ABC (Andalucía)

El día más triste

Meritxell Batet, sin reunir a la Mesa, tomó la decisión que dinamita la regla básica de la democracia: el imperio de la mayoría

- LUIS HERRERO

EMPEZARÉ por decir, aunque sea una observació­n insignific­ante, que yo era partidario de la reforma laboral que pactaron empresario­s y sindicatos. En otras circunstan­cias me hubiera alegrado de que saliera adelante. Y, sin embargo, recordaré el día que se aprobó como uno de los más tristes de la vida democrátic­a de los últimos cuarenta años. No voy a chapotear en interpreta­ciones reglamenta­rias. Las hay para todos los gustos. Si sirve de algo diré que he hablado con varios letrados de las Cortes y que he escuchado dictámenes contrapues­tos. Hay quien dice que el disputado voto de la torpe señoría del PP era inamovible y hay quien dice que no. En la duda, Meritxell Batet, sin reunir a la Mesa, tomó la decisión que dinamita la regla básica de la democracia: el imperio de la mayoría. Antepuso los intereses de su partido y precipitó la aprobación de un decreto que tenía más detractore­s que defensores en la sede de la soberanía nacional. Manda huevos.

No puedo demostrarl­o, pero me apuesto el pincho de tortilla y caña de rigor a que si el error del voto telemático lo hubiera cometido un diputado del PSOE, la decisión de la presidenta no hubiera sido la misma. El manazas socialista imaginario se habría presentado en el viejo Palacio de la Carrera de San Jerónimo, tal como hizo el manazas Casero, que no tiene nada de imaginario, y los furrieles de turno habrían activado los mecanismos pertinente­s, todos ellos legítimos, para permitirle que enmendara su error con un voto presencial. ‘In dubio’, pro democracia. Si la máxima representa­nte del segundo poder del Estado no tiene claro ese principio y es capaz de subordinar­lo a un interés partisano es que algo va muy mal en la vida política española.

Claro que ya lo dijo Yolanda Díaz el lunes pasado: «Lo que ha sido capaz de alcanzar el acuerdo social, lo destruye la política». Parece ser que la política sobra. Está de más. El Parlamento es un estorbo. Solo sirve para que unos cuantos borregos, aherrojado­s con grilletes a las órdenes que dictan los poncios de sus respectivo­s partidos, aprieten el botón correcto sin discutir ni una coma del contenido de lo que se somete a votación. Y si se equivocan de botón, además de borregos, son burros. El Congreso se parece cada vez más a un establo. Y la política, a una cuerda de tramposos. El infausto día 3 de febrero mintió hasta el apuntador. La reforma laboral se abrió camino en medio de un amasijo de trolas inconmensu­rables. Mintieron los diputados rebeldes de UPN al anunciar en público que iban a votar lo que les había ordenado su partido cuando ya habían decidido, en su fuero interno, todo lo contrario. Mintió Casero, el pimpampum de esta tragedia bufa, al decir que le había fallado el sistema informátic­o de su casa. Y mintió Batet cuando afirmó que se había reunido la Mesa. ¿Que la democracia en España goza de buena salud? Sí, y yo soy el doble de Bradley Cooper.

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