«A Carmen Balcells el nacionalismo catalán le parecía una desgracia»
► La autora y académica de la RAE escribe la biografía de quien fue su agente literaria, artífice del ‘boom’ y revolucionaria del mundo editorial
Cinco años de trabajo, centenares de documentos y casi 500 páginas necesitó Carme Riera para contar la vida de Carmen Balcells, la agente detrás del ‘boom’ latinoamericano, la referencia internacional de la literatura en español y la mujer que cambió para siempre las reglas del mercado editorial. Riera retrata a la ‘Mamá grande’, como la llamó García Márquez, pero también a la ‘diosa tirana’.
‘Carmen Balcells, traficante de palabras’ (Debate) es un libro cuyo título recoge la expresión con la que la agente se refería a sí misma: «Una administradora de fincas literarias», según sus propias palabras. Narra Riera su infancia en Segarra, sus comienzos como secretaria en los años 40, su paso por la agencia ACER o la primera gestión de los derechos de los autores de Carlos Barral hasta el fichaje de aquel Gabo de ‘Cien años de soledad’ o al Vargas Llosa al que convenció de mudarse a Barcelona para dedicarse solo a escribir.
Aparece en este libro la Balcells de los ramos de rosas, las cenas con nidos de caviar y las casas para que sus autores trabajaran sin distracciones. También la que sentía por el poder una curiosidad manifiesta y provechosa: su amistad con Marina Castaño la llevó hasta Ana Botella y allanó el camino para una reforma de la Ley de Propiedad Intelectual durante el mandato de José María Aznar, en 1999. Aparece la misma que negoció con el agente más poderoso del mundo; la jefa intransigente y la que acompañó hasta Estocolmo a sus tres Nobel: García Márquez, Cela y Vargas Llosa.
—¿Tuvo defectos Balcells? ¿Cuántos?
—Carmen se habría enfadado si hubiese hecho una hagiografía. Este libro no es la vida de una santa, ella era mucho más que eso. Es un retrato afectuoso y una biografía autorizada, porque todo está comprobado.
—Balcells fue una contradicción permanente, dice. ¿La más evidente?
—Su enorme sentimentalidad la hacía pasar de la risa al llanto, del amor al odio, en un instante.
—Los editores son los más críticos.
—Ella luchaba por sus autores. Es normal que ciertos editores le tuvieran manía. Entonces no eran tan honrados como hoy. Hacían contratos leoninos. Muchos no pagaban.
—Daniel Vázquez Sellés es muy severo con ‘la superagente’ de su padre.
—Hay muchas Cármenes: la gastrónoma, la supersticiosa, la jefa... Una de las personas de la agencia la llamaba ‘El alarido de las once’. Su relación con Daniel Vázquez fue mala, a pesar de que adoraba a su padre, Manuel Vázquez Montalbán. Yo tenía que hablar de lo positivo y lo negativo, claro.
—¿Intuición literaria o empresarial?
—Fue la primera agente literaria española y una de las más importantes en lengua castellana, portuguesa y catalana del mundo. No había hecho ni el bachillerato, pero tenía un olfato y una capacidad de trabajo inmensa. Eso hizo que pudiera suplir otros aspectos culturales que no tenía.
—Si le atraía el poder, ¿por qué Balcells no tuvo relación con el nacionalismo?
—Porque no hubo. A Carmen Balcells el nacionalismo catalán no le interesaba, le parecía un desastre y una desgracia. Ella quería una Barcelona hispánica. Por eso ignoraron su programa.
—Usted critica que no tenga ni una calle en Barcelona.
—He pedido a la alcaldesa Ada Colau cien mil veces que le den por lo menos una calle, un jardín o una biblioteca… algo que la recuerde, ¡qué menos!
—¿Aquel mundo de Balcells murió con esos personajes?
—Cambió. Barcelona ya no es la capital cultural de la lengua castellana. Es mucho más pobre que entonces. Autores latinoamericanos como Vargas Llosa o García Márquez, también de lengua portuguesa como Nélida Piñón, vinieron a Barcelona a escribir. Eso no se va a repetir.
—¿Fue la propia Balcells quien puso en peligro su agencia?
—Carmen era excesiva en todo. Hacía regalos y daba comidas a autores que nunca le dieron ningún beneficio. La generosidad a veces le perdía. Pero también se metió en unos negocios hoteleros que no llegaron a prosperar, invirtió mucho dinero en Santa Fe. Es
decir, no sólo eran problemas en la agencia, sino problemas de dinero. Hubo un momento en que ella misma pensó que estaba en bancarrota, que después no fue así, pero entonces ella quiso vender la agencia.
—Sobre la compra de los archivos de la agencia en 2010, ¿fue una forma de salvarla económicamente?
—Carmen Balcells fue capaz de vender y el ministerio de comprar, pues ya habrá que preguntarle al ministerio. El archivo estaba lleno de referencias interesantes e históricas. Ahí está, en Alcalá de Henares. Lo que yo sí pediría a las autoridades es que dejaran verlo, porque ponen muchas pegas para consultarlo.
—¿Las negociaciones con Andrew Wylie realmente se interrumpen por la muerte de Balcells?
—Eso lo dice él, pero no es así exactamente. A ella no le gustaba que Wylie solo se quedara con unos determinados autores, quería que los conservara a todos. Wylie no pensaba hacer eso. Esa defensa de los autores hasta el último minuto es, sin duda, algo que la honra. Por eso la fusión se perdió.
—En un feminismo del agravio, ¿cómo se entiende la figura de Balcells?
—Jamás se sintió víctima. Me lo dijo: no le cerraron puertas por ser mujer, pero sí a su proyecto para Barcelona.
—La negociación en la que Lara le dice «Carmen tú no follas» resulta casi inverosímil.
— Yo misma lo presencié. Lara era mucho Lara, pero Carmen podía llegar a decir cosas mucho peores.