La intensidad del Athletic borra al Madrid
► Un postrero gol de Berenguer da el pase a las semifinales de Copa a los de Marcelino, que dominaron el partido
El conjunto de Marcelino presionó y consiguió ahogar al Real Madrid sin darle posibilidad alguna de realizar su fútbol
Ancelotti optó por Asensio como falso nueve para suplir la baja de Benzema
► El equipo de Ancelotti notó la ausencia de Benzema y los brasileños estuvieron cansados y desdibujados
Ancelotti respondió a las bajas con sabiduría. Por Benzema no entraría un nueve distinto, Jovic, sino no falso, nueve, intentando recomponer algunos de sus movimientos. El otro cambio, Alaba en el lateral lo equilibraba Kroos insertádose entre él y Nacho, mejorando así la salida de la pelota.
El Madrid capeaba el temporal emotivo de San Mamés con colocación y circulación. El partido, latente, parecía a punto de estallar, como un conflicto, por una zona concreta en la que concedían Vinicius y el explosivo Nico Williams (ahí estaba el Donbass del partido).
Alaba no era realmente un lateral, sino casi un diez, se proyectaba elástico y parecía que se repartía sus funciones con Kroos, como si cada uno hiciera un poco de interior y otro poco de lateral. Kroos lo era por dentro, Alaba por fuera.
El Athletic probó a Courtois por primera vez en el minuto 9. Su mezcla de presión y empuje atávico, de táctica y costumbre, iba aculando al Madrid en el área. El Madrid parecía el invitado a un ritual. Los jugadores vascos gritaban, hacían de público también…
Empezaron las pérdidas, los errores del Madrid, que se debilitaba. Marcelino es el Simeone de esta temporada.
Una presión asfixiante
El peligro local era muy relativo, de todos modos, rondaba sin fructificar. Minuiain hizo una jugada personal en el 22. El Madrid sentía incomodidad, visible en el gesto rumiante de Ancelotti, pero no un peligro serio. Quizás el mayor fuera el riesgo de desconexión. El borrado de las dendritas por desabastecimiento de la pelota-oxígeno. Modric no aparecía, y Asensio, lejano, no llegaba al rescate de la media. No podía ni soñar con tener el efecto de faro, minarete y avituallamiento de Benzema. El juego era exterior y lejano, en el corredor de los centrales y los laterales, que es como la galería de la trinchera más alejada del frente.
El primer disparo del Real Madrid fue en el minuto 27, por Rodrygo, lo que da una idea de cuánto tiempo tuvo que pasar solamente remando, sacando agua, estabilizando el bote en la tempestad.
Vinicius no podía irse, no brillaba en el ataque, pero su partido era mudo, romo, de desgaste. Dani García le seguía, le hablaba como en un marcaje de dos baloncestistas que se pican tras un triple; por reiteración recibió una amarilla antes del descanso, y en el 43, en una peligrosa contra, Nico Williams se rompió o simplemente se lesionó.
Estos dos sucesos, que afectaban a una zona concreta del Athletic, pisada por Vinicius, hablaban de un cierto desgaste local antes del descanso.
Salió Berenguer por Williams y la segunda parte comenzó con intentos a balón parado del Athletic. La presión era la misma. El Madrid parecía un grupo en un portal viendo llover, esperando a poder salir. El Madrid no había podido correr, ni tocar, ni probar por alto, pero quizás por eso cualquier cambio en el partido, cualquier alteración en su equilibrio, solo podría sentarle bien.
La primera fue que Isco saliera por Vinicius, con dos partidos con Brasil en las piernas. Se dirá que mejor hubiera sido usarlo de refresco, pero Vinicius había hecho un trabajo de castigo.
Isco era un nuevo intento en el falso nueve, quería ser lo que no había podido ser Asensio, ese hombre que aún no había aparecido en el mediocampo del Madrid, el que bajara, el que llegara con el farolillo a iluminar, ser la luz al final del túnel.
Pero la presión del Athletic no iba a menos, sino a más, y al Madrid le costaba dar dos pases. Parado atrás como fortificado, casi cómodo, todas sus jugadas eran ya pérdida peligrosa o intento de contra. El partido iba cogiendo ese vértigo, ese vuelco binario. En el Madrid brillaba la defensa, y Asensio empezaba a ser muy útil en la conducción; Isco, como una boya lejana, estaba, se le veía. Entre los dos comenzaban a combinar y así, con pase de Asensio, tuvo Casemiro la primera ocasión del Madrid (minuto 80). Entre Isco y Asensio revivían una vieja sociedad que llegó a ilusionar al fútbol español y su equipo salía por fin del portal, subía, alargaba las jugadas. Lucas Vázquez, que había estado muy firme en defensa, se sumaba también al ataque con su simpática alevosía.
Lo intenta Asensio
Esos tres jugadores, especialmente Asensio, transformaban el partido a medida que se acercaba al 90. Ahora era el Madrid el que sacaba de esquina a partir de una circunstancial superioridad en la media (tres más dos, Isco y Asensio), pero el Athletic iba a dar su último zarpazo antes del pitido final o el Madrid pagar la alegría de haber salido al ataque, de haberse atrevido a hacer otra cosa que protegerse. El enésimo colapso en la salida, otro fallo entre Casemiro y Modric, de repente sí tuvo consecuencias y lo aprovechó Berenguer con un gran gol: quebró a Nacho y con el espacio conseguido colocó el tiro lejos de las posibilidades táctiles de Courtois.
El gol hacia justicia al partido del
Athletic, que había dominado gran parte del tiempo. El Madrid llegó tocado, cansado, especialmente frágil, y encontró lo de siempre en San Mamés, pero un poco más. Una intensidad electrizada y un juego colectivo sin fisuras, y con recursos suficientes. Marcelino ha llevado el 4-4-2 a una especie de perfección en estos partidos. Un equipo simétrico, elocuente y predecible para bien,
El Real Madrid reaccionó con una buena ocasión de Isco, que ha sido el gran llegador del Madrid en esta Copa del Rey. Acabó de ariete frustrado entre el júbilo local. Ante un Madrid mermado, Marcelino redobló lo que no parecía posible de mejorar. La intensidad del Athletic avanza en su competición y en el Madrid queda la sensación de que no pudo disponer de sus dos mejores recursos: Benzema, toda su arquitectura del ataque y la velocidad de Vinicius, que no apareció como tal en San Mamés. También la sensación de despedida en jugadores como Isco, que lo intentó en su última oportunidad.