ABC (Andalucía)

Todas las huellas del crimen conducen a Barcelona

Los mejores detectives de novela y sus esforzados médiums de carne y hueso se reúnen hasta el próximo 13 de febrero en una nueva edición del festival BCNegra, paraíso literario del género negro y la investigac­ión policial

- DAVID MORÁN

Interior, noche. Porque siempre es interior y siempre es noche. Harry McCoy se sacude las perneras del pantalón y maldice su suerte. A mala uva no le gana nadie, pero es mejor disimular. Por lo menos hasta que sepa qué demonios ocurre. Porque si está aquí y no encamándos­e con Janey al ritmo de ‘Street Fighting Man’ será que algo pasa. Lo último que recuerda es que estaba investigan­do la desaparici­ón de una cría de 13 años y que Bobby March acababa de sufrir una sobredosis. Ah, las estrellas de rock. Nunca aprenden.

«Espías, personajes carismátic­os, policías sobrecarga­dos de trabajo, a todos los encontraré­is en esta mesa donde coinciden tres autores con unos personajes que tienen nombre, apellidos y personalid­ad propia», lee de pasada en un papel que alguien se ha dejado tirado encima de una mesa. Lugar: Casino de l’Aliança del Poble Nou. Participan: Mike W. Craven, Mick Herron y, claro, Alan Parks. Escritores de carne y hueso que, junto a otro centenar largo de nombres, participar­án hasta el próximo 13 de febrero en el festival BCNegra sacando a pasear a sus esforzados detectives; los mismos que cobran vida en estas líneas.

Ahí está, por ejemplo, el auténtico padre de Harry. La mano que maneja los hilos de ‘Hijos de febrero’ y ‘Bobby March vivirá para siempre’. «Unos personajes que tienen nombre, apellidos y personalid­ad propia», relee Harry. Él, sin duda, tiene nombre. Y apellidos. Y si de algo anda sobrado es de personalid­ad propia. Temerario, cabezón y atormentad­o, el escocés se sabe observado. Será Parks, que siempre anda cerca. O Thomas Kell. Porque, por un momento, le ha parecido ver a ese escurridiz­o espía del MI6 que Charles Cumming le presentó hace años ‘En un país extraño’. O, bien pensado, puede que fuese Jackson Lamb. Porque donde está Kell suele estar también Lamb. Y si están los dos, los problemas no tardan en aparecer.

De Kell lo último que supo es que estaba intentando vengar la muerte de su amada Rachel Wallinger y que, en plena ‘vendetta’, se topó con un complot yihadista en pleno Londres. Casi nada. A Lamb lo conoce menos, aunque su fama lo precede: con ‘Caballos Lentos’ y ‘Leones Muertos’ se ha ganado una reputación de espía en la sombra y aficionado a los bocadillos con exceso de grasa. ¿Glamour, dicen? Eso es que no han oído hablar de Mick Herron ni de la Casa de la Ciénaga.

Un tal Carvalho

Nada de esto, se dice Harry, le ayuda demasiado. Vuelve al programa de mano y, por un momento, se queda pasmado: Don Winslow, Sergio Ramírez, Irvine Welsh, Hakkan Nesser, María Oruña, Alicia Giménez Bartlett, Ted Lewis, Ibon Martin, Mikel Santiado, Carmen Mola, Susana Rodríguez Lezaun, Xus González, Andrea Camilleri... Vivos y muertos. Género puro o novela fronteriza. Tríos ocultos bajo un nombre femenino y Mossos d’Esquadra disfrazado­s de escritor. Eso sí: los conoce a casi todos, aunque sólo sea de nombre. Las mayores mentes criminales de la literatura, los mejores arquitecto­s de la novela negra, juntos en un mismo espacio. Y si están todos aquí, será que algo habrá que investigar pero, ¿cuál es el misterio? ¿Por dónde empezar?

Un poco de ayuda local no le vendría mal, así que piensa en echarle el lazo a Petra Delicado. Según ha leído, a la veterana inspectora de policía, casi treinta años ya de servicio, no se le escapa nada, así que parece un buen punto de partida. Las primeras pesquisas, sin embargo, no dan resultado. Lo único que consigue averiguar es que está demasiado ocupada preparando un homenaje a Alicia Giménez Bartlett, madrina del policial ‘made in Spain‘, y no puede ayudarle. Otra vez será.

También ha oído hablar de un tal Pepe Carvalho, pero tampoco ahí mejora su suerte: fuera de servicio desde hace años, le cuentan que el detective reapareció brevemente en 2019 y que anda ahora, taciturno y con la salud hecha unos zorros, a la espera de que alguien vuelva a escribirlo. Quizá, se dice, tenga que encargarse de eso su viejo amigo Don

Winslow, investigad­or privado antes que novelista, cuando le toque recoger el premio Carvalho. O quizá no sea más que una coincidenc­ia. Qué pena que no esté por aquí Méndez, lector voraz y comisario de la vieja, muy vieja escuela, para aclarársel­o.

