ABC (Andalucía)

El tongo del salario mínimo

Las clases medias nunca han tenido menos poder adquisitiv­o que ahora

- ALBERTO GARCÍA REYES

HOY vamos a pagar la luz a más de 200 euros el megavatio por hora, la gasolina sin plomo a 1,58 el litro, el gasóil a 1,464, la bombona de Butano a 17,75 y el carro de la compra a un 20 por ciento más que el mismo mes del año pasado. Son los precios más caros de la historia en España. Ni cuando los populistas acusaban al PP de las muertes que provocaba la pobreza energética, ni cuando los sindicatos convocaron una huelga general contra Mariano Rajoy bajo el lema «Quieren acabar con todo» por presentar los presupuest­os «más austeros» de la democracia, ni cuando Montoro nos pegó la estocada con una subida de impuestos que contradecí­a las promesas electorale­s de la derecha para derrocar a Zapatero hemos apoquinado tanto los españoles por los productos más básicos. Jamás nuestro poder adquisitiv­o fue atacado con mayor virulencia que ahora. Nunca tuvimos una clase media menos pudiente.

La propaganda filibuster­a del sanchismo ha intentado tapar su monumental fracaso económico con la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, la paguilla para los pensionist­as, el nuevo tongo del salario mínimo de mil euros y un retoque cosmético de la reforma laboral que no cambia casi nada, aunque todo ha quedado soslayado por el patinazo del diputado Casero y la posterior añagaza caciquil de la sonriente señora Batet. La suerte es lo único decente que le queda a este Gobierno. Pero ningún cuento chino, por muy buenos que sean los gurús que llevan la comunicaci­ón de La Moncloa, puede convencer al bolsillo. El aparato político-mediático podrá darle a la manivela, pero cuando las familias sufren el yugo de un final de mes cada vez más precipitad­o –la subida salarial es menor que el incremento de precios, las gallinas que entran por las que salen– no hay placebo que aplaque el descalabro. El viejo relato socialista sobre la construcci­ón del estado del bienestar se ha desvanecid­o en apenas dos años de nupcias con los antisistem­a. Porque los salvapatri­as nos han aplicado su tradiciona­l receta de la sociedad del malestar: que dependamos más de ellos que de nosotros.

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