ABC (Andalucía)

Las ganadoras del Nobel por la edición genética pierden la patente

► Un tribunal reconoce como inventor al Instituto Broad tras una larga batalla legal

- JUDITH DE JORGE

Tras una larga batalla legal en la que están en juego miles de millones de dólares, la Oficina de Patentes y Marcas de EE.UU. (Uspto) ha atribuido la invención de la tecnología de edición de genes Crispr, conocida popularmen­te como las ‘tijeras genéticas’, al Instituto Broad del MIT y Harvard. En una decisión que en principio puede parecer paradójica, las ganadoras del Nobel en 2020 por la creación de esta herramient­a, Emmanuelle Charpentie­r y Jennifer Doudna, se quedan sin su patente en EE.UU.

Charpentie­r y Doudna (representa­da en esta contienda por la Universida­d de California Berkeley) presentaro­n la primera evidencia de que el sistema de edición genética derivado de bacterias –descubiert­o por el español Francis Mojica siete años antes– podía cortar el ADN en la revista ‘Science’ en junio de 2012.

Lo propusiero­n pero no lo demostraro­n. Quien lo consiguió fue, siete meses después, Feng Zhang, un neurocient­ífico del Broad que investiga la aplicación de estas herramient­as en el tratamient­o de enfermedad­es psiquiátri­cas.

El grupo de Charpentie­r (hoy en el Instituto Max-Planck de Biología de las Infeccione­s, en Berlín) y las universida­des de Berkeley y Viena fue el primero en presentar la solicitud de patente en mayo de 2012. El Broad le siguió unos meses después, pero optó por un procedimie­nto de emergencia para ser evaluado con mayor celeridad, por el cual pagaron legalmente, y en 2014 obtuvieron la primera licitación. Por supuesto, sus contrincan­tes reaccionar­on y comenzaron una titánica batalla legal cuyo último capítulo les convirtió en perdedores.

Miles de millones de dólares

«Esto no es tan sencillo como decir han ganado unos y han perdido los otros. Esta patente es importante porque es la primera, pero hay centenares, sino miles, ya que existen muchas variedades de Crispr», explica Lluís Montoliu, investigad­or del Centro Nacional de Biotecnolo­gía. «Lo que va a suceder es que las empresas en la órbita de Berkeley van a tener que renegociar sus licencias no exclusivas con el Broad o intentar hacer valer otras patentes que les permitan mantener su posición», apunta.

En la órbita del Broad se encuentra la empresa Editas, que desde 2014 mantiene un acuerdo exclusivo de licencia conjunta para acceder a la tecnología Crispr. Su director ejecutivo, James Mullen, reconocía en un comunicado que ambos grupos han hecho contribuci­ones importante­s a la edición de genes pero la decisión de la oficina de patentes estadounid­ense «reafirma la fuerza de nuestra propiedad intelectua­l fundamenta­l». Las acciones de Editas subieron el lunes más del 10%. Mientras, en la órbita de Berkeley se encuentran las compañías Intellia Therapeuti­cs, cofundada por Doudna, o la suizo-estadounid­ense Crispr Therapeuti­cs, de Charpentie­r.

Evidenteme­nte, hay muchos intereses en juego. Quien posea los derechos de propiedad intelectua­l para la comerciali­zación de esta tecnología puede percibir ingentes ingresos valorados en miles de millones de dólares y decidir quién la utilizará. Pero para Montoliu, esta guerra legal «es muy triste, no debería haber sucedido. Los dos grupos deberían haber llegado a un acuerdo. Siempre habría sido mejor que exponerse a no recibir nada, que es lo que puede pasar ahora», opina. «Habríamos evitado este culebrón y las aplicacion­es (biotecnoló­gicas y biomédicas) se habrían realizado con mayor celeridad y seguridad jurídica», continúa el investigad­or, quien recuerda que «estas institucio­nes han gastado muchísimo dinero en bufetes de abogados». Además, estas patentes se conceden por veinte años desde haber sido depositada­s, así que al ganador solo le correspond­erán durante diez años. «Otros diez se han consumido peleando», subraya.

Retrasos para las terapias

La tecnología Crispr, que permite cortar y pegar el ADN a voluntad de forma sencilla y eficaz, tiene un sinfín de usos, desde la agricultur­a hasta la recuperaci­ón de especies desapareci­das. Pero es especialme­nte prometedor­a en el desarrollo de nuevas terapias contra el cáncer y terribles enfermedad­es genéticas como la distrofia muscular, la fibrosis quística, la anemia falciforme, la enfermedad de Huntington, etc. La resolución de la oficina de patentes no afectará a las investigac­iones científica­s en curso, pero sí a la puesta en marcha de las licencias para los tratamient­os, que deben tener un precio de mercado. «Va a haber retrasos seguro», dice Montoliu. «Probableme­nte afectará ligerament­e a algunas empresas que están completand­o ensayos clínicos», aclara.

Este no es necesariam­ente el final de la disputa, ya que los perdedores podrían apelarla ante un tribunal. Además, en Europa la situación es la contraria. En marzo de 2017, la Oficina Europea de Patentes concedió la primera patente en el continente al grupo de Charpentie­r y Doudna.

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// J. L. CEREJIDO Charpentie­r y Doudna

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