El dichoso PIN
La sucursal bancaria dejó de ser ese lugar amable donde conocían tu nombre para convertirse en una fría nave espacial
LOS viejos nunca interesaron y se les consideró casi siempre un estorbo. En los últimos lustros fingieron preocuparse por ellos, de ahí que empleasen eufemismos ridículos tipo ‘la edad de oro’. Esto no era sino un ardid bastardo para hacerles la pelota y venderles mantas y cojines para las cervicales cuando los viajes autobuseros del Imserso rumbo de Benidorm. Buscaban la calderilla de los abuelos porque olfateaban el negocio. No gastaban grandes sumas, pero tacita a tacita, pulserita contra el reuma a pulserita, recolectaban bonitas ganancias.
Todo esto fue un espejismo y, llegada la hora de la suprema verdad tecnológica, los abuelos se quedan fuera de juego y la sucursal bancaria dejó de ser ese lugar amable donde conocían tu nombre para convertirse en una fría nave espacial donde te enfrentas a los chismes. El PIN, a los abuelillos les recomiendan que se compren un ordenador y que se pongan el PIN ese para la banca digital, y ahí la mayoría naufraga. Pero cuidado, no son los únicos. Algunos somos refractarios a los trastos sofisticados impuestos por los gurús de la religión que adora el becerro galvanizado de la tecnología. Artefactos refulgentes que compramos con admirable docilidad pues así creemos que nuestra vida mejora, cosa en algunos aspectos bastante discutible, por cierto. Empiezan por orillar a los semejantes de probada longevidad pero luego continuará la embestida contra los cibertarugos, los herejes que huyen del dogma, los que todavía preferimos el contacto humano en vez de la pantalla táctil. Defiendo a los viejos porque, en el fondo, defiendo mi presente pero también mi futuro, que uno aspira a llegar a centenario. Además, la moda se extiende y para realizar ciertos trámites burocráticos, lo de concertar citas previas del ámbito chupatintas, necesitas internet y ordenador. Y el que no se apunte al cotarro sufrirá un cruel exilio interior. Expulsamos a nuestros viejos de la sociedad de paraíso artificial sin parpadear porque somos mitad cuervo y mitad Terminator.