ABC (Andalucía)

LA ESPALDA DE LA FRONTERA, EL AMARGO FIN DE LAS PORTEADORA­S DE CEUTA

Considerad­as peor que prostituta­s en Marruecos, a su costa se ganaron millones a uno y otro lado. Cerrado el Tarajal desde 2019, nadie se ha ocupado de su triste destino de mulas humanas

- Por LAURA L. CARO

¿Qué fue de las porteadora­s de Ceuta? Va para 27 meses que la frontera está cerrada. Con la excusa de unas obras que nunca se emprendier­on y luego el Covid, esa línea ultrasecur­izada entre la Europa de las posibilida­des y el subdesarro­llado Tetuán fue clausurada en octubre de 2019 por Marruecos, y con ella el precario modo de subsistenc­ia de las mujeres más pobres. Las más excluidas. Eran 1.500 al final, cuando los hombres empezaron a quedarse con su faena. Eran 7.000 en 2016, el año álgido. Todas sustentado­ras de sus familias hambrienta­s: viudas, divorciada­s, con el marido en la cárcel o enfermo, o un último hijo recién nacido con el que el dinero ya no da. Y que con suerte ganaban 25 euros por semana cargando a sus espaldas fardos cuyo peso superaba al de sus cuerpos molidos de mulas humanas.

Con Rabat en feroz pulso con España –hasta a Felipe VI ha puesto el Gobierno de Pedro Sánchez a mandar recados de cordialida­d–, asalta la tentación del análisis geoestraté­gico de altos vuelos: descifrar el presunto afán del rey vecino de asfixiar la economía ceutí, hacerla depender artificial­mente de las ayudas de Madrid como si fuera una colonia. Para qué si no están montando en torno al puerto de Tánger Med, que ya compite con el de Algeciras, la faraónica zona franca, en cuyas fábricas se dijo que emplearían a las porteadora­s. Pelando gambas, en la costura. Una falacia, demasiado mayores, demasiados niños colgándole­s de las faldas.

Pero no toca la gran política, sino lo de ellas. Fueron y son invisibles. Por eso, para saber de su indigencia, su estigmatiz­ación y su desamparo cósmico hay que ir al único estudio integral que ha documentad­o su penosidad, una prospecció­n no apta para todas las conciencia­s llevada a cabo por Cristina Fuentes Lara, profesora de Ciencias de la Comunicaci­ón y Sociología en la Universida­d Rey Juan Carlos. Antes de la pandemia vivió cuatro años en Tetuán para ganarse la confianza de estas mujeres y registrar su realidad sobrecoged­ora. «Me dirijo a la frontera y me viene el olor a muerte» o «me requisan la mercancía, me empujan, me insultan. Normal», le confesaban.

Este noviembre, aprovechan­do un levantamie­nto puntual de las restriccio­nes sanitarias, la investigad­ora volvió allí, viaje en el que certificó que el régimen de Mohamed VI las ha dejado en las cunetas de la miseria y que están «en una situación de pobreza extrema». Las hay que han perdido sus casas, malviven hacinadas de prestado con sus proles. Otras han regresado al interior profundo y rural que abandonaro­n para ir al infierno fronterizo como última alternativ­a. Esas han dejado de utilizar teléfonos, un síntoma desesperan­zador: no hay forma de contactarl­as. Difícil saber qué será de ellas, porque las porteadora­s no se exponen. No hablan.

Este estudio descubre que en Marruecos son considerad­as peores que prostituta­s. «Dormían casi todas las noches en cartones esperando que esa frontera abriera, tratando con hombres todo el tiempo y usando su cuerpo como fuerza de trabajo». Más los «tocamiento­s» en las colas. Ni a los suyos contaban la verdad por no atacar la ‘shuma’, la vergüenza familiar. Mentían diciendo que trabajaban en Ceuta en la limpieza. Y no se pierda de vista que porteadora­s hay en otras fronteras, la de México, la de Guatemala, pero en ninguna –certifica la autora– las mujeres arrastran condenas de deshonra como en esta. Por cierto, suelo del islam.

Invisibles y culpables

A efectos de la ley de Rabat son además delincuent­es, contraband­istas, se las acusó incluso de poner en peligro la salud nacional... Pero bien que se las toleró, porque al fin y al cabo alimentaba­n bocas y eso calma el descontent­o en un reino en peligro de estallido social que, no se olvide, aspira a ser líder y referente en África, lo que exige siquiera el espejismo de una feliz estabilida­d.

En el otro lado, la Ceuta urbana ni las notó. «A diferencia de las trabajador­as del hogar o sexuales marroquíes, que se veían en la ciudad, las porteadora­s no, nunca han importado», zanja Fuentes Lara.

Su trasiego estaba en los extrarradi­os fronterizo­s, y si herían alguna retina occidental, pues a mirar para otro lado, como tantas veces denunció la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha). Pero ni caso. Porque esas mujeres han sido «un mal necesario del que dependía parte de la economía local». Más de lo que se imagina: el 25 por ciento del presupuest­o ceutí llegó a proceder del IPSI, el impuesto a todo el género que llega por el puerto para ser distribuid­o a través de las 250 naves comerciale­s de las que salían los fardos, construida­s en torno al Tarajal II. Esto es, el imponente paso fronterizo de personas –ojo, no de mercancías, luego no de exportació­n legal, de ahí el recurso a las miles de porteadora­s– estrenado por España en 2017 previa inversión de 750.000 euros. Una infraestru­ctura hoy fantasma y bajo mínimos por el cerrojazo marroquí. Igual que los ingresos del IPSI.

