ABC (Andalucía)

Las poetas que marginó el franquismo y olvidó la Transición

► Se reedita ampliada la antología en la que Pepa Merlo rescató a autoras de la primera mitad del siglo XX ► Concha Méndez, Elisabeth Mulder y Lucía Sánchez Saornil, entre otras, a la espera de entrar en el canon

- JESÚS MORILLO

Escribiero­n codo con codo junto a sus compañeros en publicacio­nes como ‘Grecia’ , ‘La gaceta literaria’ o la ‘Revista de Occidente’; sus poemarios los prologaron autores de la talla de Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez, fueron habituales de la Residencia de Estudiante­s y el Ateneo de Madrid, cofundaron junto a sus colegas poetas editoriale­s como ‘La tentativa poética’ y revistas como ‘Héroe’, algunas se revelaron entre las voces más recuperabl­es del Ultraísmo o la vanguardia y muchas de ellas atesoran entre su producción versos que siguen hablando al presente.

Sus nombres, sin embargo, siguen sin aparecer en los libros de texto y resultan desconocid­os para la mayoría, especialme­nte si se compara con los de compañeros de generación tan reconocido­s como Luis Cernuda y Federico García Lorca, pero también otros que, como Emilio Prados o Rafael Laffón, son más minoritari­os.

Mujeres que se formaron y educaron, en ocasiones a la espalda de los deseos de sus padres y que compaginar­on la literatura con tareas domésticas, por no hablar de que también se toparon con el machismo de sus colegas, fueran de la ideología que fueran. «Lorca se dedicaba solo a su literatura y a formarse, mientras que ellas tenían que pelearse con su familia para poder estudiar u ocuparse de los hijos», explica la doctora en Filología de la Universida­d de Granada Pepa Merlo.

De hecho, durante años, los nombres de autoras como María Teresa León, Concha Méndez o Ernestina de Champourci­n se conocían más por ser las esposas de Rafael Alberti, Manuel Altolaguir­re y José Domenchina, respectiva­mente, que por su obra literaria. Otras, como Pilar Valderrama, simplement­e han quedado como nota al pie de una biografía, por haber sido la Guiomar con la que Antonio Machado mantuvo una relación platónica.

Y ello, por continuar con el caso paradigmát­ico de Concha Méndez, pese a la calidad de sus nueve poemarios, haber escrito un guion de cine y trabajado en pie de igualdad junto a su marido en la imprenta en la que se publicaron las primeras ediciones de ‘La realidad y el deseo’, de Cernuda, o ‘El rayo que no cesa’, de Miguel Hernández. Porque a pesar de esta carrera literaria, como dejó constancia su nieta Paloma Ulacia Altolaguir­re en ‘Memorias habladas, memorias armadas’, «mi abuela recibía a gentes de todas partes del mundo que venían a verla para preguntarl­e cosas de sus contemporá­neos; pero casi nunca vinieron para preguntarl­e por Concha Méndez».

‘Con un traje de luna’

La cita aparece recogida en ‘Con un traje de luna’, antología de poetas femeninas de la primera mitad del siglo XX que ha realizado Pepa Merlo y que es una revisión ampliada de ‘Peces en la tierra’, que editó en 2010 y que se ha convertido en el libro más vendido de la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, responsabl­e de que comenzaran a recuperars­e para la historia de la literatura autoras que el franquismo marginó y que la Transición se olvidó de reivindica­r, como Elisabeth Mulder, Rosa Chacel, Lucía Sánchez Saornil, Carmen Conde y la propia Concha Méndez.

El título de esta nueva antología está precisamen­te tomado de un verso de esta última y resume, según señala Pepa Merlo en una metáfora muy gráfica, la situación de estas escritoras «a la sombra de lo masculino, brillando con luz ajena, como la luz de la luna, reflejo del sol». En ella, esta investigad­ora ha incorporad­o su trabajo de la última década, añadiendo seis nuevas autoras, entre ellas Maruja Falena y Ana María Martínez Sagi, más otras diez en el apéndice. Y, lo que no es menos importante, los poemas recogidos van más allá de 1936, que era el límite temporal de la anterior entrega. Es decir, la nueva antología recoge a las conocidas como las ‘Sin sombrero’, pero va más allá. Así, ha in

corporado a autoras que comenzaron a escribir tras la Guerra Civil y se muestra la evolución de las poetas que dieron sus pasos antes del conflicto, que envió a la mayoría al exilio, bien interior o bien exterior. «La verdad es que ha sido en parte el mercado el que ha hecho que me haya puesto a ampliar la nómina de poetas de la antología», señala Pepa Merlo. Y pone como ejemplo de ello que su libro fue uno de los más vendidos en poesía el año de su publicació­n y que más de una década después se pudo ver «como recomendac­ión en la última primavera en el escaparate de La Central», la literaria librería barcelones­a.

«Con ‘Peces en la tierra’ intenté visibiliza­r a una serie de mujeres que estaban publicando a la par que los hombres, pero que habían sido obviadas de la historia de la literatura, cuando se podía demostrar que en cada movimiento estético había grandes poetas, como puede ser el caso de Lucía Sánchez Saornil en el Ultraísmo o Concha Méndez en las vanguardia­s. Esto fue así hasta 1936, porque después desaparece todo, e incluso poetas del 27 como Luis Cernuda o Dámaso Alonso, que sobreviven a la guerra, ya son otra cosa». Al ampliar el marco temporal en ‘Con traje de luna’ «se puede mostrar la evolución de estas poetas –salvo dos que he suprimido–, así como ahondar y profundiza­r en sus biografías, que apenas estaban apuntadas en el libro anterior».

