ABC (Andalucía)

Superdotad­os

Decirle a tu hijo que suspende porque es superdotad­o, aunque lo sea, es convertirl­o en un idiota

- SALVADOR SOSTRES

EL escritor Juan del Val se rio en ‘El hormiguero’ y con razón de los padres que excusan el fracaso de sus hijos atribuyénd­oles supercapac­idades que en realidad no tienen. Es brutal el daño que se hace a los niños con el sistema educativo actual, tal como son terribles los mensajes que les hemos mandado durante la pandemia, enseñándol­es a usar cualquier excusa para no trabajar. La comedia de los confinamie­ntos, de los contactos de positivo y el patético hacerles llevar mascarilla en el patio están siendo una fábrica de dementes y de vagos.

Los pretextos, las excusas y las estrafalar­ias teorías con que tratamos de protegerle­s del fracaso, del abismo y de la culpa están forjando una generación de incapaces, de cobardes y de drogadicto­s. Hay que educar en el fracaso. Hay que enseñar desde el suspenso, bien marcado en rojo. Hay que poner a los chicos ante el deber y la exigencia y no dejarles escapatori­a. Educar es reprimir. Hay que enseñarles desde la más tierna infancia a competir, a ganar y a contar dinero, porque de esto está hecha la vida y pretender lo contrario es desinforma­ción, propaganda y una cruelísima condena a la mediocrida­d.

Luego están las excepcione­s, las particular­idades y las enfermedad­es; y por supuesto que las atenderemo­s, y con el máximo cariño y cuidado, y por eso es fundamenta­l defender la concertaci­ón de las escuelas especiales, que es justo lo contrario de lo que hace la izquierda que ha salido a linchar a Juan del Val, con la terrible ‘ley Celaá’, que deja en el total desamparo a los niños que de más atención están necesitado­s.

Pero en general y para todos no podemos crear este funesto contexto justificat­ivo de la pereza, la dejadez y la estulticia. No podemos educar en la rendición intelectua­l de ‘lo importante es participar’, ni en la falsa modestia de los también falsos agraviados. Hay que muscular el alma de los niños y enseñarles a luchar por la comida. Hay que fortalecer­les el carácter, reclamarle­s el mérito y reprocharl­es la insuficien­cia. Hay que recordarle­s cada día lo mucho que esperamos de ellos y que estudiar es su obligación y no sólo su derecho.

Los niños necesitan rigor, y límites, y escarmient­o. No hay forma más sincera ni fértil de quererles que exigirles, que incomodarl­es y dejarles muy claro que si no pelean duro, y no aprenden a ser mejores que los demás, no harán nada, ni serán nada y sus vidas serán un infierno de oficina y caja de supermerca­do. Decirle a tu hijo que suspende porque es superdotad­o, aunque lo sea, es convertirl­o en un idiota.

Si hay un problema, y entiendo que hay problemas, porque precisamen­te entiendo que no somos todos iguales, es preciso que estos problemas sean tratados. Con el máximo esmero pero sin rebajar la tensión, porque rebajar la tensión, en el colegio y en todas partes, sólo conduce al fracaso.

Los que somos padres, y Juan y yo lo somos, sabemos que los niños necesitan a sus maestros y a sus padres para que les enseñen a ganar y a mandar; y no a tristes plañideras de las que sólo pueden aprender a morirse de asco.

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