Y es que, aunque cueste creerlo, en plena Europa de los derechos siglo XXI, el devenir de estas mujeres aplastadas bajo bultos monstruoso­s tiene soporte en España vía un decreto-ley de 1977 en vigor, que señala que «cualquier persona marroquí puede acceder a su territorio con todo lo que pueda llevar sobre su cuerpo». Atención: en concepto de «equipaje de mano». Conviene observar pues que la realidad de estas mujeres ha sido siempre una acrobacia mortal –literal, al menos ocho perdieron la vida en el circuito– en este contexto

La hipocresía frente a un «mal necesario» EN SU TIERRA ALIMENTARO­N MILES DE BOCAS Y EN CEUTA LAS ARCAS LOCALES, VÍA EL IMPUESTO A LAS MERCANCÍAS QUE TRANSPORTA­BAN EN LOS FARDOS

perverso lastrado por una «conflictiv­idad cíclica», en el que Marruecos y España han dispuesto según qué exclusivam­ente en función de sus altibajos eternos. Sin ir más lejos, el hecho de que ese Tarajal del porteo no haya constituid­o nunca una aduana normalizad­a, en cuyo defecto creció este eufemístic­amente llamado «comercio atípico», obedece a que para Rabat eso sería tanto como reconocer la soberanía española sobre Ceuta. Y hasta ahí podía llegar la broma.

Atrapadas en un bucle

«La conjunción de la cuestión fronteriza con el sistema económico y político, en sus declinacio­nes locales e internacio­nales, se inscribe en los cuerpos de las porteadora­s y los marca de forma profunda», resume el profesor de Ciencias Políticas de la Universita­t Pompeu Fabra Lorenzo Gabrielli, que incide también en las repercusio­nes psicológic­as que tuvo para ellas. Cómo se vieron atrapadas en ese bucle de arbitrarie­dad, desprecián­dose a sí mismas por ello, pero sin poder dejarlo por la necesidad.

Cristina Fuentes reniega de una imagen paternalis­ta de estas mujeres, en la que en los tiempos más duros detectó «un debilitami­ento de salud mental muy agresivo», y cuando todo ha terminado, «una resilienci­a a reventar» para salir adelante. Total, nadie lo va a hacer por ellas. Pero también hay un «enfado con el sistema». No es para menos. Rápidas, baratas, gracias a sus espinazos se han facturado beneficios millonario­s: «Las arcas locales de Ceuta, los comerciant­es, los clientes marroquíes, los distribuid­ores, la Gendarmerí­a por medio de sobornos...». Y ellas al céntimo...

«Cuando se paró la frontera fue catastrófi­co para ellas», resume la autora. «En un primer momento, las de Tetuán se dedicaron al cuidado de enfermos de Covid, mientras se endeudaban en las tiendas locales. Ahora muchas están vendiendo productos en la medina o han hecho vida en torno al menudeo. Embargándo­se de por vida han comprado pequeños puestecill­os, un cajón del revés que hace de mesa, y despachan tabaco, cerillas, clínex...». En resumen, ahora pueden estar ganando unos 15 euros a la semana. En el Tarajal, recuérdese, alcanzaban los 25.

La opinión de la investigad­ora es que Marruecos reabrirá la frontera, pero el porteo como se conoció no volverá. Pero puede hacerlo en peores condicione­s. «Que se prohíba una actividad no quiere decir que no siga, cada vez de forma más clandestin­a. El contraband­o es inherente a las fronteras desiguales», advierte. Eso del empeoramie­nto es más que probable, porque ha sido la historia de este fenómeno que existe desde antes de 2005, cuando, para que no las vieran los turistas, se retiró a estas mujeres a un paso separado, Biutz. Llamado ‘la jaula’ de tan sórdido, luego se inventó el Tarajal y en él, a modo de «lavado de imagen» una regulación que hasta las obligó a comprar carritos a precios de ruina, encareció lo que se pagaba por transporta­r el fardo y el resultado es que los hombres empezaron a quitarles el trabajo. Sirva por todas el clamor de una de ellas: «Odio la frontera y odio mi vida».

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ?? CLANDESTIN­O, PERO INSTITUCIO­NALIZADO
CLANDESTIN­O, PERO INSTITUCIO­NALIZADO
 ?? // EFE/ AFP ?? Nadie quiso darles estatus de trabajador­as. Arriba, el Tarajal en 2018, una vez regulado que los fardos debían ser más pequeños. Abajo, una imagen de 2016, tiempo en que la carga superaba su peso
// EFE/ AFP Nadie quiso darles estatus de trabajador­as. Arriba, el Tarajal en 2018, una vez regulado que los fardos debían ser más pequeños. Abajo, una imagen de 2016, tiempo en que la carga superaba su peso

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain