DE LA CHINA AMABLE A LOS JUEGOS AMURALLADOS
Por PABLO M. DÍEZ
Aunque la ciudad es la misma, la China y el contexto internacional de estos Juegos de Invierno son muy distintos a los de Verano de hace 14 años, que el corresponsal de ABC también cubrió. El país no solo no ha avanzado hacia la democracia, sino que se ha vuelto más totalitario
Pekín ya puede alardear de ser la única capital del mundo en acoger tanto los Juegos Olímpicos de Verano como los de Invierno. Aunque la ciudad es la misma, la China de hoy y el contexto en el que se celebran estos Juegos no tienen nada que ver con aquel ya lejano agosto de 2008. Lejano en el tiempo y, sobre todo, en el espacio, pues parecen otro universo totalmente distinto a las Olimpiadas de hace 14 años, que este corresponsal también cubrió.
Para empezar, a Pekín se le concedieron los Juegos en julio de 2001, cinco meses antes de que China fuera admitida en la Organización Mundial del Comercio (OMC). En ese momento se pensaba que su apertura al capitalismo, la proliferación de una clase media liberal y la modernización que traerían los Juegos contribuirían a la democratización del autoritario régimen del Partido Comunista. Los politólogos ponían como ejemplo lo que había ocurrido en la década de 1980 con Corea del Sur y sus Juegos de Seúl y, tras la caída del ‘Telón de Acero’ en Europa, la transición de otras dictaduras asiáticas de derechas, como Taiwán, también invitaban al optimismo.
Apenas una década y media después, tal razonamiento no podía haber resultado más ingenuo… y equivocado. China no solo no ha avanzado hacia la democracia, sino que políticamente ha retrocedido y se ha vuelto más totalitaria y personalista desde que el presidente Xi Jinping tomó el poder hace ya una década. Tras cortar la apertura social y cultural que venía experimentando el país y endurecer la represión en todos los frentes, desde los disidentes hasta Hong Kong Kong o Xinjiang, el régimen de Pekín celebra estos Juegos de Invierno en su momento de mayor tensión con Occidente. Tanta que algunos historiadores ya creen que estamos ante una ‘Nueva Guerra Fría’ y comparan estos Juegos de Pekín 2022 con los de Moscú 80.
Buena prueba de ello es el boicot diplomático a la ceremonia de inauguración que protagonizaron Estados Unidos y otras potencias democráticas como el Reino Unido, Canadá, Australia y la India o, de forma encubierta, Japón y el resto de países que pusieron la excusa de la pandemia para no asistir. Bastaba con echar un vistazo al palco de autoridades para darse cuenta de quiénes son los amigos de China: Putin, Bin Salman de Arabia Saudí y los jeques petroleros de Catar y Emiratos Árabes Unidos, Al-Sisi de Egipto y los presidentes de Mongolia y las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, así como los dirigentes más díscolos de Europa: Andrzej Duda de Polonia y Aleksandar Vucic de Serbia. De América Latina, donde China tiene grandes intereses comerciales, asistieron solo el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, y el de Argentina, Alberto Fernández. Durante su estancia en Pekín, este último incluso dejó una corona de flores en honor de Mao en su mausoleo, provocando un escándalo en su país por los millones de muertos que causaron los horrores del ‘Gran Salto Adelante’ (1958-62) y la ‘Revolución Cultural’ (1966-76).
A ellos se unieron los responsables de organizaciones internacionales como el secretario general de la ONU, António Guterres, y el director de la OMS, el doctor Tedros, además de figuras inexcusables del movimiento olímpico como el príncipe Alberto II de Mónaco y el Gran Duque Henri de Luxemburgo. Pero, sin duda, la visita que más interés despertó fue la de Putin, quien estrechó su alianza con Xi Jinping en pleno enfrentamiento con Occidente por Ucrania.
«China es más poderosa, tiene más confianza y está menos interesada en complacer a otros países, especialmente a las democracias occidentales o incluso a la India, escogiendo a un soldado herido en un combate fronterizo como relevista de la antorcha olímpica», analiza Jean-Pierre Cabestan, profesor de Política en la Universidad Baptista de Hong Kong. Por si les faltaba algo, estos Juegos se celebran además bajo la burbuja que las autoridades han montado para prevenir la pandemia. Con su cierre de fronteras, cuarentenas y confinamientos masivos cada vez que hay un brote, China es el país que más restricciones y controles impone para luchar contra el coronavirus desde su estallido en Wuhan hace dos años. Su burbuja es mucho más hermética que la de Tokio 2020, donde los participantes y periodistas podíamos salir a pasear por la calle.
