Carne de videoclub
Del noble piano a la verbenera bocina. Desde luego, todo degenera
Aquellos videoclubes de barrio olían a plástico roñoso por culpa de la fina película de mugre que se adhería a perpetuidad sobre la desgastada carátula. En esos templos pudimos, por fin, completar la filmografía de algunos directores y eso colmó nuestro gozo. El apartado de las películas porno suponía un microcosmos al que se accedía, al menos en el mío, atravesando unas puertas que eran como las del ‘saloon’ de ‘Río Bravo’. Nunca me interesó el porno, si acaso sus diálogos delirantes, absurdos. Ella soltaba sin venir a cuento: «Oh, ¿hace calor, verdad?» Y el otro rebuznaba un especie de «oh, sí, muuucho calor». Tras el brillante intercambio literario, un segundo después practicaban esforzada, aburrida gimnasia húmeda. Qué facilidad. Y qué cansancio. Me parecía fascinante como, tras una breve charla de ascensor, iniciaban la faena sin ningún tipo de transición.
Hoy los jóvenes ignoran los burbujeantes misterios de aquellos videoclubes, aunque tampoco saben quienes fueron Pamela Anderson, la acuática vedete que homenajeaba el caucho, y el que la desposó, o sea Tommy Lee, el batería macarra de Mötley Crüe que merecería aparecer en ‘El callejón de las almas perdidas’ por su condición de hombre más tatuado del mundo. La pareja grabó un vídeo pornete-doméstico sobre un yate que surcaba las aguas del lago Tahoe y un puñado de amigos alquilamos esa cinta para culturizarnos. Por suerte, mi generación se ahorró el peñazo de los cineclubes y sus acaloradas discusiones en torno a ‘El acorazado Potemkin’. En los noventa bastaba con beber cerveza mientras disfrutabas de una memez. No olvido que Tommy Lee presionaba la bocina del yate con su herramienta íntima mientras Pamela le susurraba con voz de pito: ‘Tommy Lee, I love youuu’. Desconozco si ese fogonazo aparece en la actual teleserie que recrea sus andanzas, pero leí en alguna parte que Errol Flynn aporreaba con ese mismo apéndice el piano cuando las fiestas locas de Hollywood. Del noble piano a la verbenera bocina. Desde luego, todo degenera.