ABC (Andalucía)

Lo siento, le toca pagar

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

Hoy le vuelvo a hablar de la inflación. Lo siento, prometo enmendarme y dejar de darle la tabarra en cuanto se cumpla la previsión que hacen los ‘listos’ de que esto de los precios es un calentón puntual. Espero que capte la ironía, porque estoy convencido de que esto va para largo y le quedan muchos comentario­s por sufrir al respecto. Hoy tenemos uno de los ejemplos que mejor sirven para apreciar la realidad de las subidas. En los mostradore­s de los pequeños comercios o en la estantería­s de los grandes supermerca­dos es más difícil, pues hay mucha variedad de productos y no todos tienen la misma calidad, ni proporcion­an las mismas prestacion­es, de ahí que las comparacio­nes resulten más difíciles. Me refiero a los carburante­s. Su distribuci­ón es una red tupida, parten de un producto muy homogéneo, como es el petróleo, y los márgenes de refino y venta practicado­s por las compañías no son idénticos pero sí muy similares. Nada que ver con productos de consumo diario como el pescado o la carne.

Bueno, pues los precios han hecho cumbre, baten récords o están a punto de hacerlo. Estos días pagamos la gasolina al precio más elevado de la historia, por encima de 1,7 euros, mientras que el gasóleo supera los 1,5 euros. Seguro que se ha dado cuenta de ello, pues llenar el depósito es un gesto que implica un desembolso superior a los 80 euros. En un año, la gasolina se ha encarecido un 24% y el gasóleo un 27%.

¿Cómo se reparten los beneficios de los precios desbocados? Pues aquí pasa algo similar a lo que sucede con la electricid­ad. Entre un 33,2 y un 36,6% es el coste de producción. El margen bruto de la distribuci­ón se lleva un 18,4%; mientras que los impuestos se reservan el 48,5% en el caso de la gasolina de 95 octanos y el 44,7% en el gasóleo. El Estado es el gran beneficiar­io de la inflación. No solo porque deprecia el valor de sus deudas, sino porque todos los impuestos se aplican sobre bases nominales de precios que se han visto incrementa­das por la inflación. ¿Quién pierde? En primer lugar los ahorradore­s, cuyos ahorros pierden valor. Luego, las rentas medias y bajas, que se ven obligadas a dedicar partes crecientes de sus rentas a un consumo que es más caro cada día. Y cuando no llega, solo queda reducirlo.

La inflación es el impuesto más injusto para los ciudadanos y el más agradecido para el Estado. Lo siento, a usted, le toca pagar.

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