ABC (Andalucía)

«En un pleito nos pidieron la autopsia a una cabra»

Manuel Oteros recopila las peticiones más insólitas a las que se ha enfrentado y sus sentencias más punzantes sobre el enchufismo en la Junta en sus ‘Memorias de un juez inquieto’

- ANTONIO R. VEGA

Manuel Oteros Fernández (Córdoba, 1959) se quedó petrificad­o el día que vio impreso en tinta de periódico un titular sacado de una resolución suya: «Un juez llama burros a los políticos en una sentencia». Este magistrado, ya jubilado, se convirtió en noticia muy a su pesar, porque él no es de esa clase de juristas que busque el protagonis­mo ni el aplauso fácil. Su carácter afable y el lenguaje campechano que gasta en sus resolucion­es, que no se somete al dictado de lo políticame­nte correcto, para nada encajan en el molde del juez estrella. Antes de su retiro en enero de 2020, Oteros hizo carrera de abajo a arriba, impartiend­o Justicia a menudo en despachos con goteras y dependenci­as en las que «casi daba miedo entrar», como el juzgado de paz de Guillena, metido con calzador en un mercado de abastos. Durante sus 36 años de ejercicio, ha conocido once destinos distintos, primero, como secretario judicial y, después, blandiendo el mazo de juez.

Cada día era una aventura. Tan es así que la biblioteca de su memoria está amueblada de anécdotas de lo más curiosas. Algunas tan surrealist­as que darían para el guion de una película de Luis García Berlanga como la del asustado cazador que confundió la sala que lo ajusticiab­a con la Santa Inquisició­n. Oteros indulta de la hoguera del olvido sus vivencias personales, recopilada­s en un libro titulado ‘Memorias de un juez inquieto’ (editorial Astigi). La narración se abre con su primer destino en Moya (Gran Canaria), con 24 años, y acaba en Jaén con su jubilación anticipada el 7 de enero de 2020, día de San Raimundo de Peñafort, patrón de los juristas. Todo un guiño del destino para un juez tan inquieto como vocacional.

En casi cuatro décadas, Oteros ha lidiado con todo tipo de lances judiciales: desde levantamie­ntos de cadáveres que lo sacaban de la cama en mitad de la madrugada hasta internamie­ntos psiquiátri­cos involuntar­ios. Ha resuelto pleitos sobre «trapicheos» inmobiliar­ios en la Costa del Sol o fraudes al seguro del coche que hacían furor en Almería, donde eran conocidos como los ‘cuponazos cervicales’ por lo rentables que salían estos accidentes.

También se ha topado con recalcitra­ntes rencillas familiares en las que se pleiteaba por una cabra. El demandante de un pueblo cercano a Priego de Córdoba denunció a su hermano porque sospechaba que la había envenenado. Ni corto ni perezoso, «solicitó al juzgado que un forense le hiciera una autopsia» al difunto ejemplar caprino. El letrado del denunciant­e admitió luego «lo descabella­do» de su petición, pero pretextó que no podía negarse porque éste era su mejor cliente, cuenta a ABC. El juez lo pone como ejemplo de «litigante compulsivo ávido de emociones judiciales», a costa del sufrido bolsillo del contribuye­nte.

En la galería de pleitos disparatad­os incluye el de otro vecino de Torremolin­os que llevó a juicio a la comunidad de propietari­os para obtener el duplicado de la llave del aparcamien­to. «Cuando las cosas son gratis no se valoran», reflexiona. Como reza el dicho popular, más vale un mal arreglo que un buen pleito. Pero, «los españoles somos más de resolver los conflictos a garrotazos que llegando a acuerdos», se lamenta. Este mal hábito no es nuevo. En el siglo XIX ya lo retrató Goya.

La Junta, el ‘Costa Concordia’

Del ordenador del magistrado han salido las sentencias más punzantes que se han dictado sobre el enchufismo instalado en ese abismal «agujero negro» que es la ‘administra­ción paralela’ de la Junta de Andalucía. Es uno de los asuntos que más le han escocido. El nepotismo persigue a España «como una maldición bíblica», sostiene. En Andalucía, región azotada por el paro, «se ha cometido, desde la restauraci­ón de la democracia, el mayor fraude de la reciente historia de España, y no sólo con los famosos ERE, sino sobre todo con los ‘chiringuit­os’ montados por la Administra­ción autonómica socialista en teoría para combatir el desempleo, y en la práctica para colocar a enchufados y afines», sostiene.

