ABC (Andalucía)

Ruinas en ruina

Visitar el Muro de Adriano y otras ruinas romanas es un acto de melancolía que suscita la añoranza de quienes amamos aquella civilizaci­ón

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HE leído hace unos días que los arqueólogo­s han advertido del deterioro del Muro de Adriano a causa de la humedad y las modificaci­ones del terreno que provoca el cambio climático. A largo plazo, este vestigio del Imperio Romano podría ser tragado por la tierra.

El Muro fue construido a partir del 122 después de Cristo por orden del sucesor de Trajano. Adriano, nacido en Itálica, gobernó Roma durante 21 años. Mantuvo guerras durante ese periodo para consolidar las fronteras. Fue el primer emperador que renunció a expandir el Imperio, ya que era consciente de que su superviven­cia dependía de preservar su perímetro. Sus dominios se extendían por toda la cuenca mediterrán­ea hasta el Éufrates, Turquía, las Galias e Inglaterra.

La muralla tiene una extensión de 117 kilómetros que atraviesan el norte de Inglaterra. Fue concebida como una estructura defensiva y estaba jalonada de una serie de fortificac­iones. La turba ha engullido los objetos de los soldados que tenían la misión de proteger el Imperio de las tribus bárbaras que vivían en lo que hoy es Escocia.

Puede que a mucha gente le dé igual que estas ruinas estén condenadas a desaparece­r. Y que piensen que Roma cayó hace demasiado tiempo, más de 15 siglos. Pero a mí me sigue impresiona­ndo este enorme Muro, que, además de testimonia­r lo que fue el Imperio más duradero y extenso de la historia, evidencia la finitud de todo empeño humano.

Nada es para siempre. Nos lo recuerda Montesquie­u en su ‘Grandeza y decadencia de los romanos’, un libro magistral en el que analiza las causas de su declive. Sostiene que fueron el militarism­o y la concentrac­ión de poderes de los emperadore­s las causas que provocaron la caída del Imperio.

Mientras Roma tuvo una república en la que había equilibrio­s entre el Senado, los cónsules y los tribunos de la plebe, nadie estaba por encima de la ley. Pero los emperadore­s que sucedieron a Adriano fueron corruptos, hedonistas y arbitrario­s mientras las viejas costumbres se perdían. En cierta forma, el multicultu­ralismo acabó con el sistema.

En suma, el Imperio era demasiado grande y extenso para sobrevivir. Rodeada de enemigos y sin cohesión interna, Roma sucumbió tras dominar el Mediterrán­eo durante más de cinco siglos, dejando un legado cultural del que somos herederos.

Visitar el Muro de Adriano y otras ruinas romanas es un acto de melancolía que suscita la añoranza de quienes amamos aquella civilizaci­ón. Pero también nos obliga a una reflexión sobre la provisiona­lidad de todo lo humano. Una mirada hacia la historia revela nuestra vulnerabil­idad y la inutilidad del esfuerzo por trascender los límites. Pero nos queda la belleza de esos vestigios del pasado, testimonio­s de un esplendor que sigue brillando en la noche del tiempo. Roma es mi país, mi alma, como dijo Lord Byron.

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