Máster de ‘tetología’
Ahora, como con Franco, hay que aprobar un examen para conseguir el carné de artista
A L‘tetología’ es materia programática en el cacao de la izquierda, que lo mismo aclama a Neil Young por retirar sus canciones de Spotify en protesta por la politización de la música que pide explicaciones en el Congreso por el pechamen de Eurovisión. ¿Qué hay más machista que el uso del pezón como metonimia de la mujer? La cultura es el primer manguito que se suelta en el motor de la democracia. La criba entre artistas buenos y malos en función, no ya de la ideología, sino de si hay o no mensaje partidista en su obra es una fórmula troglodita. Pero a España siempre le ha interesado más la opinión de la farándula que la de la academia, de ahí que Almodóvar, Bardem o Belén Esteban tengan más autoridad moral sobre el pueblo que Muñoz Machado o Valentín Fuster. Con Franco había que sacarse el carné de artista en unos tribunales delirantes que decidían si eras apto para el escenario. Ahora pasa lo mismo. Si no incluyes en tus canciones alguno de los clichés del rojerío, no apruebas. Si lo incluyes, puedes desafinar, irte de compás y hasta ser mudo.
Cuando el arte se subyuga al activismo político, se desintegra. Existe una plástica reivindicativa de mucha calidad. Por supuesto que la queja puede llegar a ser incluso el paroxismo de la emoción estética. Pero, por poner un ejemplo actual, Plácido Domingo no ha dejado de cantar bien porque varias mujeres le hayan denunciado. Más allá de que la presunción de inocencia le protege mientras no se demuestre lo que se le imputa, no la necesita para bordar el moro de Venecia de ‘Otelo’ de Verdi. Según este criterio palurdo, Picasso sería un pintor de gotelé. Dalí, que le envió a su padre un bote de semen con una frase que decía «ya no te debo nada», sería un albañil. Y Teresa de Calcuta tendría que haber sido una soprano sublime.
Me da no sé qué tener que escribir esta obviedad, pero Rigoberta Bandini canta menos que su mama. Otra cosa es que estemos de acuerdo, según el máster oficial de ‘tetología’, en que España es una superpotencia en el arte de vivir de la teta.