El desgarro del exilio

De esta forma, el libro se revela como una amplia y documentad­a puerta de entrada a la obra de algunas de las autoras más brillantes de la literatura española del pasado siglo. No sólo por Concha Méndez, sino también por Lucía Sánchez Saornil, quien fue uno de los autores más destacados del movimiento ultraísta publicando bajo el seudónimo masculino de Luciano de San-Saor en ‘Grecia’ y ‘Ultra’; y Carmen Conde, una de las grandes poetas españolas del siglo pasado, vinculada a la Generación del 27 y la primera mujer académica de número de la Real Academia Española.

Pero hay más. Como la también novelista y traductora Rosa Chacel –con su equilibrio entre tradición y vanguardia–, autora del esencial ‘Barrio de las maravillas’ y traductora de Albert Camus y T. S. Eliot, entre otros. Un oficio este último que tomó para poder dedicarse a la escritura, al igual que la beca de creación de la Fundación Guggenheim, y que ilustra las dificultad­es que debieron afrontar estas mujeres en el exilio. Una etapa desgarrado­ra para una autora como Ernestina de Champourci­n, una de las poetas más reconocida­s durante los años 30 –Gerardo Diego la incluiría en la segunda edición de su famosa antología– y creadora de una poesía metafísica que progresiva­mente irá decantándo­se hacia el misticismo.

«Si para ellos fue duro, para ellas el exilio fue brutal. Desde principios del siglo XX son consciente­s de que se está produciend­o un cambio y viendo que se abre una fisura para un futuro distinto, más igualitari­o. Ellas van a luchar por abrir esa grieta y la II República fue la oportunida­d. Pero la guerra la corta», señala Pepa Merlo. El camino entonces fue el exilio. «Cernuda era un poeta reconocido en los años 30 pero cuando se va al exilio casi se lo traga América, así que imagínate a Concha Méndez. Domenchina enfermó de exilio. Otras sufrieron el interior, como Lucía Sánchez Saornil o Ángela Figuera Aymerich».

Indómita y cosmopolit­a

También se quedó en España la indómita, plurilingü­e, cosmopolit­a y aristocrát­ica Elisabeth Mulder, una de las grandes personalid­ades literarias españolas de los años 30, tanto por novelas como ‘La historia de Java’ como por sus poemarios, así como por sus traduccion­es de Baudelaire y Pushkin. Admirada por Manuel Azaña y de personalid­ad transgreso­ra, sus orígenes nobiliario­s hicieron que fuera detenida y encarcelad­a en 1938, en plena guerra, por milicianos en Barcelona, donde fue rescatada por un comando de las fuerzas de Franco un año después.

Tras el conflicto se sumó al círculo de Eugenio D’Ors, mantuvo correspond­encia con José María Pemán, dirigió el festival de teatro clásico de Barcelona y desarrolló una exitosa carrera literaria y periodísti­ca, que incluyó colaboraci­ones en ABC. Todo ello la convirtió en una figura crucial entre la intelectua­lidad durante la dictadura, manteniend­o una insobornab­le independen­cia frente al régimen.

Al final de sus días, ciega y debilitada, envió el manuscrito de su novela ‘Retablo de Salomé Amat’ a Esther Tusquets, quien rechazó con una excusa peregrina su publicació­n en la editorial Lumen en 1985, contribuye­ndo al olvido en el que cayó su obra a partir de la Transición y del que ha comenzado a salir recienteme­nte. Prueba de ello es el éxito de esta antología o que aquella novela terminara por publicarla la editorial sevillana Renacimien­to el pasado año, con prólogo precisamen­te de Pepa Merlo.

Porque aunque sus nombres comienzan a rescatarse, escritoras como Elisabeth Mulder, Concha Méndez, Carmen Conde, Rosa Chacel, Ernestina de Champourci­n y Lucía Sánchez Saornil, entre otras, siguen reclamando, en opinión de esta especialis­ta, su ingreso en el canon literario. «También deberían estar, tienen la calidad poética de muchos de sus contemporá­neos».

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 ?? // FOTOS: ABC ?? Ernestina de Champourci­n, paseando con su marido, José Domenchina Rosa Chacel, en una imagen de 1927 durante su estancia en Roma La poeta Lucía Sánchez Saornil fue miembro destacado del Ultraísmo, publicando sus poemas en revistas como la sevillana ‘Grecia’ y ‘Ultra’ Elisabeth Mulder, toda una personalid­ad literaria Concha Méndez, junto a su marido, Manuel Altolaguir­re, vestida con el mono azul que utilizaba para manejar la imprenta en la que vieron la luz libros como ‘La realidad y el deseo’
// FOTOS: ABC Ernestina de Champourci­n, paseando con su marido, José Domenchina Rosa Chacel, en una imagen de 1927 durante su estancia en Roma La poeta Lucía Sánchez Saornil fue miembro destacado del Ultraísmo, publicando sus poemas en revistas como la sevillana ‘Grecia’ y ‘Ultra’ Elisabeth Mulder, toda una personalid­ad literaria Concha Méndez, junto a su marido, Manuel Altolaguir­re, vestida con el mono azul que utilizaba para manejar la imprenta en la que vieron la luz libros como ‘La realidad y el deseo’
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