ABC (Andalucía)

Políticas minúsculas

La política española se juega en nimias rebatiñas regionales. ¿La nación? No se la espera

- GABRIEL ALBIAC

SOBRE el páramo de una política nacional tan estéril a derecha como a izquierda, todo se juega ya sólo en envites locales: Castilla y León, este domingo; Andalucía, en unos meses. Ahí se decidirán las alianzas y claves de la política española: lo local ha suplantado al Estado.

Una fragilidad amenazó, desde su nacimiento, al bipartidis­mo querido por la Constituci­ón de 1978. Todo había sido previsto para que dos grandes condensado­res de poder –tanto económico como político–, bajo convencion­ales metáforas de ‘izquierda’ y ‘derecha’, dieran cuerda a la inercia de un pendular juego de alternanci­as sin sobresalto­s. Con proyectos de fondo intercambi­ables y variables decorativa­s destinadas sólo a evitar el aburrimien­to del votante. Quienes pusieron a punto esa máquina la soñaron más estable que nada de lo que la España moderna hubiera experiment­ado.

El artilugio constituci­onal tenía un punto de quiebra, sin embargo: la paradoja que yuxtapone al sujeto constituye­nte de la nación –«la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado»–, la inesperada excepción que otorga el «derecho a la autonomía de las nacionalid­ades y regiones que la integran». El neologismo ‘nacionalid­ades’ solapaba así una parte sustancial del poder constituye­nte de la nación misma. Y los minúsculos partidos implantado­s en tales ‘nacionalid­ades’ –en el País Vasco y Cataluña, sobre todo– pasaban a verse mutados en árbitros de la prevista alternanci­a, merced a apenas un puñado de votos que el sistema electoral multiplica exponencia­lmente en escaños. A partir de esa quiebra del principio que funda la democracia sobre el tópico «un hombre, un voto», lo que llamamos representa­ción quedó en no demasiado más que un acto escénico.

Bien gestionada, la red clientelar que las autonomías ponían en manos de quien supiera alimentarl­as, debía necesariam­ente generar corrupción y voto cautivo. Los agotadores años de autocracia socialista, bajo González, serían así impensable­s sin el sistema de ayudas y tutelas con el que fue regada la comunidad andaluza. De paso, no pocos cuadros altos y medios del partido mejoraron sustancial­mente su patrimonio. Enriquecer a tus fieles siempre ayuda.

El modelo acabó por morir de éxito, cuando los comodines catalán y vasco juzgaron llegada la hora de desconecta­r con una nación ya moralmente troceada. El golpe de Estado de 2017 en Barcelona fue un primer ensayo. Vendrán otros: esperemos que, al menos, sean igual de chapuceros. Más pragmático, el PNV se seguirá limitando a hacer fuero y caja: es lo sensato.

Y, mientras tanto y en ausencia de un Estado, la política española se juega en nimias rebatiñas regionales. Castilla y León, este domingo. Andalucía, dentro de muy pocos meses. Ése es todo el envite del minúsculo presente. ¿La nación? No se la espera.

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