« La paz de Putin
Podemos condenaba ayer cualquier ayuda europea que sirva a los ucranianos para defenderse
QUE Dios nos preserve de que la situación actual en Ucrania lleve al triunfo de las fuerzas del mal». Las «fuerzas del mal» son los ciudadanos ucranianos que se resisten al avance del Ejército ruso; lo son también los demoníacos países que les dan algún apoyo. Quien denuncia esa conspiración de «las fuerzas del mal contra la unidad rusa» se llama Kirill y es Patriarca de la Iglesia ortodoxa. El mismo que ungió a Vladímir Putin como «un milagro de Dios» frente a quienes amenazan con «destruir la unidad de Rusia».
Pero la alucinación no es una exclusiva del clero integrista. El Grupo de Puebla ha desplegado un discurso idéntico. En su forma límite, el de la Venezuela que cataloga a Putin como «el gran líder de la humanidad». Y que ratifica, por voz de Chávez junior, cómo «Venezuela rechaza el agravamiento de la crisis en Ucrania producto del quebrantamiento de los acuerdos de Minsk por parte de la OTAN», responsable única de «una guerra brutal contra Rusia y contra Putin». El resto de los ‘poblanos’ fue menos agresivo. Se limitó a equiparar a la Rusia atacante y a la Ucrania masacrada. Y a invocar una paz que ponga coto a cualquier defensa militar de los ucranianos.
Allí estaba José Luis Rodríguez Zapatero. Allá él: no es ya más que un ciudadano privado con privados intereses en el régimen de Maduro. Pero allí estaba también Adriana Lastra, diputada del PSOE. Y también Irene Montero, ministra de Sánchez y diputada del mismo Podemos cuyo portavoz condenaba ayer cualquier ayuda europea que sirva a los ucranianos para defenderse con las armas en la mano, porque defenderse con las armas en la mano es algo «que va en sentido contrario al de la paz». El sentido de la paz, para Podemos, es sólo uno: la rendición ante Putin.
A muchas cosas indignas nos ha ido habituando la política. Pero que esa gente llame ‘paz’ al resignado someterse a un déspota –‘providencial’, parece– como Vladímir Putin, es llevar la indecencia mucho más allá de lo que, incluso en ellos, hubiera yo podido imaginar. El espectáculo del viernes pasado, cuando los fieles de Garzón se manifestaron en la puerta del Sol madrileña... contra ‘la agresión de la OTAN’, sería sin más hilarante, si no fuera tan inmediatamente criminal.
No hay dictador que no invoque en su respaldo la ‘paz’ que otorgará su imperio. Y a mí me vuelve la sobria reflexión de Spinoza en el siglo XVII: «De una ciudad cuyos aterrorizados sujetos no son capaces de tomar las armas, debe decirse que no está en guerra, pero no que esté en paz. La paz no es la ausencia de la guerra; es una virtud que nace de la fortaleza anímica… Y una ciudad cuya paz depende de la inercia de sujetos a los que se conduce como ganado para no conocer más que esclavitud, merece el nombre de soledad, no el de ciudadanía». Esa paz proclama hoy la mitad del Gobierno de España.