«TANTOS AÑOS SIN VER A MI FAMILIA PARA AHORA PODER PERDERLOS A TODOS»
Angustia entre los más de 17.000 ucranianos que viven en Andalucía, 11.000 en Málaga
«Tengo miedo, mucho miedo y no sé qué puedo hacer». Olena, ucraniana de 60 años, prorrumpe en un llanto amargo. Apenas pudo conciliar el sueño la noche del miércoles en el pequeño piso de Málaga donde reside. Parecía que se lo estuviera oliendo. Pero a las cinco de la madrugada cayó rendida. Cuando despertó a las ocho su teléfono echaba humo. Cientos de llamadas perdidas y de mensajes de amigos y familiares con la trágica noticia: la guerra había empezado en su país.
En Andalucía hay más de 17.000 compatriotas suyos que lo están pasando igual de mal. La mayoría, en torno a 11.000, reside en la Costa del Sol. Muchos llegaron hace más de una década huyendo de las penurias económicas que sufría su país entonces en pos de una vida mejor. En aquella época sobre todo mujeres. No eran pocas las que tenían carrera universitaria pero no posibilidades laborales en su país de origen. Al llegar aquí se emplearon mayoritariamente en tareas de limpieza o cuidado de personas mayores. Los maridos que vinieron, en la construcción.
Pero en Ucrania quedaron muchos familiares. Es el caso de Olena. Está rota porque tiene dos hijos militares y otro médico. Están bien. Ayer pudo hablar con ellos. Lo intentaron pero no consiguieron dejarla tranquila. No es para menos. Regresa el llanto. «Tanto trabajar aquí, tantos años en los que apenas he visto a mi familia, ni he abrazado a mis hijos para que ahora pueda perderlos a todos», lamenta entre sollozos a ABC.
Deseando coger un fusil
Parecido le ocurre a Julia, empleada como limpiadora en un camping de Mijas. También llegó en esa primera remesa. Cuenta a este periódico que tiene un hijo camionero de 36 años al que el estallido de la guerra le ha pillado en Budapest. Pero su nuera está en Ucrania, es médica de urgencias y no quiere salir del país. Y su hijo le dice que está deseando regresar para coger un fusil. Cuando la guerra de Crimea, en 2014, ya lo intentó, y tuvo que traérselo durante varios meses a la Costa del Sol para convencerle de que no lo hiciera. ¿Qué ocurrirá esta vez?
Refugiados
Después de aquel conflicto, en el que Putin ya enseñó la patita demostrando lo que era capaz de hacer, la población ucraniana en la Costa del Sol volvió a crecer. Ruth Sarabia, concejal de Acción Exterior, Cooperación al Desarrollo del Ayuntamiento de Málaga, recuerda que entonces el Consistorio atendió a unas 600 personas que llegaron como refugiados. Ayer volvió a ponerse a disposición de la comunidad ucraniana por si fuera necesario repetir la operación de acogimiento. Pero de momento, con las comunicaciones afectadas, está todo parado.
De aquella hornada algunos volvieron. Pero de entre los que se quedaron «empezó a cambiar el perfil», dice Sarabia a ABC. Eran tan titulados como las señoras que llegaron antes, pero ya se iban atreviendo a montar pequeñas empresas (sectores como el audiovisual, o el del vino...) y a trabajar en ámbitos distintos.
En la capital malagueña residen más de 4.000 de los 11.000 ucranianos de la provincia. Suelen ser muy participativos y viven en comunidad. Ayer por la tarde algo más de un centenar de ellos se concentraron en protesta por la intervención rusa en la plaza de la Marina, lugar que suele ser un punto de encuentro habitual de compatriotas.
Entre los concentrados estaba Maryana, que dirige una asociación, Maydan, que agrupa a los ucranianos ‘malagueñizados’. Ayer se esmeraba en la recogida de medicamentos de primera necesidad para enviar a su país. «Sobre todo los que sirven para tapar hemorragias», afirmaba. Y es que nadie está tranquilo. Cómo estarlo. Tatyana, 30 años, esteticista, tiene familia en IvanoFrankivsk, una ciudad al oeste de Ucrania. El lado opuesto al Donbass, por lo que creyó que aunque hubiera operaciones, poco les iba a afectar. El primer video que se viralizó ayer con un aeropuerto atacado por misiles fue ése. Por eso, durante todo el día, se celebraron por toda Málaga misas en las que los ucranianos emigrados pidieron por una paz que algunos, los más ilusos, llegaron a creer que no se rompería nunca.