Morante, creador de lo imposible
▶El genio obra dos milagros: consigue un lleno histórico en La Candelaria y se inventa una valiosa faena con un toro por el que nadie apostaba
Desde Pino Alto a Navalagamella, en los abarrotados bares y hasta en el cementerio –a sus pies se amontonaban los coches que llegaban de todos los rincones de España a Valdemorillo– no había otro nombre en la boca: Morante, patrón de los imposibles. Comenzaba el de La Puebla su ruta imperial. Y antes de arrancar el paseíllo ya había obrado el primer milagro: un cartel de ‘No hay billetes’ que no se conocía desde hace dos décadas. La Candelaria era ayer esa fiesta de Hemingway donde pobres y ricos eran felices. Toreaba Morante.
En una coral de locos se convirtió la plaza cuando el sevillano recibió al primero rodilla en tierra. Aquel sorprendente capote con el reverso verde pistacho cosía el hocico de ‘Cabezón’ en verónicas que nacían en 2021 y morían en 2022. Como se fue regresó: el mismo arte, la hondura de la grandeza. Humillaba el guapo burraquito de Zacarías Moreno mientras el genio mecía las telas. De repente, se miró en el espejo de Chicuelo para bailar por sevillanas hasta el peto. Perdió las manos el toro durante la lidia y surgieron algunos pitos, callados cuando agarró la muleta. Un minuto bastó para sumergir los tendidos en un éxtasis colectivo. Morante atravesaba el valle de los sueños en ayudados que contenían todo el toreo. En aquella geometría a dos manos, más allá de la estética, latía una pasión. La de esa tauromaquia que no pasa de moda. Su muleta atrapaba la embestida y las diez mil retinas. Superior una serie, con cuatro naturales engarzados como perlas. Hubo más pinturas, como ese molinete ‘made in’ Guadalquivir en la medida obra, rematada al estilo del principio de los tiempos: por ayudados.
Traía el segundo, ‘Brasileño’, esa encastada transmisión que daba importancia a lo que allí sucedía. No era fácil, pero Diego Urdiales lo escudriñó a su manera, una manera que cautivó sin ser faena rotunda. Ni falta que hizo, pues la afición crujió desde ese modo tan torero de andarle al toro. El poso de la veteranía y ese tacto de unas yemas hechas para acariciar embestidas encontraron el pulso al ejemplar criado en la Dehesa del Quejigal, que repetía con su aquel. Una ronda de relajo y empaque puso a la gente en pie. No eran muletazos interminables sino de contado metraje. Con mucho sabor. Cuando ‘Brasileño’ cantó la gallina mansa, el de Arnedo se creció con un profundo toreo a dos manos. Un cierre preciosista que desembocó en la única oreja.
De fábula
Los mismos que protestaron al tercero de salida encumbraban luego la emotividad que inyectó a la faena, desbordada en las sublimes dobladas de Luque. De fábula la apertura tras los honores a la cuadrilla. Todo lo quería por abajo el estupendo y humillador ‘Peluquero’, y el de Gerena intercaló pasajes de más relajo con otros de sumo gobierno. Soberbio por momentos Daniel, que abrochó con jaleadas luquecinas antes de que los pinchazos enfriasen los ánimos.
Mientras reacondicionaban el ruedo, la gente se frotaba las manos esperando el segundo cartucho de Morante. Pronto se ensombrecerían las ilusiones: poco halagüeño inspiraba ‘Ginabrito’, que para colmo pareció lastimarse. Cabizbajo andaba el personal cuando el sevillano, entre las rayas del 6 y el 7, le ofreció las telas con una pureza absoluta por ambos pitones, consintiendo todo al quinto Zacarías. Tocaban a gloria en un conjunto morantista a más. ¡Cómo fue una tanda diestra! Enfrontilado, con el pecho ofrecido y un valor de oro. Ni hubo ni habría más verdad. La punta de las zapatillas, hundidas en su encuentro con ‘Ginabrito’, eran las agujas del reloj que marcaba el tiempo. El tiempo del artista total, que se entretuvo en un pase de pecho a la hombrera contraria inabarcable. «Compren colonia en el súper, si quieren Chanel vayan a ver a Morante», gritó un espectador del 7. Chanel sin polémicas de festivales, Chanel del aroma que perdura en el camino. El acero no acompañó y el premio quedó en vuelta al ruedo. Algunos la protestaron, pero llevaba el sabor de lo antiguo, de esas vueltas de otrora con torería y peso.
Después llegaría un deslucido quinto de informal embestida, al que Urdiales recetó un buen espadazo tras no terminar de confiarse en la faena. Y puso la guinda la ambición de Luque: todo dio ante un toro sin clase que no regalaba nada. El obsequio fueron los dos milagros del torero del capote V.E.R.D.E.: un lleno insólito y la creación de una faena imposible.