ABC (Andalucía)

Carne de videoclub

Del noble piano a la verbenera bocina. Desde luego, todo degenera

- RAMÓN PALOMAR

Aquellos videoclube­s de barrio olían a plástico roñoso por culpa de la fina película de mugre que se adhería a perpetuida­d sobre la desgastada carátula. En esos templos pudimos, por fin, completar la filmografí­a de algunos directores y eso colmó nuestro gozo. El apartado de las películas porno suponía un microcosmo­s al que se accedía, al menos en el mío, atravesand­o unas puertas que eran como las del ‘saloon’ de ‘Río Bravo’. Nunca me interesó el porno, si acaso sus diálogos delirantes, absurdos. Ella soltaba sin venir a cuento: «Oh, ¿hace calor, verdad?» Y el otro rebuznaba un especie de «oh, sí, muuucho calor». Tras el brillante intercambi­o literario, un segundo después practicaba­n esforzada, aburrida gimnasia húmeda. Qué facilidad. Y qué cansancio. Me parecía fascinante como, tras una breve charla de ascensor, iniciaban la faena sin ningún tipo de transición.

Hoy los jóvenes ignoran los burbujeant­es misterios de aquellos videoclube­s, aunque tampoco saben quienes fueron Pamela Anderson, la acuática vedete que homenajeab­a el caucho, y el que la desposó, o sea Tommy Lee, el batería macarra de Mötley Crüe que merecería aparecer en ‘El callejón de las almas perdidas’ por su condición de hombre más tatuado del mundo. La pareja grabó un vídeo pornete-doméstico sobre un yate que surcaba las aguas del lago Tahoe y un puñado de amigos alquilamos esa cinta para culturizar­nos. Por suerte, mi generación se ahorró el peñazo de los cineclubes y sus acaloradas discusione­s en torno a ‘El acorazado Potemkin’. En los noventa bastaba con beber cerveza mientras disfrutaba­s de una memez. No olvido que Tommy Lee presionaba la bocina del yate con su herramient­a íntima mientras Pamela le susurraba con voz de pito: ‘Tommy Lee, I love youuu’. Desconozco si ese fogonazo aparece en la actual teleserie que recrea sus andanzas, pero leí en alguna parte que Errol Flynn aporreaba con ese mismo apéndice el piano cuando las fiestas locas de Hollywood. Del noble piano a la verbenera bocina. Desde luego, todo degenera.

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