Parlamento-Zukerberg
Los fantasmas digitales desplazaron a la tribu anacrónica de los corpóreos diputados. Fue un instante de glorioso futurismo
LA política es la gestión de los basureros. Inevitable, me dicen. Sea. Pero ni un átomo más que eso. El esperpento de la semana pasada en el Parlamento es tan sólo epítome del asco que nos envuelve a todos cuantos pagamos tan pésimo espectáculo. Todo lo malo que podía pasar pasó. Y ni siquiera se nos hizo extraño. Así son ellos, nos dijimos. Es todo. Y no hace falta valorar. Basta con narrarlo: no hay insulto que esté a la altura de lo que fue ocurriendo en la carrera de San Jerónimo.
Se votaba una mentira: una llamada ‘contrarreforma’ laboral que apenas si era un matiz de la norma laboral vigente. Y que no hubiera debido exigir mucho esfuerzo para cerrarse con un acuerdo básico entre partidos no delirantes. Pero puede que los partidos no delirantes sean escasos en este Parlamento. Puede: dejémoslo en eso.
No se votaba un real decreto-ley; se intercambiaban cromos. Díaz se jugaba su supervivencia frente las ‘killeresas’ de Iglesias. Para Sánchez, ganar sin Esquerra era dejar claro que Díaz no sirve para nada. Arrimadas anhelaba sobrevivir. Los de UPN elegían entre un ayuntamiento en Pamplona y un rinconcito en el PP. Casado atisbaba la hora de tumbarle una votación a Sánchez y, de paso, pulverizar a Podemos… La ley laboral, seamos serios, ni le iba ni le venía a nadie: todos sabían que esa ley nada cambiaba, más allá de microscópicos matices.
Y entonces irrumpió el sainete. Un voto no estaba en su sitio. Y la señora presidenta quedó tan estupefacta que se trabucó al cantar el resultado. Dijo una cosa y la contraria. Y, hasta hoy, nadie aclara cuál de las dos era verdadera.
Los datos. Fríos. El virtual voto telemático del diputado Casero no coincidía con lo que el carnal diputado Casero enarbolaba. En un gozoso anticipo del Metaverso-Zukerberg, un parlamentario digital se sublevaba contra un parlamentario de carne y hueso. ¿Hay previsión legal para tal emergencia? La señora Batet aseguró que sí: que la Mesa del Congreso decidía. Pero es que la tal Mesa debió de ser también virtual y nadie la vio reunirse en ningún sitio. Los fantasmas digitales desplazaron a la tribu anacrónica de los corpóreos diputados. Fue un instante de glorioso futurismo.
Han pasado los días. Y, o bien a) el diputado Casero se equivocó de tecla, o bien b) su ordenador fue hackeado. Si a), procede su expulsión del partido por incompetente. Si b), procede la investigación del más chusco fraude parlamentario que recuerde la España contemporánea.
Han pasado los días. Y, o bien a) la señora Batet reunió a la Mesa del Congreso, y entonces la responsabilidad de lo ocurrido recae sobre la tal Mesa; o bien b) la señora Batet decidió por cuenta propia y cometió una prevaricación como un piano.
Han pasado los días. Y nadie se ha tomado la molestia de explicarnos cómo de bien funciona la gestión de este basurero.