Manuel Vilela, el guardia civil que dio caza al escurridizo Rambo gallego
► El agente coruñés acaba con la fuga del delincuente Alfredo Sánchez Chacón, que llevaba diez meses escabullido de la Justicia y escondiéndose en los montes
Como casi siempre desde que en diciembre empezaron a tener razonadas sospechas de que merodeaba por la zona, aquella noche el guardia civil Manuel Vilela (Valdoviño, 1971) también había dormido con la pistola, el uniforme y la defensa extensible bien a mano. Cuando la madrugada del jueves al viernes recibió la nerviosa llamada de una vecina suya, de la parroquia de Loira, en Valdoviño (La Coruña), alertándole de que alguien intentaba forzar una ventana de su casa, el agente no tuvo duda alguna de que tenía que ser él: Alfredo Sánchez Chacón, más conocido con el pretencioso sobrenombre del ‘Rambo gallego’. Un individuo que, pese a la proeza de resistir diez meses escondido en los montes –sin duda gracias a su adiestramiento en la Legión en los 80–, ya no tendría cuerpo para encarnar al personaje de Stallone en una imaginada secuela galaica: 63 años, cojo, demacrado y desnutrido.
A pesar de su mote y a su amplio historial delictivo, que incluye el asesinato, el Rambo gallego no representaba peligro alguno para los parroquianos: evitaba el contacto y cuando notaba presencia humana cercana se escabullía. No robaba nada que no fuesen alimentos, y solo se colaba en las casas que creía que estaban vacías para coger comida. Por eso, la táctica de la Guardia Civil, en la que era ya la tercera fuga de Chacón en 25 años –esta vez, aprovechando un permiso penitenciario de la cárcel de Monterroso (Lugo)– no era otra que armarse de paciencia y esperar a que cometiese un error. Y el fallo que le condenó fue, precisamente, pensar que en aquella casa que tenía las luces apagadas del lugar de O Calvario –un topónimo elocuente– no había nadie. Un error fatal.
El agente Manuel Vilela, con 30 años de servicio a sus espaldas, y sus compañeros del puesto de la Guardia Civil de San Sadurniño, peinaban cada día los montes esperando un paso en falso del fugitivo. El propio Vilela aquella mañana había participado en una de esas batidas y por eso no estaba de servicio cuando recibió la llamada de su vecina de madrugada. No dudó, sin embargo, en ponerse de inmediato el uniforme y salir hacia allá corriendo. Pero cuando llegó a la vivienda, Chacón ya se había escabullido tras ser descubierto encima de una carretilla intentando entrar por una ventana trasera. Esta vez, sin embargo, no logró irse muy lejos.
No fue fácil pararle los pies. Pese a su deteriorada salud el fugitivo echó a correr, dejando tirada la mochila con la tienda de campaña –que montaba cada día en un sitio distinto– y no se detuvo ni con los dos disparos al aire del agente para asustarle. Vilela cambió de táctica y de arma: guardó la pistola y empuñó la defensa extensible. Le cazó a la carrera y necesitó de «cuatro o cinco golpes» de porra para reducir a Chacón, que con su bastón intentaba zafarse. Con ayuda de dos hijos de esta vecina contuvo al hambriento fugitivo, al que dieron un bocadillo mientras esperaban a una patrulla para llevarlo al hospital y al cuartelillo. Ahora, tras su heroica actuación, el agente Vilela podrá dormir a pierna suelta, y sin un ojo en la pistola. Y los vecinos sabrán que si alguien entra por la ventana ya no será Rambo.
La detención Pese a su deteriorada salud, el fugitivo intentó zafarse: Vilela pudo reducirle «con cuatro o cinco golpes» de porra