En busca del Grial
La tradición señala que este monasterio cercano a Jaca, tumba de reyes, albergó el vaso de Cristo durante siglos
Tierra sagrada, cementerio de reyes y enclave mágico
La leyenda dice que el Grial, la copa que utilizó Jesucristo en la Última Cena, estuvo en el reino de Aragón durante más de once siglos. Fue llevado desde Roma a estas tierras por un servidor de San Lorenzo, diacono nacido en Huesca, tras el asesinato del Papa Sixto II en el año 258. Durante la ocupación musulmana de la Península, la reliquia pasó por diversos lugares como Loreto, el monasterio de San Pedro de Siresa y la catedral de Jaca. Finalmente llegó a San Juan de la Peña en 1076. Allí permaneció hasta 1399 cuando el rey Martín I se llevó el vaso sagrado a un palacio de Zaragoza. Posteriormente fue trasladado a Valencia.
El monasterio de San Juan de la Peña es un lugar emblemático en la historia de Aragón porque allí fueron enterrados sus reyes durante cinco siglos. Sus cuerpos descansan en tumbas excavadas en la roca bajo la que se construyó el primer templo en tiempos visigodos. El recinto está situado en el término de Botaya, a unos pocos kilómetros de Jaca. Pasa por este punto el camino aragonés de Santiago, por lo que era un sitio muy visitado por los peregrinos.
La búsqueda del Grial inspiró la mitología y la literatura medieval en la cristiandad europea. Ahí están el ciclo artúrico, los libros de Chrétien de Troyes o las leyendas galesas y germánicas en torno a la copa de Cristo. La tradición aseguraba que podía hacer milagros, entre ellos, curar a enfermos y resucitar a los muertos. Por ello, San Juan de la Peña era tierra sagrada, cementerio de reyes y enclave mágico donde se albergaban saberes ocultos.
Sobre sus antiguos restos visigodos, el monasterio fue construido en el siglo IX en las ruinas de un antiguo cenobio donde habían vivido eremitas consagrados a la meditación. Fue devastado por un incendio en 1675, lo que forzó a edificar un nuevo complejo que hoy coexiste con la antigua iglesia benedictina y su bello claustro.
Los monjes se trasladaron al recinto moderno, rehabilitado recientemente, bien soleado, mucho más grande y bastante más acogedor que la vieja edificación, construida bajo una montaña rocosa. No es una excepción porque hay otras ermitas y templos visigóticos que fueron edificados en grandes cuevas por razones hoy desconocidas.
Reza la leyenda que un noble llamado Voto estaba cazando por el paraje cuando avistó un ciervo. Corrió tras la presa, pero cayó con su caballo por un precipicio en la persecución. Voto lo atribuyó a un milagro divino porque topó en su descenso con una ermita dedicada a San Juan Bautista en la que yacía el cadáver incorrupto de Juan de Atarés. Desde ese momento, decidió cambiar de vida y se instaló allí para llevar una existencia monacal tras desprenderse de todos sus bienes.
A lo largo del siglo X, el rey García Sánchez cedió el monasterio a los cluniacenses, les concedió una serie de privilegios y ordenó probablemente la construcción del claustro románico, sin cubierta, protegido por la caverna que ubica el antiguo monasterio.
El claustro tiene varias docenas de capiteles que datan de diversas épocas. Los más antiguos del siglo XI muestran motivos geométricos y vegetales. Los posteriores, del siglo XII, fueron tallados por el llamado Maestro de Agüero, que representó escenas de la vida de Jesús. Podemos ver a ángeles alados velando la tumba de Cristo, a los apóstoles en la Última Cena o a Adán protegiéndose de su desnudez tras ser expulsado del Paraíso, unos bajorrelieves de extraordinaria elegancia y perfección técnica.
Como en todos los recintos sagrados medievales, no faltan interpretaciones esotéricas sobre algunos de sus símbolos. En San Juan de la Peña, hay quien observa alusiones a Géminis y a cultos a los gemelos Cástor y Pólux, referencia frecuente en la tradición templaria como signo de unión y de fuerza.
Podemos ver una inscripción a la entrada de la iglesia que dice en latín: «Por esta puerta cualquier fiel llega al cielo, más si guarda las leyes de Dios». Una alusión meridianamente clara a la santidad del enclave y al poder de la fe. Un lugar pleno de leyendas, de arte y de historia.