ABC (Andalucía)

En la línea del frente: «Hablamos ruso pero somos ucranianos»

∑La ley de Kiev que exige que los diarios de la frontera se publiquen en ucraniano no genera problemas ∑«Amamos la cultura rusa, pero somos de este país; Putin no es Rusia», advierte la periodista Ilina Stronova

- G. PONTE / M. NIETO

La ciudad de Járkov, al este de Ucrania, amanece enterrada bajo la nieve y a dos grados bajo cero. Hace bastante frío y hay que tener cuidado con los carámbanos que se forman en los tejados. Las máquinas quitanieve­s se ponen en marcha muy pronto por la mañana para evitar atascos en las carreteras. En el centro de la ciudad, los estudiante­s militares se dejan ver con sus uniformes de camuflaje caminando en dirección a la universida­d.

En esta urbe, el imperialis­mo del presidente ruso, Vladímir Putin, no cala entre la población de algo más de 1.400.000 habitantes. A pesar de que la gran mayoría son ruso parlantes y comparten la misma cultura y tradicione­s, ellos se autodenomi­nan como ucranianos. «Claro que hablamos ruso, pero eso no define de qué nacionalid­ad somos. Hablamos ruso pero somos ucranianas», dice orgullosa Maria, una joven de 17 años que espera junto a su amiga Dasha el autobús en la parada. Las chicas no quisieron dar sus apellidos para proteger su identidad en caso de que las tropas rusas tomasen la ciudad. Ambas confiesan que en su grupo de amigos solo hablan de estos temas cuando algo «se torna realmente serio».

La «ucranizaci­ón»

«Sentimos un poco de presión por las amenazas de Putin pero creemos que no va a llegar a más», interrumpe Dasha en perfecto ruso. Las declaracio­nes del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el pasado 20 de enero, en las que afirmaba que el Ejército ruso podría intentar tomar la ciudad de Járkov, aumentaron las tensiones entre los jarkovitas. Sin embargo, aún no se respira aires de ambiente bélico. «No va a haber invasión. Yo estoy tranquila porque son puras amenazas», dice Petra, una señora mayor a las puertas de un supermerca­do.

En el pasado quedó leer la prensa o ver la televisión rusa. Las dos chicas se informan de la situación política actual, centrada en la movilizaci­ón de tropas rusas a la frontera, por los grupos informativ­os de Telegram (la plataforma de mensajería instantáne­a más extendida en el país) de los que forman parte. Una de ellas coge el móvil y muestra uno de esos grupos en el que están suscritas más de 167.000 personas. La última noticia difundida es un vídeo que se titula: ‘Por qué Putin quiere invadir Ucrania’ de Vecherniy Urgant, un programa de entrevista­s nocturno ruso.

Tras el EuroMaidán, las autoridade­s gubernamen­tales decidieron comenzar una especie de fenómeno llamado «ucranizaci­ón» de la sociedad. Para ello, la Rada Suprema ucraniana aprobó en 2019 una serie de leyes para encaminars­e hacia una transición que durará en principio hasta 2030.

Este año, por ejemplo, entró en vigor la ley que exige que todos los medios impresos se publiquen en ucraniano. No prohibiero­n la publicació­n en ruso, pero se estipuló que se deben publicar ambas versiones.

Ilina Stronova, directora del medio local ‘Time’, uno de los diarios más antiguos del país, confiesa que no es una opción rentable para los editores. «En Járkov la gran mayoría habla ruso y para nosotros es una pérdida de dinero imprimir la otra versión. En la web no es un problema porque ofrecemos los dos idiomas», explica y dice que es un tema delicado porque tras la Revolución de la Dignidad en 2014, se convirtió en un tema patriótico y aunque su lengua materna sea el ruso ellos se consideran ucranianos.

Separación de familias

«Mi esposo es ruso, yo soy ucraniana y mis hijos hablan los dos idiomas y no hay ningún problema en eso», señala y añade que Ucrania ya tomó su decisión de querer ser parte de Europa. «Con eso no digo que vamos a dejar atrás nuestros orígenes. La cultura rusa es una gran cultura y la lengua rusa es un gran idioma», afirma y las desvincula del jefe de Kremlin. «Putin no es Rusia», sentencia.

La periodista revela que su trabajo consiste principalm­ente en combatir la desinforma­ción originada por Ru

sia porque «estamos en una guerra híbrida» y en ofrecer argumentos a los lectores (unos 20.000 entre suscriptor­es y lectores de papel) que derriben la propaganda rusa que consumen por televisión.

Las acusacione­s del embajador ruso ante las Naciones Unidas, Vasili Nebenzia, el pasado lunes de que Estados Unidos y sus aliados está fomentando la «rusofobia» en el país vecino son ideas que quedan en papel mojado en esta ciudad ucraniana que queda a escasos 40 kilómetros de la frontera con Rusia.

Con la situación actual política se ha vuelto muy complicado cruzar la frontera. Muchas familias ruso-ucranianas se encuentran separadas y luchan por mantener sus vínculos. Muchos de los habitantes de Járkov han tenido que acostumbra­rse a estar alejados de sus seres queridos. Una situación que viven desde 2014 cuando tuvo lugar la insurgenci­a separatist­a apoyada por Rusia en las ciudades de Donesk y Lugansk, al este de Ucrania.

El paso todavía sigue siendo posible para los rusos pero es un proceso largo y tedioso, ahora más, con la situación de la pandemia del coronaviru­s. Sin embargo, las autoridade­s ucranianas temen la infiltraci­ón de soldados rusos por eso son muy estrictos.

La situación no da señales de cambiar, ante las advertenci­as de Washington de una inminente invasión rusa. El primer ministro británico, Boris Johnson, advirtió ayer de que una eventual ocupación de Ucrania sería un «desastre político y humanitari­o». Mientras tanto, Putin gana tiempo al dejar abierta la vía diplomátic­a.

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// MATÍAS NIETO Dasha y María, dos estudiante­s de 17 años, hablan un ruso perfecto
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// M. NIETO Los ciudadanos de Járkov se sienten plenamente ucranianos
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// M. NIETO Ilina Stronova, directora del diario ucraniano ‘Time’
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