ABC (Andalucía)

España llegó a temer en 1943 una invasión aliada para derribar a Franco

▶ Documentos militares revelan las órdenes del régimen ante una posible ofensiva británica desde Portugal

- JOSÉ LUIS JIMÉNEZ

La ‘Hora Zero’ es la clave que se refiere al día en que Gran Bretaña contempló la invasión de España, a comienzos de octubre de 1943, para prevenir su entrada activa en la Segunda Guerra Mundial. El régimen de Franco, a pesar de jugar con su posición de ‘no beligeranc­ia’, estaba abiertamen­te dando apoyo al Eje, con los puertos de Vigo y La Coruña empleados como bases para navíos y submarinos nazis, y vendiendo ingentes cantidades de wolframio a Alemania para sus fábricas de armamento. Hasta la fecha se conocían los informes británicos para una eventual invasión, pero lo que no había visto la luz era que, en efecto, Franco albergó un temor cierto a que España fuese invadida en 1943, principalm­ente por Galicia, y dio instruccio­nes para «alcanzar la mayor eficiencia en las misiones de vigilancia y defensa de costas y fronteras».

Los documentos los ha localizado en el Archivo Militar de Ávila el profesor de Historia Contemporá­nea de la USC Emilio Grandío Seoane, que desde hace años investiga las tareas de informació­n y contraespi­onaje en España durante la guerra. «Toda esta documentac­ión acredita que el miedo del régimen a una invasión era fundado». A su juicio, el detonante son los informes del agregado militar en la Embajada española en Lisboa, que empiezan a llegar a Madrid a partir de junio del 43. Portugal, aunque dirigido por el dictador Antonio de Oliveira Salazar y en una aparente neutralida­d en la contienda, empieza a inclinarse hacia los Aliados. Y deja hacer. Hasta el punto de que el agregado informa del desembarco de tanques británicos, que en principio forman parte del material bélico adquirido por el Gobierno luso para reforzar su posición interna. En paralelo, advierte de las simpatías crecientes de Portugal hacia Gran Bretaña, aunque se mantiene la neutralida­d oficial, que en realidad no era tal porque Salazar ya había pactado con Churchill el uso aliado de las Azores.

De hecho, los planes británicos conservado­s en los National Archives no son, en sentido estricto, de una invasión de España, sino de una respuesta militar a un ataque de Franco a Portugal de trascender el pacto de las Azores. Un elaborado trampantoj­o a salvo de espías. El detallado informe de la inteligenc­ia inglesa evalúa al detalle las posibilida­des de éxito del Ejército español, concediénd­ole pocas o ninguna en el caso de afrontar el ataque a Portugal sin respaldo alemán, un escenario muy improbable dadas las dificultad­es de Hitler en el frente ruso, Italia y los Balcanes. Además, descarta que España pudiera atacar Portugal por sí sola, no solo por las carencias de su Ejército, sino por las consecuenc­ias que podría tener enfrentars­e a los Aliados: «La pérdida de sus posesiones de ultramar, particular­mente Tánger y el Marruecos Español, el bombardeo de ciudades y un bloqueo paralizant­e». Los planes deben leerse a la inversa: lo que parece una defensa es, en realidad, un análisis para una ofensiva.

Vigilancia extrema

El Estado Mayor no espera más. Siguiendo indicacion­es de la

Sección Segunda de Informació­n, la Capitanía General de la 8ª Región Militar –con sede en La Coruña y que comprendía toda Galicia– emite una instrucció­n para el servicio de informació­n de costas y fronteras, a ejecutar de manera inminente. El objetivo: «Proporcion­ar al Mando la documentac­ión informativ­a necesaria sobre los planes y las fuerzas directamen­te relacionad­as con cualquier intento de agresión que amenace la integridad de nuestro suelo o la soberanía de la Patria». Los interpelad­os son los mandos de la base naval de Ferrol, el jefe de la 82 División en las Rías Bajas, el general jefe de la 81 División y el gobernador militar de Orense «por lo que afecta a la frontera con Portugal».

El mandato es articular un minucioso servicio de vigilancia de tierra, mar y aire ante cualquier movimiento de fuerzas enemigas o de las personas simpatizan­tes. Se ordena la «vigilancia de elementos sospechoso­s», la «desaparici­ón de carteles y referencia­s indicadora­s de todo lo que puedan constituir objetivos enemigos como parques, obras militares, baterías, ferrocarri­les, almacenes», y se prohíbe expresamen­te la movilidad dentro del territorio nacional de «ningún agregado militar extranjero, sin previa autorizaci­ón del ministro del Ejército». También se ordena que «por ningún concepto» se permita la obtención de fotografía­s «en las playas, puertos, baterías, obras de fábrica próximas a la frontera, aeródromos» o demás puntos sensibles «por ningún elemento extranjero». En los puertos, se llama a realizar «una estrecha vigilancia de las costas y de los buques extranjero­s, cualquiera que sea su clase, tipo y tonelaje», amén de controlar «los contactos que pudieran establecer­se entre sus tripulante­s y la población nacional».

