El problema no es la OTAN
Putin ha forzado tanto la crisis de Ucrania que empieza a tener solamente una salida militar
El problema no es la OTAN, es Vladímir Putin. El autócrata de Moscú –que tanta simpatía transversal genera entre la extrema derecha y la extrema izquierda más siniestras de Occidente– ha forzado la crisis de Ucrania hasta tal punto que él mismo se ha metido en un callejón de muy difícil salida. Cada día que pasa sin que todas sus amenazas y ultimátums no reciban una respuesta satisfactoria por parte de Estados Unidos y sus aliados europeos, el Kremlin se está quedando solamente con la opción de una escalada militar si quiere salvar la cara.
Ante el drama planteado a las puertas de Europa resulta imposible separar la seguridad nacional de Rusia con la supervivencia de un régimen enfrentado a más dificultades internas que nunca. La creciente brutalidad de Putin va mucho más allá de la tradicional querencia de Rusia a ser gobernada por autócratas omnímodos para obtener orden aunque sea sin ley. Todo lo que está ocurriendo, y puede ocurrir, corresponde a la lógica de un autócrata que en ningún caso puede permitirse la apariencia de debilidad.
Es tanto lo robado y tantos los crímenes perpetrados que toda la impunidad que necesita Putin es imposible de obtener sin perpetuarse en el poder en Rusia, con un monopolio político sin fecha de caducidad ni rendición de cuentas. Y esto implica de vez en cuando un aleccionador uso de la fuerza contra alguien mucho más débil, porque de lo contrario corre el peligro de convertirse en un simple fanfarrón y dejar de ser temido como un enemigo letal.
Estamos volviendo a lo que Tucídides sentenciaba hace 2.500 años en el Libro V de su Historia de la guerra del Peloponeso, más conocido como el diálogo de los melios por la pequeña isla del Egeo que terminó arrasada en la confrontación entre Esparta y Atenas. En ausencia de reglas, normas, derecho, multilateralismo, seguridad colectiva, y un básico respeto a las fronteras y soberanía de los vecinos, los fuertes terminan haciendo cuanto quieren y los débiles sufriendo cuanto pueden.