Decadencia
Ya no tengo metas por las que luchar y, desde luego, me cuesta ser tan confiado y generoso como cuando era joven
DECÍA un amigo mío hace unos días que sólo se puede ser creativo cuando se es joven. «A medida que envejecemos perdemos la capacidad de crear y tiramos de la experiencia para resolver los problemas o hacer nuestro trabajo», afirmó.
Ello me hizo recordar un estudio de Stanford que se divulgó antes de la pandemia en el que, tras analizar las proteínas en la sangre, se llegaba a la conclusión de que la decadencia biológica empieza a los 34 años. Puede que esto sea una evidencia científica, pero me parece que resulta muy difícil medir el funcionamiento de la mente porque cada individuo responde a diferentes estímulos.
Tomas Mann acabó su ‘Doktor Faustus’ a los 72 años, a una edad similar a la que tenía Richard Wagner cuando terminó ‘Parsifal’. Matisse diseñó su maravillosa capilla de Vence con más de 80 años y el anciano Goethe siguió escribiendo hasta el final de sus días con una gran lucidez. El récord lo batió probablemente la escritora inglesa P. D. James que publicó su última novela con 91 años.
Se puede argumentar que muchas personas mantienen su creatividad hasta la vejez, pero en general creo que es cierto lo que aseguraba mi amigo. A medida que avanzan los años, la memoria se va deteriorando y la inteligencia empieza a anquilosarse. No hay duda de que la experiencia es muy útil para discernir lo esencial de lo accesorio, pero la capacidad de crear algo nuevo suele estar vinculada a la juventud. Los escritores, los pintores y los artistas suelen concebir lo mejor de su producción antes de cumplir los 40 años. Einstein tenía 36 cuando formuló su teoría de la relatividad.
Si miro honestamente a mi interior, tengo que admitir que no sólo he perdido memoria e inteligencia, sino que además el futuro ha dejado de ilusionarme. Ya no tengo metas por las que luchar y, desde luego, me cuesta ser tan confiado y generoso como cuando era joven.
Seguramente el deterioro de la vista, del oído y, en general, de la sensibilidad que produce el transcurso del tiempo está muy ligado a ese declive de la creatividad que sufrimos los que hemos pasado la barrera de los 60. Por muy bien que nos encontremos físicamente, hay una especie de incapacidad de ver con ojos nuevos una realidad siempre cambiante. Nos hemos quedado anclados en el pasado. Todo esto suena a puro pesimismo, pero es lo que pienso.
El mundo que conocimos en nuestra juventud en los años 70 y 80 ha desaparecido. Todas nuestras referencias culturales se han quedado viejas. Los músicos o los escritores que nos gustaban han muerto. Y la generación anterior, la de nuestros padres y educadores, descansa en el cementerio.
También creíamos que la democracia sería otra cosa y desgraciadamente estamos constatando cómo se dilapida el capital que con tanto esfuerzo y sacrificio se logró en la Transición. ¡Qué pena!