La vía hacia el más allá
Reza la tradición que este enclave neolítico de Pontevedra permitía a los vivos entrar en el reino de los muertos
Merece la pena subir a este paraje azotado por el viento y la lluvia
Tras subir por la no muy escarpada ladera del Monte del Seixo al caminante le aguarda el reino de las sombras, el mundo del más allá. Porta do Alén, o Portalén en la expresión castellanizada, es la puerta que separa a los vivos y los muertos, el umbral que nos adentra en un universo mágico que ha sobrevivido en el inconsciente colectivo de los lugareños.
Porta do Alén forma parte de un conjunto neolítico, datado en torno al año 3.000 antes de Jesucristo, situado cerca del municipio de A Lama (Pontevedra), un lugar donde probablemente los celtas adoraban a sus deidades. Pero aquí, como en otros muchos enclaves de la época, la leyenda pesa mucho más que la historia.
Dice una tradición ancestral que quien cruza la puerta que forman tres bloques pétreos, asentados sobre una roca plana, accede al reino de los difuntos. Es preciso seguir unas reglas como entrar de norte a sur y salir en el mismo sentido. Hay que desandar el camino por la misma ruta. Los hombres que atraviesan ese umbral pueden obtener respuesta de los muertos sobre el futuro o cualquier otro interrogante. Pero están obligados a guardar silencio. Nadie debe saber las palabras de las almas que vagan por el más allá, que son transmitidas por el viento. El castigo por vulnerar la prohibición es quedarse mudo para siempre. Era costumbre antaño subir al lugar para depositar flores, velas, pan y vino en ofrenda a las ánimas. El escritor gallego Carlos Solla afirma que la leyenda de Porta do Alén entronca con las costumbres de los celtas que poblaron la región: «Existen semejanzas no sólo porque el rito de Portalén coincide con la festividad celta de Samhain (que marca el año nuevo), sino también porque los viajes al otro mundo y el querer saber sobre lo que acontece al otro lado es una curiosidad común en la tradición céltica y atlántica». Solla entronca estos usos con las epopeyas gaélicas.
En este sentido, dice una narración oral irlandesa que el rey Bran poseía un caldero mágico que hacía revivir a los muertos que habían perdido la vida de forma violenta. El único requisito era que los resucitados no podían hablar de lo que habían visto en el más allá.
Otra leyenda popular, recogida por Carlos G. Fernández en sus ‘50 lugares mágicos de Galicia’, cuenta que san Amaro embarcó hace muchos siglos para llegar al paraíso. Tras encontrar la tierra deseada, subió a un monte y halló una puerta. Desde allí podía ver el anhelado paraíso. Quedó extasiado ante la visión, y según la tradición, tardó 300 años en regresar al mundo de los vivos.
Los griegos y los romanos mantenían todavía que el reino de los muertos estaba en poniente, en un punto geográfico marcado por la puesta de sol al sumergirse bajo el horizonte del mar. En este sentido, era preciso seguir la ruta de la Vía Láctea para encontrar el antiguo Hades.
A poca distancia de la Porta do Alén hay un menhir de unos cinco metros que altura, que parece una atalaya para divisar todo el conjunto. Puede que sus constructores lo levantaran para resaltar que era terreno sagrado, pero también hay estudiosos que afirman que el llamado Marco do Vento tenía la finalidad de marcar un límite territorial.
Hay también en el paraje una cruz sobre una roca que formaba una especie de embudo que era atravesado por los rayos del sol en los solsticios. El emplazamiento era probablemente un altar solar en tiempos prehistóricos, anteriores a la llegada de los celtas.
Lo que sí se sabe con certeza es que el Monte del Seixo perteneció en la Edad Media al monasterio cisterciense de La Armenteira, ya que su abad, san Ero, lo recibió como una donación real en el siglo XII. San Ero está representado en la iglesia del cenobio con un trozo de pan en su mano izquierda, lo que se interpreta como una ofrenda al reino de los muertos tras la Porta do Alén.
Merece la pena subir a este paraje azotado por el viento y la lluvia que transporta al caminante a unos tiempos lejanos e ignotos que subsisten en la memoria de las piedras.