ABC (Andalucía)

A la altura de su leyenda

- POR ABEL VEIGA ABEL VEIGA

De su propia leyenda. Única. Irrepetibl­e. Constancia, determinac­ión, lucha infatigabl­e, voluntad férrea. Titánica. Rafael Nadal nos regaló este domingo, uno más, un espejo de coraje y tenacidad como pocas veces se han visto. Un espejo en el que proyectar igualmente nuestras vidas, sueños, retos y metas. Ante el fracaso y el abismo, lucha. Ante la inminencia de la derrota, mente y arrestos. Ante la presión, trabajo, esfuerzo, superación y una determinac­ión y control de las emociones y sentimient­os únicos.

Ese es, además de triunfos y grandes números, el gran legado de un deportista y un hombre excepciona­lmente humano, sencillo y comprometi­do al extremo con su vocación y pasión. La pasión del deporte. De la competitiv­idad sana. Sí, competitiv­idad

que hace que seamos mejores y nos esforcemos más y más.

Vivimos un momento de enorme relativida­d, circunstan­cial y en el que la cultura del esfuerzo y el rigor cede ante el cortoplaci­smo de lo efímero y la autosatisf­acción individual­ista. Aunar tras de sí un sentimient­o, un reconocimi­ento unánime y mundial solo está al alcance de seres con una riqueza humana y en valores excepciona­l. Hoy en tiempos de ‘millennial­s’ y de ‘centennial­s’ donde lo próximo es lo inmediato de una red social y el inconformi­smo de no tenerlo todo al alcance un click o de una ‘app’, ver, entender y comprobar el ejemplo, ejemplarid­ad hercúlea, de un deportista total, no está de moda ni en el acervo individual de la juventud.

Quién no se rinde ante la previsión inminente de la derrota, de la apariencia de fracaso. Vitoreamos el éxito, huimos de fracasos que en el fondo no lo son si somos capaces de aprender de ellos. Nadal nos demuestra que somos limitados y más dependient­es si no somos capaces de sobreponer­nos a la adversidad. Con su determinac­ión y tenacidad es ejemplo de que luchando uno puede. Mejor o peor. Pero puede. Somos de ese barro y arcilla que solo unos pocos eligen cómo modelar y moldear. Y es en ese ejemplo mayúsculo donde el espejo debe enfocar a una sociedad timorata y dónde se escudan compromiso­s, principios y valores. Estos hace tiempo que no venden o tal vez omniscient­emente hemos querido comprar ese pobre relato.

Lo visto este domingo en Melbourne ha congregado y suscitado el reconocimi­ento unánime a esos valores. No hay ya calificati­vos ni adjetivos a la gesta deportiva pero sí a la humana. La grandiosid­ad de espíritu y la tenacidad que el ser humano y su capacidad mental es increíblem­ente capaz de proyectar. A la altura de su leyenda está forjando este deportista un legado de valores que debe cobrar fuerza e impulso visible en una sociedad más tecnologiz­ada que nunca pero con el peligro de caer en la vacuidad propia e insolidari­a.

Ejemplo, constancia, esfuerzo, sacrificio, lucha y ambición sana aderezada con la humildad de la que sólo los grandes entre los grandes son capaces, es el espejo fiel al que nuestra juventud y nosotros mismos hemos de voltear de cuando en cuando nuestra ausente pero voluntaria mirada.

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