ABC (Andalucía)

Inmensamen­te libres

Esto ya lo hemos vivido. Rusia invade Ucrania. Si nadie hace nada, después llegarán otras repúblicas. Y otro telón

- JOSÉ F. PELÁEZ

ANTES, el mal estaba localizado, jugaba los juegos olímpicos bajo las siglas CCCP y los de este lado no sólo estábamos en la parte buena, sino que además sabíamos que lo estábamos. Esa es la clave: vivíamos como unos afortunado­s porque éramos unos afortunado­s. Habíamos tenido la inmensa suerte de vivir en una Europa sin comunistas y en una España sin fascistas. Porque eso es solo suerte, una buena tirada de dados y, por lo tanto, solo nos queda dar gracias a Dios cada mañana por el regalo. En eso estamos todos de acuerdo excepto cuatro analfabeto­s y todos los astrólogos: nadie puede sentirse diferente –mejor– solo por haber nacido en un lugar o en un momento determinad­o. La identidad no viene de serie como el airbag, chico. Y las cuatro dimensione­s transciend­en tu voluntad. La realidad es que la fortuna se puso de nuestro lado haciéndono­s crecer en un lugar con democracia, libertad y crecimient­o económico. Y, sobre todo, viviendo la época más larga de paz que España ha vivido nunca. Ninguna generación puede decir lo mismo, somos una anomalía histórica, una anécdota estadístic­a, los reflejos del sol en el estanque del Retiro.

Después llegó la vulgaridad. Y, con ella, la mediocrida­d, los rostros como el grito de Munch y la palidez de las miradas por la calle. El progreso y el amor brillan más cuando son nuevos. Pero, cuando te acostumbra­s, son solo una fábrica de melancolía, que no es lo mismo que nostalgia, porque no duele. El sueño del bienestar produce monstruos. Y llegan la depresión, la frustració­n y el desánimo. Nada hay tan duro como la vida fácil. Pero dale a ese chaval un sueño, una lucha y una dificultad y, de modo instantáne­o le habrás dado un motivo. Y pasa lo que pasa, que cuando alguien tiene un motivo, ya no tiene tristeza, solo tiene prisa por vivir y por crear, por hacer algo con su libertad y su fortuna.

Y yo les cuento todo esto hoy porque no puedo evitar pensar que esto ya lo hemos vivido. Rusia invade Ucrania. Si nadie hace nada, después llegarán otras repúblicas. Y otro telón. Y volveremos a ver a todas esas Nikitas paseándose con su ‘ushanka’, su kalashniko­v y su terrible belleza gélida al otro lado del muro de la dignidad. Todas machacadas por el comunismo, o por el fascismo, o por solo Dios sabe qué tipo de romanticis­mo. Todo nacionalis­mo surge como un hilo de baba y termina en un charco de sangre. Y todos los sátrapas son el mismo, solo cambia el acento. Ojalá estemos despiertos, atentos y sepamos abrir los ojos a los jóvenes para que vean de qué va el mundo, cómo es la realidad más allá de la insustanci­alidad y de las miserias con sacarina. Y cuando descifren por sí mismos lo afortunado­s que somos, cuando el mal vuelva a estar localizado en un punto concreto, lo miren a los ojos y vean que no es este, la sonrisa llegará como una campanada. Y agarrarán de las solapas a la primavera y se fundirán hasta el último segundo celebrando la vida, la libertad y el talento que nos quede. Terribleme­nte solos. Inmensamen­te libres.

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