Un protocolo escrito
Tras aterrizar en Pekín en vuelos especiales solo para los acreditados por el Comité Olímpico Internacional (COI), los casi 3.000 atletas y el resto de miembros de comités nacionales, trabajadores y periodistas estamos aislados en hoteles vallados y estadios casi vacíos. Sin entradas a la venta, a las competiciones solo pueden acudir selectos grupos de invitados, separados a distancia por las barreras de seguridad y la muralla de voluntarios. Un tren especial de alta velocidad, exclusivo para la burbuja olímpica, conecta en menos de una hora Pekín con las sedes de Zhangjiakou y Yanqing, donde tienen lugar los deportes de nieve. Mientras estas dos últimas estaciones han sido reservadas para los transportes olímpicos, al llegar a la de Qinghe, en Pekín, un pasillo acristalado separa a los pasajeros de la burbuja del resto de viajeros.
Junto a las mascarillas FFP2 obligatorias y la distancia de seguridad en eventos y transportes, cada día se hacen pruebas PCR a las más de 72.000 personas que, entre participantes y trabajadores locales, viven en la burbuja el tiempo que duran
Boicot diplomático LA VISITA QUE MÁS INTERÉS GENERÓ FUE LA DE PUTIN, QUE REFORZÓ SU ALIANZA CON XI JINPING EN PLENO ENFRENTAMIENTO CON OCCIDENTE POR UCRANIA
los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. Desde el 23 de enero, se han detectado más de 400 casos positivos, la mayoría en el test al llegar al aeropuerto de Pekín, y una treintena de deportistas han sido aislados, algunos entre protestas.
Por los hoteles y villas olímpicas pulula un fantasmagórico ejército de sanitarios y limpiadores pertrechados con trajes especiales de protección. En busca del coronavirus, inspectores de esta guisa toman muestras de las zonas comunes, como cafeterías y restaurantes. Para prevenir la propagación, la basura está siendo almacenada dentro de la burbuja y, reduciendo al máximo el contacto físico, unos brazos robóticos preparan la comida en el centro de prensa de Pekín.
Como se puede apreciar en estos Juegos, China se ha cerrado aún más con el coronavirus, que ha exacerbado las diferencias con Occidente por su poca transparencia y las sospechas sobre su origen. No es que la China de 2008 fuera la panacea de las libertades, pero sin duda era más abierta y amable. Y eso que aquel año también estuvo plagado de tensión política por la revuelta en el Tíbet en marzo, cuya represión generó voces pidiendo un boicot contra los Juegos. Al final, a la inauguración acabaron acudiendo dos de los presidentes que más lo habían sugerido al principio: Bush, de EE.UU., y Sarkozy, de Francia.
Aunque las autoridades hicieron una purga de extranjeros y muchos tuvieron que marcharse por tener dudosos visados de turismo o estudios que renovaban cada tres meses saliendo a Hong Kong, Pekín recibió una avalancha de visitantes y cada noche era una fiesta olímpica en los bares y clubes de Sanlitun y el Estadio de los Trabajadores. Además de aficionados y viajeros, se colaron unos activistas que colgaron una pancarta del ‘Free Tibet’ (Tíbet libre) en uno de los anillos de circunvalación, algo que resulta impensable hoy día por la abundancia orwelliana de cámaras de vigilancia. Oficialmente, a los periodistas nos dieron permiso para viajar por todo el país para hacer entrevistas, excepto al Tíbet claro. Los Juegos, que empezaron con una tanqueta de la Policía a las puertas del centro de prensa, acabaron con un enjambre de vendedores callejeros ofreciéndonos a los periodistas falsificaciones de Rolex y camisetas de marca. Ninguna imagen resume mejor lo que fueron aquellos Juegos Olímpicos de Verano de 2008.
Una ilusión
Pero, justo un mes después, se hundió Lehman Brothers y estalló una crisis financiera global que aceleró el declive de Occidente y el auge de China, cada vez más desafiante y segura de un modelo totalitario que define como una «democracia popular». Lo mismo está ocurriendo ahora con el coronavirus, cuyo control esgrime el régimen para legitimarse frente a la sangría que sufren las caóticas democracias liberales. Entre medias, Pekín ha revivido los campos de reeducación del pasado para los uigures musulmanes de Xinjiang y se ha cargado las libertades de Hong Kong. Siempre más sensible al negocio que a los derechos humanos, el COI premió en 2015 a China con estos Juegos de Invierno por la promesa de que van a enganchar a 300 millones de nuevos aficionados.
«China no mintió a Occidente, cuyo pensamiento sobre la voluntad de reforma del Partido Comunista era una mera ilusión. Algunos dirigentes, como el anterior primer ministro, Wen Jiabao, pueden haber hecho comentarios engañosos, pero nunca pensé que quisieran poner fin al sistema de un solo partido», razona Cabestan. A su juicio, «el Partido Comunista no puede reformarse porque, el día que esté contestado, se derrumbará. Como el colapso del régimen entraña muchos retos o consecuencias incontrolables, la mayoría de chinos prefiere mantener la actual dictadura». Por eso, ha pasado de la China amable y veraniega de Pekín 2008 a los Juegos amurallados en el invierno de 2022.