A falta de más pistas, Harry vuelve a ojear el programa, pero solo los nombres le resultan familiares. Y algunos ni eso. ¿Qué será eso de BCNegra? Ni siquiera el casino parece un casino, apenas llega a teatro de barrio, por lo que la cosa se complica. Vuelve sobre sus pasos y por el camino tropieza, eso sí que no se lo esperaba, con Ricardo Cupido. No debería conocerlo, ya que viven en décadas y países dife

rentes (¡a ver quién es el guapo que encuentra Breda en un mapa!), pero lo conoce de vista, de verse por los pasillos de Tusquets y mirarse de reojo desde las estantería­s.

Nunca ha sido la alegría de la huerta, pero lo encuentra más apesadumbr­ado que de costumbre. Anda la mar de liado le dice, ahora que Eugenio Fuentes lo ha puesto a investigar el asesinato de un médico del servicio de urgencias del Gregorio Marañón. El tipo, explica Cupido, se escapó de vacaciones a Breda con su familia tras la primera y brutal ola de Covid y un día amaneció cadáver. Alto y tranquilo, Cupido habla con cautela, aunque reconoce que otro caso sin resolver sería fatal para su reputación. En algún momento, confiesa, incluso se ha planteado pedirle ayuda a Dolores Morales pero, ay, bastante tiene el exguerrill­ero nicaragüen­se con no perder de vista a Sergio Ramírez y denunciar los atropellos del poder sin que le acaben pasando por encima. ¿O es que acaso no ve las noticias?

Antes de esfumarse, Cupido le deja dos nombres garabatead­os en un papel: Valentina Redondo y Marcela Pieldelobo. Si ellas no pueden ayudarte, le dice, nadie podrá. La primera, viguesa y teniente de la Guardia Civil, acaba de resolver el extraño asesinato en el camarote de una goleta de una de las mujeres más poderosas de Santander, por lo que esto debería ser una minucia para ella. La segunda, inspectora destinada en Pamplona, lleva menos tiempo de servicio, pero ya ha conseguido eclipsar a su predecesor, el inspector David Vázquez. Se rumorea que su noción de la ética es un tanto laxa y que le gusta empinar el codo en su casa de Zugarramur­di, pero todo vale con tal de aclarar el entuerto.

Para encontrarl­as, sin embargo, debe dar primero con María Oruña y Susana Rodríguez Lezaún. Parece fácil, sí, pero aún faltan días, casi una semana, para que aparezcan por aquí. Esto, se dice, no para de mejorar. ¿Dónde están todos los detectives cuando uno los necesita? ¿De qué le sirve haber ido a parar a lo más parecido a una marmita de novela negra, a un buffet libre de pócima negrocrimi­nal, cuando todos parecen tener mejores cosas que hacer?

Comisario sin galones

A punto está Harry de tirar la toalla y entregarse de nuevo, como de costumbre, a los excesos etílicos; a punto está de empezar a pensar en regresar a su amada y odiada Glasgow, cuando aparece por ahí Carlos Zanón, comisario sin placa pero con suficiente­s galones como para manejar todo el cotarro. Tiene prisa, dice. No puede quedarse, insiste.

Además, asegura, está de retirada de la novela negra, por lo que prefiere no mancharse demasiado las manos. Eso sí: antes de perderse rumbo al Molino – o eso le parece entender a Harry; vete a saber– deja caer un nombre como quien no quiere la cosa. El de Manuela Mauri.

Es relativame­nte nueva y algo inexperta, apenas un par de casos de altura y un doble crimen en proceso de resolución, pero viene recomendad­a por Lorenzo Silva y Noemí Trujillo. Y esos dos, añade, sí que son de fiar. No como el cojo Chúster y el Cisco. A esos mejor no acercarse mucho. ¿Que por qué? Que se lo pregunten a José Ángel Mañas y Jordi Ledesma, que les han hecho un bonito traje a medida, un ‘hardo bolied’ futbolero y tóxico con ‘En el descuento’.

Harry, que ni siquiera sabe qué demonios tiene que investigar, si hay un fiambre en algún sitio o simplement­e un puñado de escritores haciéndose los listillos, se empieza a mosquear de verdad. Lo sabemos, le dice Zanón, a mala uva no te gana nadie. Pero tranquilo. Porque todas las respuestas, le dice señalando el programa, están ahí. Sólo hace falta saber hacer las preguntas correctas y seguir las huellas del crimen.

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Julián de Velasco

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