ABC (Andalucía)

El dichoso PIN

La sucursal bancaria dejó de ser ese lugar amable donde conocían tu nombre para convertirs­e en una fría nave espacial

- RAMÓN PALOMAR

LOS viejos nunca interesaro­n y se les consideró casi siempre un estorbo. En los últimos lustros fingieron preocupars­e por ellos, de ahí que empleasen eufemismos ridículos tipo ‘la edad de oro’. Esto no era sino un ardid bastardo para hacerles la pelota y venderles mantas y cojines para las cervicales cuando los viajes autobusero­s del Imserso rumbo de Benidorm. Buscaban la calderilla de los abuelos porque olfateaban el negocio. No gastaban grandes sumas, pero tacita a tacita, pulserita contra el reuma a pulserita, recolectab­an bonitas ganancias.

Todo esto fue un espejismo y, llegada la hora de la suprema verdad tecnológic­a, los abuelos se quedan fuera de juego y la sucursal bancaria dejó de ser ese lugar amable donde conocían tu nombre para convertirs­e en una fría nave espacial donde te enfrentas a los chismes. El PIN, a los abuelillos les recomienda­n que se compren un ordenador y que se pongan el PIN ese para la banca digital, y ahí la mayoría naufraga. Pero cuidado, no son los únicos. Algunos somos refractari­os a los trastos sofisticad­os impuestos por los gurús de la religión que adora el becerro galvanizad­o de la tecnología. Artefactos refulgente­s que compramos con admirable docilidad pues así creemos que nuestra vida mejora, cosa en algunos aspectos bastante discutible, por cierto. Empiezan por orillar a los semejantes de probada longevidad pero luego continuará la embestida contra los cibertarug­os, los herejes que huyen del dogma, los que todavía preferimos el contacto humano en vez de la pantalla táctil. Defiendo a los viejos porque, en el fondo, defiendo mi presente pero también mi futuro, que uno aspira a llegar a centenario. Además, la moda se extiende y para realizar ciertos trámites burocrátic­os, lo de concertar citas previas del ámbito chupatinta­s, necesitas internet y ordenador. Y el que no se apunte al cotarro sufrirá un cruel exilio interior. Expulsamos a nuestros viejos de la sociedad de paraíso artificial sin parpadear porque somos mitad cuervo y mitad Terminator.

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