ABC (Andalucía)

ACEREDO, EL ‘TITANIC’ DE LA ESPAÑA SECA

El embalse de Lindoso atesora uno de los relatos más emotivos: huidas con el agua al cuello, muertos que no se resignan a ahogarse y personas que cerraron con llave su vivienda antes de abandonarl­a

- Por FERNANDO MÉNDEZ

Margarita de Brito y Mario González tienen 72 y 75 años. Caminan por un desierto de lodo donde un día estuvo su hogar, llevando con ellos la foto de su boda (la única imagen que conservan de aquel feliz acontecimi­ento). Para ellos es muy importante. «Nos la hizo un fotógrafo manco que recorría España en su moto», recuerda Mario, quien posa agarrando del hombro a su esposa para ayudarla a transitar entre raíces resecas, cascotes y ruina.

El matrimonio tiene su vivienda apenas cien metros montaña arriba, en uno de los parajes naturales más hermosos de la Galicia interior: el municipio de Lobios, al sur de la provincia de Orense, a pocos kilómetros de la frontera con Portugal. Pero ahora Buscalque –la aldea donde hace más de medio siglo comenzó está historia de amor– es una playa sin horizonte y llena de cascotes, bañada por el río Limia. Y la foto va con ellos, paseando entre los recuerdos.

Como náufragos que son, Margarita y Mario tienen en su rostro tanta amabilidad como pena. Repiten una y otra vez que no quieren que su historia se olvide, porque es también la de miles de personas que vieron sumergidas en unas aguas injustas las ilusiones de varias generacion­es. En concreto, a ellos, hace exactament­e treinta años, el embalse de Lindoso les arrebató la infancia y la juventud.

Cuando están a punto de cumplirse 110 años del hundimient­o del transatlán­tico más famoso de la historia, emerge en la España rural un particular ‘Titanic’. La causa: un invierno anormalmen­te seco que provoca que miles de pueblos que un día desapareci­eron bajo los pantanos «por el bien energético de todos» queden ahora al descubiert­o exhibiendo sus esqueletos de lodo y piedra, los cuales parecen aflorar animados por un último grito de rebeldía, ese que lanzaron muchos vecinos que tuvieron que huir con lo puesto nada más cerrarse las compuertas del embalse.

Estamos en un invierno raro. Y esta anomalía climática se acentúa aún más en la provincia de Orense (el ter

mómetro registró oscilacion­es térmicas de 25 grados en un mismo día). Todo ello sin una gota de lluvia, algo bien distinto a lo que ocurrió aquel 8 de enero de 1992. «Fue el día más lluvioso en décadas –recuerda Margarita–. Mis suegros no se creían que los portuguese­s fuesen a cerrar las compuertas y por eso aquella noche se acostaron con toda normalidad; ni se imaginaban lo que les esperaba al día siguiente. ¡Y menos mal que fui a rescatarlo­s! –dice apretando su cayado–: el agua me llegaba a las rodillas y subí las escaleras como pude, cogí a mi suegra en brazos y la bajé para ponerla a salvo, mientras le gritaba a mi suegro para que saliese de la casa a toda prisa». En su sorprenden­te relato, la mujer cuenta que otros vecinos habrían preferido hundirse con sus viviendas. «Cualquier cosa antes que abandonarl­as. Tal es así que la Guardia Civil tuvo que sacarlos por la fuerza para evitar que cumpliesen su palabra. Y créame: le aseguro que lo habrían hecho».

En Galicia, el sentimient­o de pertenenci­a a la tierra es algo sagrado. Fue lo único que no calcularon los portuguese­s cuando proyectaro­n la construcci­ón del embalse.

«Un volcán de agua»

Al igual que Buscalque, otros pueblos de los municipios de Lobios y Entrimo como A Reloeira, O Bao, Quintela o el más importante de todos, Aceredo, corrieron una suerte parecida en aquel invierno de 1992. Medio millar de personas perdieron sus casas y sus fincas, y otras 2.500 se vieron afectadas por la obra de Alto Lindoso, uno de los mayores complejos hidroeléct­ricos de Europa, cuya presa tiene una altura de 110 metros, con una caída de agua que supera los 300 metros. Los números de esta mastodónti­ca obra –realizada a caballo entre España y Portugal por la empresa Electricid­ade de Portugal (EDP)– hablan por sí solos: coste, 540 millones de euros; producción energética, 970 millones de kilovatios, y empleos, 1.300 obreros. Su construcci­ón comenzó a planificar­se en 1968, en tiempos del «baby boom» y fue el primer embalse construido en Portugal que anegaba terrenos de España (más de mil hectáreas).

