ABC (Andalucía)

UCRANIA ENJUGA CON ORGULLO PATRIO LA AUSENCIA DE APOYO MILITAR INTERNACIO­NAL

Los han dejado solos defendiénd­ose de Rusia. En respuesta, los civiles que se presentan voluntario­s para luchar contra Moscú han desbordado las previsione­s

- LAURA L. CARO Por Y MATÍAS NIETO

En el centro de reclutamie­nto aparece Nikola, 19 años, vestido como de soldado todo a estrenar. Pantalón y mochila a juego en un camuflaje chillón que no puede pertenecer a ningún uniforme del mundo, un par de botas reluciente­s en la mano jamás calzadas y en el antebrazo un chaleco verde guerra para munición que mantiene colgando como si fuera a arrugarse. Solo le ha faltado traerse una percha.

El conjunto, cuenta, se lo han comprado amigos voluntario­s en Polonia, acaba él de venir de este país porque trabaja allí, y sin esperar a llegar a su ciudad natal de Chernihibs­ca, al norte de Kiev, se ha detenido en esta primera que ha pillado de Leópolis para alistarse en la Fuerza de Defensa Territoria­l.

Es la estructura que Ucrania se inventó en 2014 tras perder Crimea para enfrentar la siguiente agresión rusa, que ya está aquí, y según la cual hasta dos millones de civiles operarán liderados por militares profesiona­les para ayudar a detener la ofensiva híbrida en curso. A saber: ataques directos, sabotaje de infraestru­cturas críticas, misiones clandestin­as de desestabil­ización lanzadas por Moscú. Mejor para enrolarse si se tiene experienci­a bélica. Héroes y veteranos de anteriores contiendas se conciben en la primera línea, pero los demás también. Con lo que cada uno pueda hacer, porque no ha dado tiempo a dar la formación militar a que se quería. Nikola no tiene ninguna, aunque refiere un cursillo por ahí de disparar. «Vengo a luchar», explica. Su determinac­ión enternece.

Docenas a su alrededor son también ucranianos voluntario­s que están para lo mismo, cada uno ataviado con lo que ha encontrado por casa, y tres de ellos –Alexandr, 39 años; Igor, 32 y Petro, 35, de Jorokhiv, a 60 kilómetros– esperando hace tres días. Con paciencia. «Tienen que llamarnos por teléfono, tardan pero nada va a poder con nuestra firme voluntad», explica el primero de ellos. No hay fotos porque no se permite. Ya han salido del edificio para advertir de que, ojo, imágenes ni con el móvil. Tampoco del oficial que después de media mañana de gestiones sale del acuartelam­iento para facilitar unas cifras. «Estamos algo ocupados, básicament­e están todos en una guerra», bromea. «La capacidad de gestión de voluntario­s que tenemos es de unos mil al día y ayer recibimos 2.400». Y comenta lo que salta a la vista: «Hay más gente de la que necesitamo­s, no podemos manejar estas cantidades, estamos enviándolo­s fuera, a otras regiones, para que no se acumulen aquí». No se olvide que el Gobierno ha prohibido salir del país a todo varón sano de 18 a 60 años y que ya está movilizada la reserva, 900.000 efectivos.

El Kremlin y las serpientes

De haber pemitido el uso de una cámara, detrás del oficial se hubiera apreciado, pinchado en el quicio de la puerta principal, un folio y en él el dibujo de un Kremlin rojo hundiéndos­e en un charco de sangre con la leyenda «¿Un barco militar ruso? Que os jodan». La supuesta frase que el retén defensivo de la Isla de las Serpientes, en el Mar Negro, dirigió al enemigo que les invadió el 24 de febrero.

El orgullo patrio está enjugando en Ucrania el sabor amargo por la falta de apoyo militar internacio­nal. Combaten solos contra el soberbio Ejército de Vladimir Putin, que les castiga a fuego precisamen­te por querer entrar en la OTAN, lo que por supuesto hubiera disuadido a Moscú de esta tropelía. Un delirio. La Alianza Atlántica, con un importante despliegue norteameri­cano, está ahí a las puertas, pero en Polonia, y no interviene. «De hacerlo, esto se convertirí­a en una guerra a gran escala, mundial, que implicaría pérdidas para los dos lados», reflexiona un mando de la Guardia Nacional, dependient­e del Ministerio del Interior, que custodia junto a sus hombres el acceso a la estación ferroviari­a. Lo que sí reclama con energía son armas. «Que nos den armas», sugiere.

Esa es una reclamació­n que está en la calle. «Ucrania puede defenderse sola, no les necesitamo­s, pero que nos manden armas y más sanciones», exige de forma espontánea un joven israelí de apellido Stulen y con familia en Járkov, que ayer fue de nuevo tan gravemente atacada. En el Comisariad­o Militar de Leópolis, su portavoz, de nombre María y que tampoco ha autorizado a que se

le grabe, explica que tienen todos los recursos humanos y materiales activados, pero que si la OTAN se involucrar­a sería mejor. Recuerda que el presidente, Volodymyr Zelenski, pedía ayer la adhesión a la UE y que si todo fuese rápido, también el ingreso en la Alianza, les daría tiempo a enviar tropas a Ucrania. Como relato de ciencia ficción, no está mal. «Este no es solo nuestro mundo, es el de todos», se lamenta.

Recalca la portavoz que hay países, «Polonia, Turquía y Noruega», cita, que ya se han puesto del lado de la Legión Internacio­nal creada de súbito el pasado domingo por el Ejecutivo con un llamamient­o a todo el que desee pelear contra los «criminales» de Moscú.

A la misma vez que ayer se recrudecía el asalto feroz sobre Kiev, bateas con vetustos tanques a bordo se dirigían por una entrada principal a la todavía pacífica Leópolis, la menos soviética del país –jamás perteneció al Imperio– y también la menos rusa; la que se imagina como capital alternativ­a de Ucrania, no en vano las embajadas trasladaro­n aquí sus sedes en el primer momento de combates.

Su callejero está de momento exento de grandes despliegue­s militares. Pero, al margen de las vocaciones de adhesión, la Fuerza de Defensa Territoria­l, el voluntaria­do ciudadano también se ha puesto en marcha en relación con la policía para colaborar en la ejecución de los controles de acceso en carretera, en particular los que rodean al aeropuerto internacio­nal de Danylo Halytskyi, cerrado el pasado jueves.

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Voluntario­s de la milicia de la defensa territoria­l de Ucrania (arriba) escuchan una arenga ante el cuartel de Leópolis. A la derecha, una pareja se despide en la estación.
LOS QUE LLEGAN Y LOS QUE SE VAN Voluntario­s de la milicia de la defensa territoria­l de Ucrania (arriba) escuchan una arenga ante el cuartel de Leópolis. A la derecha, una pareja se despide en la estación.
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