La naranja de Toscanini
«Era alguien que, si estaba pelando una naranja de postre, se concentraba en hacerlo lo mejor posible»
ARTURO Toscanini se gastaba una mala leche proverbial, fruto de su autoexigencia como artista, que extendía a los demás con consecuencias muchas veces funestas. En ocasiones, rompía batutas, destrozaba partituras y, cuando los ensayos no alcanzaban sus expectativas, salía del auditorio jurando en arameo.
Con casi toda probabilidad, Toscanini es el director de orquesta más importante de la historia de la música. Como Nadal el mejor tenista. Toscanini, igual que nuestro español más ejemplar, se impuso la marca de la excelencia en el desempeño profesional mediante una obsesión perfeccionista que explica en buena parte su carácter colérico y una actitud ante el arte un tanto temible.
Yo conozco al más excelso de los mecánicos, el mío: se concentra en cada avería como si el mundo se desdibujara a su alrededor, como si la supervivencia del planeta dependiera de su arreglo, como si cambiar una pieza desgastada para conferir una segunda vida a un motor fuera tan trascendental –seguramente lo sea– como legar a la posteridad ‘Los hermanos Karamazov’.
Estoy seguro de que si Nadal fuera mecánico en lugar de un deportista inigualable sería como el mío; y si fuera cartero, el más diligente de ellos: el más cuidadoso, el más perseverante, el más inasequible a cualquier contratiempo, como aquel al que Gabriel García Márquez dedicó un magnífico reportaje durante sus años de periodista en ‘El Espectador’: solo tenía un indicio escrito en el sobre de la carta que debía entregar –el nombre de María– en una ciudad de cientos de miles de habitantes. ¿Cuántas Marías podrían residir allí? ¿Cinco mil? El envío llegó a su destinataria tras las muchas pesquisas de alguien que se había propuesto hacer las cosas bien.
Una vez, un periódico pidió a un hijo de Toscanini que definiera a su padre. «Era alguien que, si estaba pelando una naranja de postre, se concentraba en hacerlo lo mejor posible», contestó. Como mi mecánico. Como el cartero de Gabo.