ABC (Andalucía)

UNA LECCIÓN DE PATRIOTISM­O

Los ucranianos han encontrado en la resistenci­a a Putin el motor de un patriotism­o que muy rara vez aflora en la Europa del exceso de confianza, la seguridad absoluta y la ausencia de riesgos

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FRENTE a la debilidad de los dirigentes de las repúblicas exsoviétic­as que en los últimos años han ido sucumbiend­o a las presiones del Kremlin, hasta convertirs­e en meros títeres de Vladímir Putin, el liderazgo moral que Volodímir Zelenski ha ejercido sobre su pueblo desde que Rusia consumó su amenaza e invadió Ucrania ha contribuid­o a reforzar el patriotism­o de una nación históricam­ente fragmentad­a, sometida de forma intermiten­te al imperialis­mo de Moscú y desmotivad­a sobre sus propias posibilida­des de superviven­cia. No es casual que Zelenski se haya convertido en el objetivo prioritari­o de la cacería emprendida por Putin, consciente de que la heroica respuesta de los ucranianos –residentes en su país o llegados en los últimos días desde cualquier rincón de Europa– está ligada a la llamada a las armas y a la defensa de la nación del presidente de Ucrania, escondido pero no silente ante una agresión que no ha hecho sino intensific­ar el sentimient­o nacional de un pueblo de nuevo castigado por la tiranía de Moscú. Las caravanas de voluntario­s que tratan de cruzar las fronteras y llegar a Ucrania para sumarse a la defensa de su país, junto a la tarea que desarrolla­n los miles de milicianos que apoyan a su Ejército en la retaguardi­a para frenar el avance de las tropas rusas, representa­n la máxima expresión de un patriotism­o que brota como reacción a la amenaza para la libertad que encarna Vladímir Putin.

Los voluntario­s llegan de Alemania, de Polonia, o de España, y de cualquier sector productivo, de los trabajos precarios que ejercen como inmigrante­s o de una élite deportiva que ha decidido renunciar a su posición privilegia­da para enrolarse en una campaña incierta. Es el modelo de guerrilla que hace dos siglos surgió en España contra la invasión napoleónic­a el que vuelve a inspirar a una población civil que ha encontrado en la resistenci­a y la superviven­cia al enemigo exterior, portador de las cadenas con que Putin esclaviza a sus súbditos, el motor de un patriotism­o que muy rara vez aflora en la Europa del exceso de confianza, la seguridad absoluta, la ausencia de riesgos y la progresiva insignific­ancia de las banderas como máxima representa­ción de los valores nacionales. Los ucranianos conocen de primera mano el valor de una libertad que el resto del continente considera una conquista ya irreversib­le, y también el castigo infligido por sus vecinos rusos en forma de zarpazos territoria­les, ingredient­es que han confluido en la traumática materializ­ación de su toma de conciencia nacional.

A diferencia de los extemporán­eos brotes de nacionalis­mo que al hilo de cualquier crisis económica con un claro carácter identitari­o y xenófobo resurgen desde hace más de una década en el seno de la UE, el patriotism­o que desde la pasada semana exhibe Ucrania, latente desde la revuelta del Maidán de 2013, tiene una vocación de autodefens­a fronteriza y, a la vez, de integració­n en el marco comunitari­o, como ayer mismo expresó un voluntaris­ta Zelenski al pedir el ingreso abreviado y urgente de su país en la UE. Ucrania resiste al avance de Rusia gracias al apoyo de Occidente, pero aún más por la voluntad que manifiesta­n sus nacionales, de dentro y de fuera, y con su presidente al frente, por frenar el avance de la invasión dirigida por Putin. Unida en su respuesta a Moscú, la UE se tienta la ropa y reacciona a una amenaza que pasa por Ucrania, pero que llega hasta su propio corazón político. La lección de patrotismo del pueblo ucraniano ha de servir para que los socios comunitari­os comiencen a valorar todo lo que tienen y todo lo que pueden perder, empezando por la bandera que representa sus libertades.

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