¿Comparequé?
La democracia también se deteriora cuando el poder no admite preguntas y prefiere la rendición de cuentas enlatada
N Ose trata del jardín del ‘Cándido’ de Voltaire, ni siquiera del mejor de los mundos posibles que alguna vez glosó el francés. El limbo por el que se preguntaba Josep Borrell esta semana aludía a la nube a la que se han mudado a vivir los socios de Gobierno de Pedro Sánchez, ese condominio de gente que repite sandeces, la reserva natural de quienes blanquean a Vladímir Putin en nombre de una paz que combina con sus ideas.
Cinco días después de la entrada de las tropas rusas en Kiev y el inicio de la peor acción violenta desde la Guerra Fría, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ofreció, al fin, declaraciones sobre la posición de España en esta crisis militar e internacional. En lugar de elegir la comparecencia pública o parlamentaria, Sánchez se adaptó al formato de entrevista ergonómica para explicar las acciones y decisiones de su adminsitración de cara a la estrategia de la UE.
En una semana en la que aumentan las víctimas y la violación del derecho internacional a manos de Putin se vuelve ya no en algo obsceno y abusivo sino catastrófico, la Unión Europea ha optado no solo por endurecer las sanciones económicas a Rusia, sino también por aportar armamento a Ucrania. En ese escenario, Sánchez anunció que España no enviaría material militar de forma bilateral y que lo derivaría a la «activación» del Fondo Europeo para la Paz.
Aún más grave que la cesión al pacifismo de utilería de sus socios de Gobierno, es que Sánchez lo haya hecho calzado en las pantuflas de la incomparecencia, en la comodidad del cara a cara con un único periodista. Y aunque Carlos Franganillo hizo lo que apenas se puede ya en la televisión pública, es decir periodismo, el presidente de Gobierno se fue por las ramas y siguió plantando florecillas, a lo Cándido.
En los últimos días, las alocuciones más importantes de los portavoces políticos españoles se han realizado en entrevistas a la carta, sesiones algodonadas en las que los interpelados colocan mensajes estándares sin bajar a la tierra firme de las responsabilidades sobre sus acciones. Ya fuese desde la voladura en pedazos del principal partido de la oposición en cadenas privadas —como lo hicieron Pablo Casado en Cope y Teodoro García Egea en La Sexta durante la crisis del PP— o hasta el mismísimo presidente de Gobierno, que glosó su política militar apoltronado en la gamuza de su voz aterciopelada, todo acabó en una rendición de cuentas enlatada.
De la crisis del PP a la de la situación militar en Ucrania hay una distancia manifiesta, pero la incomparecencia es preocupante. La democracia se deteriora cuando el poder no permite que se le pregunte y prefiere las entrevistas pactadas a la interpelación que ofrecería una conferencia pública con medios independientes. La palabra comparecencia se ha borrado del diccionario. Acaso porque ninguno quiere que lo metan en un jardín. El poder no quiere preguntas.