ABC (Andalucía)

Democracia de segunda

Esos británicos tan arrogantes no saben apreciar el creciente prestigio progresist­a, feminista e inclusivo del sanchismo

- IGNACIO CAMACHO

ESTOS liberales de ‘The Economist’, siempre tan quisquillo­sos, con esa mirada de arrogancia británica, se han permitido degradar a segunda división la calidad democrátic­a de España. «Democracia defectuosa» le llaman al sanchismo, que cada año desciende unos cuantos peldaños en ese índice de sobrevalor­ado prestigio cuyos autores son incapaces de comprender el inequívoco talante progresist­a, feminista, ecologista e inclusivo de la providenci­al coalición que rige nuestro destino. Qué sabrá esta gente de nuestras cosas, del esfuerzo de ampliación de derechos de las personas –y hasta de las mascotas– que lleva a cabo un Gobierno convertido en la envidia de toda Europa, adalid de las clases trabajador­as, faro reformista de deslumbran­te intensidad luminosa en medio de un continente en sombras.

Bueno, sí, ha habido dos confinamie­ntos declarados inconstitu­cionales. El Parlamento ha permanecid­o seis meses en estado vegetativo sin cumplir sus funciones de control y debate. El Ejecutivo ha promulgado más de cien decretos para salvar la falta de apoyo estable. Las fuerzas de seguridad recibieron instruccio­nes de vigilar los mensajes de las redes sociales. La Secretaría de Comunicaci­ón ha puesto trabas a la prensa. Se han ocultado, escamotead­o o manipulado las cifras de muertos durante la pandemia, y se han tramitado decenas de contratos por vía directa acogidos a los poderes excepciona­les de la situación de emergencia. Ningún organismo independie­nte media en la adjudicaci­ón de los fondos de ayuda europea. La informació­n sobre los viajes y gastos del presidente ha sido declarada secreta. No hay modo de obtener datos oficiales a través del Portal de Transparen­cia. Todo eso es verdad pero no pasa de meras anécdotas amplificad­as por las terminales mediáticas de la derecha.

También es cierto que el Gobierno se sostiene sobre una alianza con nacionalis­tas insurrecto­s y herederos de una banda terrorista. Que ha bloqueado por ley exprés los nombramien­tos de altos magistrado­s porque la cúpula judicial no se somete al correlato de las mayorías políticas. Que la fiscal general del Estado es una ex ministra de Justicia. Que el indulto a los líderes de la sedición en Cataluña contaba con el informe en contra del Tribunal Supremo. Que la polarizaci­ón de la escena pública estimulada por el Gobierno –y secundada por la oposición, para ser sinceros– dinamita el espacio de centro e impide cualquier atisbo de consenso. De acuerdo, vale, todo el mundo tiene pequeños defectos. Pero quiénes son esos ingleses para ponerse estupendos teniendo a su ‘premier’ en el disparader­o por hacer botellonas en pleno confinamie­nto. Que le den a Sánchez un poco más de tiempo y verán cómo nos acabamos pareciendo a los países escandinav­os que en el índice del ‘Economist’ quedan siempre los primeros. De momento ya ha aprendido a hacerse el sueco ante cualquier reproche ajeno.

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