«Les tienen cuadraos»
Si el leísmo ridiculiza lo alevoso y sin gracia del inclusivo, el laísmo hace imposible la politización del ‘la’
DE la gente del cine podrá decirse mucho, pero no que no son agradecidos. Los agradecimientos de los Goya duran minutos y se enriquecen con el uso de ‘las lenguas del Estao’. Hubo un actor que dedicó ‘eskerrik askos’ a todo el mundo y acabó con una dedicatoria a «todes mis alumnes», porque también era docente. Esta muestra de ‘inclusivo’ me hizo recordar algo visto días atrás. Como parte de su campaña en Castilla, Vox hizo un vídeo en el que Abascal entrevistaba a un ganadero. Por un día hacía de periodista y como Rodríguez de la Fuente tras el lince, se adentraba en el interior para conocer al hombre de campo.
Era interesante. El entrevistado informaba de los problemas y necesidades de la vida rural, aunque con el paso de los minutos el interés se fue desplazando de lo que decía a cómo lo decía. Abascal le preguntó qué haría con el lobo, gran quebranto ganadero, y el hombre contestó que «se les llevaría a los ecologistas»; después, al querer saber Abascal lo que opinaba de ellos, la respuesta que obtuvo fue descriptiva: «Les tienen cuadraos». Los ecologistas ‘les’ tienen ‘cuadraos’. El ganadero, de un valle palentino, era un leísta extraordinario. Su leísmo era empecinado, fresco, tajante y no acababa en los pronombres. En algún momento utilizó el adjetivo ‘mísere’, profetizando el estado en el que acabaremos, un estado mísere (e infelice).
Donde van el ‘lo’ y el ‘la’, los leístas ponen el ‘le’, arrasan con ese pronombre las distinciones pronominales de género. ¿Acaso se pensaban que inventaban algo los del ‘inclusivés’?
Los ‘woke’ e interseccionales eligen sus pronombres: ‘She/her, he/them’... pero eso ya lo habían inventado aquí nuestros leístas. Es más, eso probablemente se inventó en Madrid, donde algunos expertos consideran que empezó en leísmo, en la corte, lo que demostraría, de nuevo, que en España la corrupción y el vicio vienen siempre desde arriba.
El ‘woke’ elige su pronombre, y el leísta también. El leísmo es a la vez alegre por desconcertante y austero porque parece que quiere ahorrar, y denota una especie de terquedad aborigen, como cuando en el norte dicen «si iría me comería un marmitako».
Por nuestra catetez urbana (el cateto ahora es de ciudad), todo en el campo nos parece mejor y ese leísmo, que escuchado en Madrid sonaría a Belén Esteban, en un valle parecía digno de ser grabado por un folclorista.
Si el leísmo ridiculiza lo alevoso y sin gracia del inclusivo, el laísmo hace imposible la politización del ‘la’. El laísta pone el ‘la’ ante todo. Le gusta tanto la mujer que la antepone, un poco como cuando El Fary decía que la vida sin la mujer no tiene sentido. Esto se ve en el más grande laísmo conocido, el de «Pepe, ¿qué las das?». Ese ‘qué las das’ llena de mujer la frase, la revienta de mujerío con un pronombre puesto porque sí, pero las feministas no lo usarán porque sonarían como los laístas, y vaya revolución sería si acabara diciendo «la pedí sororidad».