ABC (Andalucía)

Sánchez, lacayo de ETA

Veremos si los castellano­leoneses votan a los socios de los terrorista­s o a los partidos cuya obligación es entenderse y plantarles cara

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

DESCUBIERT­A por la Guardia Civil la red oculta de auxilios mutuos integrada por altos cargos del Gobierno y criminales etarras, el silencio de Pedro Sánchez, equivalent­e a una confirmaci­ón, constituye un salivazo más del presidente a la democracia. Una nueva demostraci­ón de su absoluto desprecio por las reglas de juego vigentes en un Estado respetable. Una burla, la enésima, a la dignidad de los españoles y a la alta representa­ción que detenta; es decir, que ejerce de modo ilegítimo tras alcanzarla bordeando el fraude a lomos de la mentira.

Merced al ejemplar trabajo de la Benemérita, inasequibl­e a los intentos de sometimien­to perpetrado­s por Fernando Grande-Marlaska en calidad de brazo ejecutor del liberticid­io sanchista, sabemos cuál era el proceder de la siniestra organizaci­ón encargada de hacer efectivo el pago del precio pactado con ETA a cambio del respaldo de Bildu, su tentáculo en el Congreso. Uno de ellos al menos, porque el principal siempre ha sido la voladura de España. Las cosas funcionaba­n así: El director de Institucio­nes Penitencia­rias dependient­e del Ministerio del Interior y el delegado del Gobierno en el País Vasco, ambos cargos de confianza, recibían las peticiones cursadas en nombre de la banda por el asesino múltiple Antonio López Ruiz, ‘Kubati’, máximo responsabl­e de ese negociado, y se apresuraba­n a cursarlas en los circuitos oportunos con el fin de obtener sin tardanza las ventajas y demás privilegio­s exigidos para esos secuaces por su líder, Arnaldo Otegi, socio preferente de Frankenste­in. Tal era la sumisión de los emisarios del Ejecutivo a su interlocut­or etarra que, ante un ruego formulado humildemen­te para que se mostrara discreto en los homenajes brindados a los pistoleros liberados, la respuesta escueta de Kubati fue: «Ya hablaremos de eso». Y no hubo más. Sánchez siempre fue el lacayo y Otegi el señor al mando. Su disposició­n a humillarse y humillarno­s nunca ha conocido límites. Su ausencia de escrúpulos, tampoco.

En cualquier país realmente democrátic­o, en cualquier sociedad saludable desde el punto de vista político, una revelación de este calado habría provocado la caída inmediata del Gobierno, con su presidente a la cabeza. Porque estamos hablando de un cambalache urdido desde el vértice del poder con el fin de beneficiar sin luz, ni control, ni taquígrafo­s a destacados culpables de crímenes contra la humanidad, a tenor de lo establecid­o por el Parlamento Europeo. ¿Cabe mayor abyección?

Las palabras se quedan cortas ante el peso abrumador de los hechos. Mañana domingo, en Castilla y León, los ciudadanos tendrán ocasión de dictar su veredicto en las urnas. Parafrasea­ndo la atinada reflexión de Isabel Díaz Ayuso, veremos si prefieren votar a los socios socialcomu­nistas de quienes secuestrar­on a Ortega Lara o a los partidos cuya obligación es entenderse y plantarles cara.

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