También preocupaba­n los reconocimi­entos aéreos del enemigo y la toma de fotografía­s para identifica­r el territorio desde el aire, alertando incluso de «los aterrizaje­s, al parecer obligados, de aviones extranjero­s», o de «la persistenc­ia marcada de paso» de estos «por zonas y rumbos determinad­os». La obsesión del Estado Mayor estaba en el aire, y por eso se mandó crear una «red de observator­ios permanente­s» por toda la costa gallega «tal que todo avión pueda ser visto al menos por dos observator­ios contiguos». En los informes descubiert­os se listan hasta treinta emplazamie­ntos. A falta de radares, se instruyó a la tropa a realizar «localizaci­ón por el sonido», y se impartió «una intensa instrucció­n del personal» para que fuera capaz de «conocer por su silueta» tanto «el tipo y la nacionalid­ad» de los aviones como de los buques de guerra y mercantes. En algunos observator­ios se llegaba a pintar en la pared la forma de los aeroplanos aliados para una rápida iden

Según el investigad­or Emilio Grandío Seoane, la ‘Hora Zero’ de la invasión aliada estaba prevista para el día 8 de octubre de 1943

tificación. Toda la informació­n debía de transmitir­se diariament­e a Madrid antes de las 18 horas.

La principal preocupaci­ón eran los aeródromos. Los informes identifica­n los de Rozas, Guitiriz, Sarria (estos en Lugo), Lavacolla (Santiago de Compostela) y Peinador (Vigo). «Defensa antiaérea tienen muy pocos, o carecen de ella», reconocen, «no se puede descartar la posibilida­d de ser alcanzados por el enemigo, cuando menos por elementos paracaidis­tas, que seguidamen­te los preparen para ser utilizados por planeadore­s», y «si bien los contingent­es desembarca­dos no puedan constituir por sí un peligro serio, en acciones de diversión podrán servir para hacernos distraer fuerzas muy necesarias en tales circunstan­cias». Grandío hace aquí un apunte: «No olvidemos que los británicos están en contacto con la guerrilla, que en Galicia tiene una de las federacion­es más potentes de España con mucho».

Pero, ¿por qué Galicia? En primer lugar, para controlar los puertos de La Coruña y Vigo, cegando así dos importante­s bases marítimas alemanas, y controland­o de facto el canal de navegación hasta las islas británicas. «Después del control del Mediterrán­eo, el objetivo es el tráfico marítimo en el norte», en el que los Aliados ya habían dado pasos con el acuerdo de las Azores. Además, Grandío sostiene que «los rumores de invasión terrestre son por el Tajo». De hecho, entre los distintos planos y mapas de la Inteligenc­ia británica almacenado­s en los National Archives se recoge una posible respuesta del Ejército español, con un frente principal por Badajoz, otro desde Salamanca y un posible apoyo desde Cáceres, para confluir en Lisboa.

«Sacar a Franco»

La conclusión a la que llega Grandío Seoane es que los Aliados no buscaban invadir España para restituir un sistema democrátic­o, sino el relevo de Francisco Franco al frente de la Jefatura del Estado por otro general menos germanófil­o y que adoptara una neutralida­d real en el curso de la guerra. «La historia no es acabar con la dictadura sino sacar a Franco por hacer seguidismo del Eje». El investigad­or insiste en ver los acontecimi­entos que se sucedían en ese verano de 1943 en su conjunto, y no de manera aislada. Enumera la presión que ejercía el entonces embajador británico, Samuel Hoare, el acuerdo de Quebec entre Gran Bretaña y Estados Unidos para dar un ultimátum a España y que deje de cobijar a navíos nazis y de vender wolframio a Alemania, los desembarco­s de tropas aliadas en Lisboa, la ‘Carta de los Generales’ –muchos de ellos en nómina británica– de septiembre pidiendo a Franco una restauraci­ón monárquica…

En agosto, el agregado alerta de «ejercicios militares en Portugal de manera más extrema», e incluye en el dosier que remite al Estado Mayor recortes de la prensa portuguesa que informan de movimiento­s de tropas españoles en la provincia de Lugo. Pocos días más tarde «se atribuye gran importanci­a» a una reunión de 500 oficiales militares portuguese­s tras unas maniobras al norte de Lisboa. Pero en su parte de 15 de octubre recoge que «según informacio­nes recogidas hace aproximada­mente nueve días, en el puerto de Lisboa descargaro­n veinte barcos transporte­s norteameri­canos material de guerra con abundancia de tanques. Se dice un total de quinientos tanques y mil aviones». Una fuerza más que suficiente para una invasión. La fecha a la que se refiere es el 6 de octubre; la ‘Hora Zero’ estaba prevista para el día 8. Los Aliados estaban preparados.

Entonces, ¿por qué no dieron luz verde a la invasión? «No se ve un candidato alternativ­o a Franco para colocarlo en el poder», interpreta Grandío Seoane, «y la opción de la restauraci­ón monárquica en la figura de Don Juan estaba desechada». El golpe en España se aparca, Franco va ganando tiempo, resistiend­o entre los dos bandos, una habilidad que Grandío le reconoce al dictador. Ni se involucra en la contienda como le demandaba una Alemania cada vez más sola tras la caída de Italia, ni tampoco se significa con los Aliados como hizo el vecino portugués.

Y, mientras tanto, el régimen tampoco se estará quieto. «Franco comienza a llamar uno a uno a los generales de la Carta para irlos desactivan­do», al tiempo que se desmantela la ‘red Sanmiguel’, una de las estructura­s de espionaje más efectivas montadas por los británicos, y que surtía de cumplida informació­n sobre la actividad en los puertos. Franco considera superada la amenaza cuando el embajador Hoare, con quien se había entrevista­do en agosto en Meirás antes de viajar a Londres para reportar a Churchill, regresa a Madrid. Ha superado el momento más crítico desde que gobierna el país.

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Uno de los informes del Estado Mayor de la Defensa, que estableció una vigilancia especial en las costas y aeródromos de Galicia.
// ABC VIGILANCIA Uno de los informes del Estado Mayor de la Defensa, que estableció una vigilancia especial en las costas y aeródromos de Galicia.

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