La playa de todos, mis perros y mi ombligo
Desde una profunda tristeza social y durante un buen rato, dudé del orden de los términos de este título, al hilo de un incidente ocurrido hace unos días por la tarde en una ‘playa de todos’.
Estamos en una maravillosa tarde de enero que nos permite un paseo por la playa a quienes tenemos la fortuna de vivir cerca del mar. Este mismo pensamiento lo tuvimos varios grupos de personas: familias, pandillas, parejas... y gente con perros. La mayoría de estos últimos, cuidando de que sus perros no molesten a nadie, llevándolos atados o bien cerquita de sus dueños, excepto cuatro jóvenes veinteañeros con tres perros grandes que corrían sueltos y con entusiasmo, bien lejos de sus dueños.
Se nos ocurre explicar a estos jóvenes que la playa es para el disfrute de todos y que además existe una normativa con prohibición expresa en cuanto a los perros en esa playa… He aquí la profunda tristeza social y el título de este artículo: este grupo de jóvenes sintieron que estábamos vulnerando su derecho a hacer lo que les da la gana, desplegando todas sus armas argumentarias agresivas (que coloquémoslas en sinvergüencería), haciendo alarde de ese cóctel social hacia el que nos dirigimos sin remedio: un chorro de individualismo, otro de mi ombligo lo primero, una cucharada de precariedad, unas gotas de no pienso en los demás y absoluta falta de empatía, un chorrito de desprestigio de las normas y, sobre todo, un buen puñado de no tolero la frustración y ataco.
Me remito a Mafalda... «paren que yo me bajo».
YOLANDA GÓMEZ BOMBÍN
NOIA (LA CORUÑA)