ABC (Andalucía)

‘Licorice Pizza’ y las bandas sonoras para quedarse a vivir

►Anderson firma un sincero homenaje a las canciones que son algo más que canciones

- DAVID MORÁN

Suena ‘July Tree’ de Nina Simone cuando Alana Kane y Gary Valentine cruzan miradas por primera vez y, sin saberlo aún, se enredan en una febril y extenuante yenka de amores y desamores. «El verdadero amor florece para que el mundo lo vea», canta Simone justo cuando el amor, claro, empieza a florecer. Cuerdas envolvente­s, el eco lejano de una batería arrastrada y ahí está, anudada al espléndido plano secuencia inaugural de ‘Licorice Pizza’, la importanci­a de una banda sonora. O, mejor dicho, de una buena banda sonora. Esperen sino a la atropellad­a estampida de vientos cortesía de Cliff Nobles y su ‘The Horse’ que atrona en el Palacio del Pinball. O a esa ‘Walk Away’ con la que los bigotudos James Gang imprimen velocidad a las idas y venidas de Alana y Gary. ¿Alguien recuerda qué suena mientras el mundo se va al carajo en ‘Don’t Look Up’? ¿Nadie? ¿Seguro? Será que no era importante.

En ‘Licorice Pizza’, sin embargo, Paul Thomas Anderson firma un sentido y sincero homenaje a esas bandas sonoras en las que quedarse a vivir. Canciones que no sólo acompañan, sino que también fijan, dan esplendor y completan el significad­o de cada plano. Subrayan, enfatizan y colocan los acentos en el lugar justo. Como ocurría en ‘Érase una vez en… Hollywood’, sí, pero sin aquelarre gore ni hippies a la brasa. Sólo luz, emoción burbujeant­e y un sinfín de guiños que van del título de la película, nombre de una cadena de tiendas de discos que hizo fortuna en los setenta en el sur de California, a la presencia en pantalla de toda la familia Haim.

No es casual que aparezcan de pronto por aquí Suzi Quatro y Chris Norman cantándose al oído eso de «our love is alive, and so we begin / foolishly laying our hearts on the table» y avisando a Alana y Gary que, hagan lo que hagan, van a acabar tropezando. ‘Stumblin’In’, sí. Vale, la canción es de 1978 y la película está ambientada en 1973, pero ¿desde cuándo eso ha sido un problema? Lo importante, lo decía el periodista Rafael Tapounet, es que no hay ni una sola canción de ‘Licorice Pizza’ que no nos haga inmensamen­te felices. Y tremendame­nte dichosa es, por ejemplo, la irrupción de Paul McCartney a bordo del ‘Let Me Roll It’ de los Wings justo después de que Sean Pean y Tom Waits pierdan la chaveta y, ay, Alana y Gary tropiecen de nuevo. Enorme. Inmenso.

El movimiento, ya se sabe, se demuestra al andar, y quizá por eso aquí nadie para quieto: corren los personajes mientras el mundo se queda sin gasolina y esprintan Clarence Carter, los Four Tops, Sonny & Cher y Chuck Berry para no perderlos de vista. Y todo mientras las canciones se transforma­n en el alfiler con el que Paul Thomas Anderson deja momentos y fotogramas bien clavados en el corcho de la memoria.

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