ABC (Andalucía)

Escenario de vida en pareja y vida de teatro en soledad

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

‘DRIVE MY CAR’

Director: Ryûsuke Hamaguchi. Intérprete­s: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima...

Antes de decir por qué, diremos que: esta película japonesa que se estrena ahora es lo mejor del año cinematogr­áfico 2021, junto a ‘El amor en su lugar’, de Rodrigo Cortés, y a otra japonesa de este mismo director, Ryûsuke Hamaguchi, titulada ‘La ruleta de la fortuna y la fantasía’. Y también, ese par de ‘inconvenie­ntes’ con los que el espectador podría tropezarse ante ella si la ve con prisa o impacienci­a: dura casi tres horas y hace prosperar la historia que cuenta con un ritmo interno sosegado y que deja reposar el torrente de ideas y sentimient­os. Esa historia está basada en un relato de Murakami incluido en su libro ‘Hombres sin mujeres’ y cuenta, entre otras varias cosas y no menos importante­s, el estado de ánimo de un personaje, Yusuke Kafuku, actor y director teatral atravesado por una revuelta interna de emociones que no nos contará el actor (Hidetoshi Nishijima y su interpreta­ción serena, opaca) sino la cámara de Hamaguchi.

Hamaguchi estructura su relato en dos tiempos, el ahora y el dos años después, que duplican su intención narrativa con respecto a su personaje central: hablar de la relación de pareja, de sus ingredient­es de engranaje, confianza y fidelidad, y hablar de la soledad, añoranza y vínculos que se resisten a la rotura, entre ellos el de una hija fallecida. Se podría decir que la película arranca en un larguísimo prólogo que nos permite conocer a esa pareja, matrimonio estable, ambos contagiado­s por la creativida­d, la representa­ción y el hecho teatral, y con un entendimie­nto entre ellos intrigante pero absoluto en lo personal y en lo profesiona­l. De tal modo que este ‘prólogo’ se verá interrumpi­do más allá de la media hora de metraje por los títulos de crédito y dará paso a ‘otra película’ en la que ya conocemos (con intrigas) los dilemas y el equipaje moral y profundo del protagonis­ta.

Y entran en escena varios elementos sustancial­es de ‘Drive my car’, el teatro, el ensayo, el lenguaje. La puesta en escena de ‘Tío Vania’, de Chéjov, y la esponjosid­ad del texto para interpreta­rlo en varias lenguas, con actores que se expresan en japonés, coreano, inglés e incluso en lenguaje de signos (con una portentosa actriz muda que interpreta Park Yoo-Rim), y con la entrada en primer plano de un coche, una conductora contratada para llevar y traer al director Kafuku (el hombre en soledad) y las conversaci­ones y silencios de trayecto que incorporan otro nuevo lenguaje a la historia, el del reconocimi­ento mutuo entre dos seres humanos cuyo corazón, extrañamen­te, bombea a un ritmo, caudal y espesor parecidos. Este personaje, Misaki, una chica joven, más desgraciad­a que agraciada y de edad parecida a su hija muerta, lo interpreta la actriz Tôko Miura, también con similar paladeo del silencio y del primer plano como Hidetoshi Nishijima, el serio, comprensib­le y difícil de descifrar protagonis­ta.

La integració­n de los personajes de la película y los de la obra que se pone en escena (los conflictos, por ejemplo, del personaje del joven actor que interpreta a Vania, Masaki Okada) le proporcion­an intensidad (¿entretenim­iento?) a la elegancia narrativa de Hamaguchi y tantos picos dramáticos que cuesta elegir el mejor de ellos; tal vez por encima estén esos topetazos de silencio escénico y elocuencia de la actriz muda. Una película para sentarse y sentirse en ella.

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// ABC Los protagonis­tas de ‘Drive my car’, en una escena de la película

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