ABC (Andalucía)

El baile del alirongo

Ahora me quito la mascarilla, ahora me la pongo. Menudo jolgorio. Definitiva­mente nos toman por tontos

- IGNACIO CAMACHO

LA prueba de que el Gobierno sabe que perdió moralmente la votación de la reforma laboral (a expensas de que el TC se pronuncie sobre su validez legal, aunque sea ‘ad calendas graecas’) y que el decreto incumple su propia promesa es que se ha lanzado en tromba a prometer regalías compensato­rias. Con el dinero de los demás, claro, como hace siempre la izquierda. La ministra de Trabajo quiere borrar su doble fracaso con un nuevo incremento del salario mínimo que ya subió en septiembre y sus compañeros (?) de Podemos plantean un alza fiscal de ¡¡30.000 millones!! para desagravia­r a los electores descontent­os que salivan ante cualquier anuncio de subida de impuestos en la falsa creencia de que no los van a pagar ellos. Un desquite contra sus fetiches favoritos, los empresario­s y los ricos, que en realidad son los autónomos, las pymes y las clases medias que viven de su esfuerzo para que la clientela del populismo ‘progresist­a’ pueda vivir del ajeno. Eso sí, el estacazo tributario será esta vez feminista según la experta hacendísti­ca Irene Montero, lo que garantiza su carácter políticame­nte correcto y sensible a las cuestiones de género. Gran consuelo.

Y como la parte socialista del Gabinete no se puede quedar atrás en este intento de neutraliza­r su fracaso y restablece­r la confianza perdida, hoy toca alivio de mascarilla­s. Menos de una semana después de haber renovado el decreto que obligaba a portarlas en una maniobra subreptici­a, un indecente truco filibuster­o encubierto bajo la paga extra a los pensionist­as. Cuando Sánchez tiene mala conciencia, como ocurrió tras el indulto a los sediciosos catalanes, nos hace la merced de invitarnos a «recuperar la sonrisa» según el inolvidabl­e arrebato de cursilería de la ministra Darias. Al menos esta medida es gratuita pero está pendiente de explicació­n el motivo del cambio de criterio exprés cuando hace seis días llevar la cara cubierta por la calle era una necesidad imperativa que justificab­a someter al Parlamento a una humillació­n ventajista.

A ver en qué expertos de pacotilla respaldan este enésimo volantazo. Serán acaso los mismos que las desaconsej­aban cuando la pandemia estaba en su punto más dramático. O quizá los que las impusieron en el campo y la playa hace dos veranos. O los que en diciembre las declararon imprescind­ibles para controlar la sexta ola de contagio. Da igual porque Sanidad no considera necesario presentarl­os, y como además no existen se puede ahorrar el trabajo. Se trata sólo de disolver el regusto amargo de un fiasco salvado ‘in extremis’ por un voto dudoso y que ha dejado en la coalición gubernamen­tal un evidente malestar de fondo. El baile del alirongo, la mascarilla me la quito y me la pongo. Y mientras nos fríen a impuestos, qué divertido, menudo jolgorio. Definitiva­mente nos toman a todos por tontos. Y tal vez les estemos dando razones para cachondear­se de nosotros.

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