Margarita se lamenta. «Nadie se creía que un día cerrarían la compuerta y lo inundarían todo», y Mario añade que «pagaron las indemnizac­iones, pero hay cosas que el dinero no compra y que el tiempo tampoco cura. Era David contra Goliat», dice, recordando que hubo familias que resistiero­n hasta el último minuto y que tuvieron que abandonar sus casas dejando muebles, enseres y la mayoría de sus recuerdos. «Fue como un volcán de agua».

Otro de los náufragos, Francisco Villalonga, un músico jubilado que es un estudioso de las consecuenc­ias del embalse, opina lo mismo. Nos cita un kilómetro río arriba, sobre la panorámica que muestra el esqueleto del antiguo pueblo de Aceredo; allí desplegand­o sobre el capó del coche un álbum con fotos antiguas, relata sus vivencias como arrancándo­se de la piel sanguijuel­as de añoranza. El ‘Gallato’ –apodo familiar que exhibe con orgullo– coincide con Margarita y Mario al afirmar que una de las cosas que más le impactó fue ver a personas cerrar con llave la puerta de sus casas antes de abandonarl­as, «a pesar de saber que iban a ser tragadas por las aguas del pantano».

Aceredo era el núcleo más grande de la zona. Tenía cinco tienda, bar, servicio de correo y una próspera actividad agrícola y ganadera. «Pero era un pueblo encarcelad­o: en las décadas de los 60 y los 70 la frontera con Portugal estaba cerrada todo el año excepto quince días en julio, y claro, así era imposible que la comarca progresase», afirma.

También recuerda lo que supuso para los vecinos el «éxito» de trasladar piedra a piedra la iglesia y el cementerio hasta su nueva ubicación, curiosamen­te a un pueblo llamado Compostela (quizás el destino les dio así un consuelo espiritual). «Eso no quita que muchos difuntos sigan aún hoy hundidos en el lugar del antiguo camposanto: eran aquellos que no tenían familia o cuyos descendien­tes ya no volvieron por el pueblo. Nadie los reclamó», explica.

Hace unos días la empresa que explota la central hidroeléct­rica pidió a los alcaldes de la comarca que controlase­n las visitas a los pueblos del embalse, algo que se ha convertido en un reclamo turístico. Sin embargo, los regidores consideran indignante tal requerimie­nto por entender que se trata de unos terrenos que fueron expropiado­s por EDP y, por lo tanto, no competen al ámbito municipal. «Los sentimient­os son muy difíciles de manejar», afirma la alcaldesa de Lobios, María del Carmen Yáñez, quien apelando a la responsabi­lidad de los visitantes se pregunta «cómo negarle a alguien el reencuentr­o con su recuerdo».

Un día el escritor José Luis Méndez Ferrín dijo: «A los muertos no hay quien los ponga de vivos», definiendo así las palabras rabia y resignació­n. ¿Será ese el secreto para sobrelleva­r la pena que inunda esta comarca orensana? ¿Dejar que el pasado descanse en paz sin olvidar ni un segundo lo que fue?

Quizás por eso, hoy, la fuente pública de Aceredo sigue intacta, manando agua a pesar de haber permanecid­o hundida a cien metros de profundida­d durante treinta años. Es lo único que sobrevive en medio de la devastació­n. Tal vez porque el destino de los náufragos es ese: aferrarse a la esperanza líquida del agua tanto en la vida como en la muerte.

Evitar a los turistas

LA ELÉCTRICA EDP HA PEDIDO A LOS ALCALDES ORENSANOS DE LA COMARCA QUE IMPIDAN EL ACCESO DE CURIOSOS AL EMBALSE: SE HAN NEGADO

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La sequía ha vaciado el embalse de Lindoso y ha devuelto a la superficie los restos de Arecedo, donde la vida se detuvo de golpe hace treinta años
// REPORTAJE GRÁFICO: MIGUEL MUÑIZ EL RECUERDO DE MARIO Y MARGARITA La sequía ha vaciado el embalse de Lindoso y ha devuelto a la superficie los restos de Arecedo, donde la vida se detuvo de golpe hace treinta años
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