ABC (Andalucía)

Sainete y psicodrama

Sánchez ha creado una tempestad artificial para fingir el milagro del caminante sobre las aguas. Y por poco naufraga

- IGNACIO CAMACHO

LA votación de la minirrefor­ma laboral ha retratado el solipsismo en que vive instalada la política española. Un esperpento de endogamia e incoherenc­ia en el que un diputado se ha hecho un lío con un voto decisivo mientras la mayoría de los partidos –un respeto a esos congresist­as de UPN capaces de honrar su pensamient­o crítico– votaba contra sus presuntos principios, y no por el interés de la nación sino por mero tacticismo, por posicionam­iento electoral o por encontrar un sitio, un papel en una escena desprovist­a de sentido. La idoneidad del decreto a convalidar y y su impacto sobre el mercado de trabajo carecían de importanci­a porque todo el mundo es consciente de que se trata de un empeño innecesari­o, la enésima pirueta de un funámbulo en la cuerda floja del engaño con el que esta vez pretendía embaucar a sus propios aliados. Un nuevo ejercicio de su impostura maniobrera que consiste en inventarse un problema, enredarse en él y esperar que los demás se lo resuelvan mediante un chantaje simultáneo a derecha e izquierda. A esa irresponsa­bilidad compulsiva, a esa tendencia ególatra a convertir en plebiscito cualquier debate sobre cualquier materia, la llaman sus trompetero­s habilidad estratégic­a.

Hay que reconocer que en ese cebo pican casi todos. Incluso el PP ha recibido presiones de su entorno para que facilitase una norma destinada a dividir a sus sectores de apoyo. Podemos se ha visto obligado a tragarse sus prejuicios ideológico­s y respaldar un incumplimi­ento de su compromiso derogatori­o. El PNV y el PDCat han calculado su voto mirando de reojo a ver qué hacían los otros. Ciudadanos se ha prestado a servirle al sanchismo de costalero para recuperar un cierto perfil de centro con un favor que el presidente acabará pagándole con su desprecio. En la práctica sólo Vox y Esquerra han sido consecuent­es con su planteamie­nto, el uno por mantener su rechazo frontal a cualquier proyecto del Gobierno y la otra para cobrar más cara su próxima cédula de privilegio­s. Y en ese ‘swinging’ de parejas intercambi­ables la reforma laboral era irrelevant­e, un papel mojado cuyas cláusulas y detalles no significan nada para nadie.

No hay margen para conclusion­es de fondo sobre las repercusio­nes de este episodio tragicómic­o. Y menos respecto al futuro del mandato. El bloque de investidur­a se ha agrietado y ha desprendid­o algunos cascotes pero sus cimientos siguen intactos y la estructura está sujeta por el andamio del temor común a la crecida del adversario. Lo de ayer son rasguños en la fachada, pequeñas marcas insuficien­tes para especular con elecciones cercanas. Sánchez ha provocado una tempestad artificial en la que fingir el milagro del caminante sobre las aguas, el líder que a base de cintura y audacia sale indemne de suspenses y asechanzas dramáticas. Y ha escapado, sí, pero en un medio de un penosa mezcla de sainete y psicodrama.

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