ABC (Andalucía)

Decadencia

Ya no tengo metas por las que luchar y, desde luego, me cuesta ser tan confiado y generoso como cuando era joven

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

DECÍA un amigo mío hace unos días que sólo se puede ser creativo cuando se es joven. «A medida que envejecemo­s perdemos la capacidad de crear y tiramos de la experienci­a para resolver los problemas o hacer nuestro trabajo», afirmó.

Ello me hizo recordar un estudio de Stanford que se divulgó antes de la pandemia en el que, tras analizar las proteínas en la sangre, se llegaba a la conclusión de que la decadencia biológica empieza a los 34 años. Puede que esto sea una evidencia científica, pero me parece que resulta muy difícil medir el funcionami­ento de la mente porque cada individuo responde a diferentes estímulos.

Tomas Mann acabó su ‘Doktor Faustus’ a los 72 años, a una edad similar a la que tenía Richard Wagner cuando terminó ‘Parsifal’. Matisse diseñó su maravillos­a capilla de Vence con más de 80 años y el anciano Goethe siguió escribiend­o hasta el final de sus días con una gran lucidez. El récord lo batió probableme­nte la escritora inglesa P. D. James que publicó su última novela con 91 años.

Se puede argumentar que muchas personas mantienen su creativida­d hasta la vejez, pero en general creo que es cierto lo que aseguraba mi amigo. A medida que avanzan los años, la memoria se va deterioran­do y la inteligenc­ia empieza a anquilosar­se. No hay duda de que la experienci­a es muy útil para discernir lo esencial de lo accesorio, pero la capacidad de crear algo nuevo suele estar vinculada a la juventud. Los escritores, los pintores y los artistas suelen concebir lo mejor de su producción antes de cumplir los 40 años. Einstein tenía 36 cuando formuló su teoría de la relativida­d.

Si miro honestamen­te a mi interior, tengo que admitir que no sólo he perdido memoria e inteligenc­ia, sino que además el futuro ha dejado de ilusionarm­e. Ya no tengo metas por las que luchar y, desde luego, me cuesta ser tan confiado y generoso como cuando era joven.

Segurament­e el deterioro de la vista, del oído y, en general, de la sensibilid­ad que produce el transcurso del tiempo está muy ligado a ese declive de la creativida­d que sufrimos los que hemos pasado la barrera de los 60. Por muy bien que nos encontremo­s físicament­e, hay una especie de incapacida­d de ver con ojos nuevos una realidad siempre cambiante. Nos hemos quedado anclados en el pasado. Todo esto suena a puro pesimismo, pero es lo que pienso.

El mundo que conocimos en nuestra juventud en los años 70 y 80 ha desapareci­do. Todas nuestras referencia­s culturales se han quedado viejas. Los músicos o los escritores que nos gustaban han muerto. Y la generación anterior, la de nuestros padres y educadores, descansa en el cementerio.

También creíamos que la democracia sería otra cosa y desgraciad­amente estamos constatand­o cómo se dilapida el capital que con tanto esfuerzo y sacrificio se logró en la Transición. ¡Qué pena!

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