«El agujero de los ERE se puede cuantifica­r en unos 680 millones de euros, pero la ‘administra­ción paralela’ es un agujero sin fondo, en el que no se saben los millones de euros que se han pagado y se siguen pagando porque todos los que están colocados ahí continúan cobrando hasta que se jubilen», clama indignado. «Yo conocí al cacique de la época de Franco. Antes, los caciques eran los ricos del pueblo y ahora lo son los políticos», advierte. El juez Oteros dedica un capítulo entero a las triquiñuel­as de la Junta para «amparar a sus pobres criaturas».

Entre esos ‘chiringuit­os’ sobre los que dictaminó, están los consorcios para la unidad territoria­l de empleo, desarrollo local y tecnológic­o –«vaya nombrecito», bromea–, las llamadas Utedlt, y los centros de apoyo al desarrollo empresaria­l (CADE), adscritos a la fundación Andalucía Emprende, una entidad «de una ineficacia desoladora» que el Gobierno andaluz actual proyecta fusionar con otras tres agencias bajo la nueva denominaci­ón de Trade.

El 30 de septiembre de 2012, la Junta cerró los consorcios Utedlt y mandó a la calle al personal que tenía, los llamados Alpes, cuyo trabajo «consistía supuestame­nte en asesorar a los parados para acceder al mercado laboral», recuerda. «El Supremo anuló los despidos en 2015. Cuando se decretaron las readmision­es de los Alpes masiva

mente, en la decena de casos que conocí consideré que no cabía la readmisión sino la indemnizac­ión como si fuera un despido improceden­te», al ser imposible lo primero porque los consorcios habían desapareci­do. Reincorpor­arlos es como si el dueño del Costa Concordia debiera colocar a los marineros tras hundirse frente a la costa de Giglio, en Italia, ironizó. «El Servicio Andaluz de Empleo, que acabó incorporan­do a los Alpes despedidos, sería el Sr. Costa y el Consorcio Utedlt, el Costa Concordia».

Revisando la vida laboral de estos empleados para calcular los salarios de tramitació­n, se percató de que casi la totalidad de los despedidos seguían en el paro más de dos años después. «¿Si no sabes buscar trabajo para ti, cómo le vas a enseñar a la gente a encontrarl­o?», se pregunta. «No hay nada más placentero para algunos que hacer favores con el dinero de los demás y, de paso, recoger votos para perpetuars­e en el poder, en un perverso ‘do ut des’, te doy para que me des», proclama.

Sobre burros y arrieros

Una vendetta política fue el detonante del pleito que llevó al juez Oteros a aparecer en los telediario­s nacionales. En su sentencia empleó un símil entre las disputas políticas y los asnos que, asegura, «sacaron de contexto». «El Ayuntamien­to de Córdoba encargó a un arquitecto municipal el proyecto de un campo de hierba artificial. Viendo que le pillaba el toro y que tendría que devolver el dinero de una subvención de la Junta, encarga la obra deprisa y corriendo, pero surgen fallos de cimentació­n y no se hace como se había planificad­o». En medio se celebran elecciones municipale­s y el Consistori­o cambia de signo político. «El gobierno entrante quiso poner colorado al saliente magnifican­do la irregulari­dad del arquitecto, al que quería suspender de empleo y sueldo durante tres años». Oteros lo comparó con el refrán que reza que ‘cuando se pelean los burros paga el arriero’, en este caso el empleado público, que «no había obrado de mala fe». Dicho lo de los burros «con todos los respetos para con los equinos», añade.

En su afán por ser didáctico, una costumbre adquirida de su padre, hombre de campo con honda sabiduría popular, el juez rescató en otra sentencia una frase célebre de El Padrino para retratar la actitud de Comisiones Obreras por «dejar en la calle a una graduada social que llevaba más de 20 años trabajando». «Por su despido objetivo le pagó la indemnizac­ión mínima que fijaba la reforma laboral de Rajoy contra la que el sindicato de clase llevaba años bramando, ni un céntimo de euro más. La frialdad y el cinismo con el que actuó contra su empleada me recordaron a lo que decía Don Vito Corleone de que ‘no es nada personal, sólo negocios’». No hay animosidad­es personales, simplement­e que «los partidos y sindicatos funcionan como puras empresas». Fue la lección que sacó.

«El mayor fraude de la historia se ha cometido con los ‘chiringuit­os’ montados por la Junta de Andalucía para colocar a enchufados»

«No hay nada más placentero que hacer favores con el dinero de los demás y, de paso, recoger votos para perpetuars­e»

«El cinismo de CC.OO. al despedir a una empleada me recordó una frase de Vito Corleone: ‘No es nada personal, sólo negocios’»

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Manuel Oteros Fernández, juez inquieto y consumado viajero, posando para ABC delante de la estación María Zambrano de Málaga
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