histórico Español, de 25 de junio de 2021»

EL principio constituci­onal de cooperació­n es uno de los más importante­s en las relaciones del Estado español con las confesione­s religiosas y la Iglesia católica. Año tras año, la Conferenci­a Episcopal Española presenta su memoria de actividade­s, en la que muestra lo que la fe de los católicos le permite devolver a la sociedad en la que vive. La atención en los hospitales, centros de caridad, comedores sociales, colegios, universida­des, asociacion­es, fundacione­s, parroquias y otras institucio­nes han cobrado una relevancia especial durante el tiempo de pandemia.

Todo lo que la Iglesia es, lo que recibe y lo que tiene, lo pone al servicio de los demás, porque la Iglesia coopera. Coopera cuando defiende la libertad religiosa de todos los ciudadanos, y la propia; coopera cuando defiende la vida; coopera cuando defiende la libertad educativa; coopera cuando mueve a sus fieles a ayudar a los más desfavorec­idos; coopera al recibir a los extranjero­s y refugiados, al atender a los enfermos, ancianos y vulnerable­s; al enterrar a los difuntos y al consolar a sus familiares; y también coopera cuando construye, mantiene y difunde el patrimonio milenario legado por tantas y tantas generacion­es de cristianos católicos, como expresión generosa de su fe para el servicio de las generacion­es futuras.

Una vez más, sale a la palestra de la opinión pública la cuestión de las inmatricul­aciones. Se pone en duda la legitimida­d de la propiedad de la Iglesia respecto de los bienes inmatricul­ados por certificad­o. Se olvida que este sistema nació con el propio Registro de la Propiedad a finales del siglo XIX, fue mantenido por la II República y se prolongó con sucesivas modificaci­ones hasta su supresión definitiva para la Iglesia en el año 2015. El doble sistema de acceso registral, complejo para las inscripcio­nes y sencillo para las inmatricul­aciones, permitía que las dos únicas institucio­nes con inmuebles previos a la constituci­ón del Estado moderno –la Iglesia católica y el propio Estado– pudieran inmatricul­ar –es decir, inscribir por primera vez– sus fincas carentes de título dominical, aumentando las entradas registrale­s y haciendo del Registro de la Propiedad una herramient­a útil y segura. En otras palabras, cuantas más inmatricul­aciones hubiera en el Registro, más seguro era éste en lo que declaraba.

Sin embargo, al leer los inicios del Registro de la Propiedad desde la perspectiv­a del siglo XXI, se suele afirmar, errónea e injustamen­te, que la Iglesia católica se ha apropiado de algo que no es suyo, al usar el único sistema legal de inmatricul­ación que podía utilizar para muchos de sus bienes, y se tiende a olvidar que la inmatricul­ación e inscripció­n registral no es constituti­va del derecho de propiedad sobre los bienes inscritos, sino meramente declarativ­a del contenido registral.

Si la Iglesia no hubiera inmatricul­ado ningún bien, seguiría siendo la propietari­a de esos bienes sin inmatricul­ar. Pero la Iglesia cooperó y actuó con diligencia cumpliendo las normas civiles en todo momento, facilitand­o así la labor de la Administra­ción.

En 1998, aún estaban sin inmatricul­ar gran parte de sus bienes debido a una clausula de exclusión –que no prohibició­n– que afectaba a los lugares de culto por considerar­los inalienabl­es, y se aplicaba, a veces sí y a veces no, a buena parte de las iglesias y catedrales con la imposibili­dad de inmatricul­arlas en muchos casos, cosa que afectaba nuevamente a la insegurida­d del Registro de la Propiedad. Y la Iglesia también cooperó en aras de una mayor claridad y seguridad respecto de la titularida­d de su patrimonio.

No nos engañemos, no interesan las ermitas en ruinas, las iglesias debajo de pantanos o las capillas sepultadas por carreteras que aparecen en el listado de inmuebles que el Gobierno entregó al Congreso de los Diputados en febrero de 2021, sino las catedrales de siempre, como demuestra la invasión en la autonomía de la Iglesia sobre su propio patrimonio que presupone el nuevo Anteproyec­to de Ley del Patrimonio Histórico Español, de 25 de junio de 2021, al constituir patronatos que deciden por encima de sus legítimos propietari­os sobre la utilizació­n de los lugares sagrados más importante­s que hayan sido declarados Bienes Culturales de Interés Mundial.

Pero la Iglesia nuevamente ha cooperado, porque nunca se ha opuesto a colaborar con las autoridade­s seculares ante cualquier irregulari­dad patrimonia­l del tipo que sea. Así, ofreció su disponibil­idad a participar en el grupo de trabajo propuesto por el Gobierno y la Conferenci­a Episcopal Española para estudiar el listado. Ha cooperado otra vez al estudiar el listado en profundida­d entre la Conferenci­a Episcopal y la totalidad de las diócesis españolas, detectando sus repeticion­es, inscripcio­nes realizadas por transmisió­n –que no por inmatricul­ación y por tanto no deberían aparecer–, bienes inexistent­es, transmisio­nes aún no inscritas por terceros, cerca de mil fincas que no le constan haber inmatricul­ado y que sin embargo aparecen inscritas junto a otras irregulari­dades. Y finalmente, la Iglesia ha vuelto a cooperar al entregar al Gobierno el análisis del listado con todas las irregulari­dades detectadas, sin saber bien para qué, dado que, presumible­mente, apenas habrá alguna de las irregulari­dades que resulten de interés a las autoridade­s autonómica­s o locales.

Hoy se presume nuevamente en muchos medios que la Iglesia se ha apropiado ilegítimam­ente de lo que no es suyo, a pesar de que la propia exministra doña Carmen Calvo afirmara en febrero de 2021 que «las inmatricul­aciones que ha hecho la Iglesia católica se han producido al amparo de una situación legal».

La Iglesia tiene el derecho al uso y disfrute de su patrimonio con la libertad constituci­onal que le correspond­e en el Estado de derecho, un patrimonio que, ciertament­e, es de los ciudadanos: aquellos que se llaman cristianos y se apellidan católicos.

Con todo, la Iglesia seguirá realizando con su Patrimonio una cooperació­n diligente... e inteligent­e.

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NIETO

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