A la altura de su leyenda
De su propia leyenda. Única. Irrepetible. Constancia, determinación, lucha infatigable, voluntad férrea. Titánica. Rafael Nadal nos regaló este domingo, uno más, un espejo de coraje y tenacidad como pocas veces se han visto. Un espejo en el que proyectar igualmente nuestras vidas, sueños, retos y metas. Ante el fracaso y el abismo, lucha. Ante la inminencia de la derrota, mente y arrestos. Ante la presión, trabajo, esfuerzo, superación y una determinación y control de las emociones y sentimientos únicos.
Ese es, además de triunfos y grandes números, el gran legado de un deportista y un hombre excepcionalmente humano, sencillo y comprometido al extremo con su vocación y pasión. La pasión del deporte. De la competitividad sana. Sí, competitividad
que hace que seamos mejores y nos esforcemos más y más.
Vivimos un momento de enorme relatividad, circunstancial y en el que la cultura del esfuerzo y el rigor cede ante el cortoplacismo de lo efímero y la autosatisfacción individualista. Aunar tras de sí un sentimiento, un reconocimiento unánime y mundial solo está al alcance de seres con una riqueza humana y en valores excepcional. Hoy en tiempos de ‘millennials’ y de ‘centennials’ donde lo próximo es lo inmediato de una red social y el inconformismo de no tenerlo todo al alcance un click o de una ‘app’, ver, entender y comprobar el ejemplo, ejemplaridad hercúlea, de un deportista total, no está de moda ni en el acervo individual de la juventud.
Quién no se rinde ante la previsión inminente de la derrota, de la apariencia de fracaso. Vitoreamos el éxito, huimos de fracasos que en el fondo no lo son si somos capaces de aprender de ellos. Nadal nos demuestra que somos limitados y más dependientes si no somos capaces de sobreponernos a la adversidad. Con su determinación y tenacidad es ejemplo de que luchando uno puede. Mejor o peor. Pero puede. Somos de ese barro y arcilla que solo unos pocos eligen cómo modelar y moldear. Y es en ese ejemplo mayúsculo donde el espejo debe enfocar a una sociedad timorata y dónde se escudan compromisos, principios y valores. Estos hace tiempo que no venden o tal vez omniscientemente hemos querido comprar ese pobre relato.
Lo visto este domingo en Melbourne ha congregado y suscitado el reconocimiento unánime a esos valores. No hay ya calificativos ni adjetivos a la gesta deportiva pero sí a la humana. La grandiosidad de espíritu y la tenacidad que el ser humano y su capacidad mental es increíblemente capaz de proyectar. A la altura de su leyenda está forjando este deportista un legado de valores que debe cobrar fuerza e impulso visible en una sociedad más tecnologizada que nunca pero con el peligro de caer en la vacuidad propia e insolidaria.
Ejemplo, constancia, esfuerzo, sacrificio, lucha y ambición sana aderezada con la humildad de la que sólo los grandes entre los grandes son capaces, es el espejo fiel al que nuestra juventud y nosotros mismos hemos de voltear de cuando en cuando nuestra ausente pero voluntaria mirada.