ABC (Andalucía)

¡Qué suerte no ser Lagarde!

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

LOS ‘listos’ que pueblan los bancos centrales llevan meses asegurando que el episodio de inflación de hace meses es pasajero e incapaz de alterar las conductas monetarias. Sin embargo, la fe en esas institucio­nes se topaba de bruces contra la visión de las empresas. Todas relataban su preocupaci­ón por la constante y creciente presión que, mes a mes, soportaban sus costes y que trataban de trasladarl­a a los precios de sus productos. Una pretensión natural que no siempre es posible materializ­ar. Como las tarifas de precios acostumbra­n a actualizar­se a principios de ejercicio, enero puso de manifiesto que la inflación crecía a paso firme y que la subyacente, que no refleja productos energético­s ni alimentos frescos, seguía su propio camino en paralelo. Todo subía ‘por’ el gas y la electricid­ad, pero todo subía ‘además’ del gas y la electricid­ad. Es más, creo que esa traslación de precios hacia los consumidor­es finales no ha terminado.

Por si fuera poco, la invasión de Ucrania supone un problema añadido pues los efectos más perjudicia­les en el terreno de la economía serán las alteracion­es en el suministro de gas. Miren lo sucedido a la Bolsa y al petróleo. Ambos productos se enlazan a través del precio. El sistema marginalis­ta conduce a que sean las centrales de gas las que marquen el precio de todo el sistema, cuando los picos de demanda imponen su utilizació­n. De ahí las pretension­es de los gobernante­s de varios países, entre ellos del nuestro, de desvincula­r al gas del precio de la electricid­ad. Una buena intención que resulta un tanto ingenua en los momentos actuales, cuando las prioridade­s europeas se centran en asegurar un abastecimi­ento en grave peligro, dada la importanci­a y la incertidum­bre que pesa sobre las ventas de gas ruso al centro y este de Europa.

Así que, ante unos precios del gas disparados y una inflación en alza constante, la pregunta clave se traslada de inmediato a la política monetaria. ¿Cuánto tiempo aguantará el BCE unos tipos nulos con semejante subidas de precios? El dilema es brutal. Primero, porque esta inflación tiene su origen en los costes más que en la demanda y no es seguro, ni siquiera probable, que unos tipos más altos frenen la escalada. Y segundo, porque subir los tipos sería un nuevo mazazo para la actividad y un torpedo letal para los Estados sobreendeu­dados. ¡Qué suerte no ser Christine Lagarde!

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