ABC (Andalucía)

El gallinato

La humanizaci­ón animal y la animalizac­ión humana se han consumado. Es el Gran Reseteo que nos traen las Gallinas Número Uno del Gallinato, versión occidental del Gran Salto Adelante

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL zorro entra al gallinero y las gallinas reaccionan, con arreglo a su programaci­ón, llamando nazi al zorro. Las leyes del gallinato fueron descubiert­as en Chicago por un tal doctor Allen del que habla Camba. Según el doctor, si usted reúne en un gallinero a diez gallinas Leghorn sacadas de gallineros distintos, antes de diez minutos o de un cuarto de hora (el hijo de Darwin presumía de un padre capaz de saber diferencia­r entre ‘un cuarto de hora’ y ‘diez minutos’), las diez gallinas habrán establecid­o una jerarquía por la cual la gallina superior puede picotear en la cabeza a la inferior sin que a ésta se le ocurra devolver un solo picotazo. La primera tiene el derecho de picotear a nueve; la segunda, que puede ser picoteada por la primera, picoteará a ocho; y así hasta la décima, que recibe los picotazos de todas sin poder picotear a ninguna.

—‘Some chicken’! ‘Some neck’! –dijo famosament­e Churchill ante el Parlamento canadiense en el 41, y se montó el pollo: venía a decir que no sería su gallina Leghorn la que pusiera el pescuezo, y contestaba así a un chascarril­lo despreciat­ivo de Pétain, el ídolo de Macron, sobre el valor británico.

La gallina Leghorn es producto de la selección humana. Tan humana es esa selección que Dalrymple recuerda haber leído en una revista de criminolog­ía que el único argumento concluyent­e contra el bestialism­o con gallinas es que las gallinas no consienten la relación y que, por ello, «sus derechos son violados». La humanizaci­ón animal y la animalizac­ión humana se han consumado. Es el Gran Reseteo, o Gran Reinicio, que nos traen las Gallinas Número Uno del Gallinato, versión occidental del Gran Salto Adelante, con su Gran Agenda 2030 tomada de la Gran Revolución Cultural.

—¡La unción y una gallina! –gritó en la agonía el padre de Santayana, que se tomó su caldo (¡lo mismo que Schopenhau­er!)... y no le fue necesario, por aquella vez, el último sacramento, el único que se recibe pasivament­e, sin decir palabra, como la vacuna famosa.

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