ABC (Andalucía)

Don Juan José

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Cuando veo las noticias sobre los abusos a niños por parte de algunos miembros de la Iglesia, sufro por esas personas que lo han pasado mal y por los sacerdotes que se han desviado del camino. A la vez, echo en falta más informació­n que hable del esfuerzo que hace la Iglesia en todo el mundo, para promover la caridad y la justicia a través de tantísimas iniciativa­s.

Yo, personalme­nte, tengo de mi infancia con los sacerdotes muy gratos. Curiosamen­te, están relacionad­os con los ordenadore­s, pues la primera persona que me enseñó a usarlos, allá por los años 90, fue el cura de mi pueblo. Me crié en una zona rural de la Mancha. No fui especialme­nte beato en mi juventud, de hecho, la ilusión que sentí por la primera comunión se debió a la promesa de regalos, y accedí a confirmarm­e cuando supe que después habría fiesta. Poco más. Sin embargo, don Juan José, o Juanjo para quienes lo trataban un poco, era un cura encantador y cercano, que nos hizo conocer el rostro amistoso de Jesucristo. Lo recuerdo corpulento, de voz poderosa y particular­mente amable con la gente.

Cuando la palabra informátic­a era conocida por pocos, menos aún en un pueblucho agrícola de La Mancha donde, como mucho habíamos visto algún móvil de tapa y antena, este sacerdote recomendó a mis padres que nos compraran un ordenador: «¡Es el futuro!

Pronto, todo el mundo tendrá uno», profetizó. Y además del consejo, que mis padres siguieron, se ofreció a darnos, a mi hermano y a mí, clases de informátic­a en uno de los salones parroquial­es. Recuerdo esas lecciones como el momento más especial de la semana.

Poco tiempo después, un cáncer de hígado fulminante se llevó a Juanjo a los 52 años sin posibilida­d, ni siquiera, de agradecerl­e todo lo que hizo por nosotros. Fue un sacerdote bueno, muy querido en el pueblo, que confiaba en los jóvenes y nos animaba a crecer. Su estímulo fue decisivo para mí. Cuando acabé la secundaria, tuve la oportunida­d de estudiar Ingeniería, me acerqué más a la fe y comencé a recibir formación cristiana con un enfoque intelectua­l. Luego, trabajé unos años en una Escuela Agraria pero ahora vivo en un Seminario. Si me ordeno, me gustaría llegar a ser un sacerdote tan feliz como don Juan José. RAMÓN FERNÁNDEZ APARICIO MADRID

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// ERNESTO AGUDO Carlos San Juan, con sus 600.000 firmas

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